Diario de Sevilla

Protofemin­ismo

LA OBRA CUMBRE DE LA POETA ELIZABETH BARRETT BROWNING BRILLA EN LA NUEVA Y EXCELENTE TRADUCCIÓN DE JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA

- Ignacio F. Garmendia

Entre nosotros, la figura de Elizabeth Barrett Browning ha estado casi exclusivam­ente asociada a los Sonetos del portugués, una maravillos­a colección de cuarenta y cuatro poemas dedicados por la autora a su futuro marido el también poeta Robert Browning, que fue junto con Alfred Tennyson –y la propia Barrett– el bardo más popular de la era victoriana. Gracias a su reflejo en la novela, el teatro o el cine, la historia de la pareja forma parte del imaginario decimonóni­co, pero esa celebridad ha tenido el efecto de opacar la obra anterior y posterior de la poeta, que después de alcanzar una proyección inmensa en el ámbito anglosajón cayó en el olvido durante buena parte del siglo XX, entre la matizada reivindica­ción que de ella hizo Virginia Woolf y el rescate a finales de los 70, por parte de una serie de estudiosas que han sabido distinguir entre la autora real y los edulcorado­s contornos del mito. De la desatenció­n en España da fe el hecho de que Aurora Leigh (1856), el extenso poema narrativo que pasa por ser su obra cumbre, no se publicara hasta 2019, en una traducción de José C. Valés para la editorial Alba. Sólo dos años después, la colección Letras Universale­s de Cátedra ha dado a conocer otra versión, a cargo de José Manuel Benítez Ariza, que ve la luz en un volumen exhaustiva­mente introducid­o y anotado por Carme Manuel, ejemplar en tanto que combina los rigores de la filología con la voluntad de abordar el clásico como una obra viva.

“Soy bajita y morena como Safo, y estoy a la espera de la inmortalid­ad”: así se autorretra­taba Elizabeth Barrett en una de las numerosísi­mas cartas que fueron durante años, pues apenas salió de la casa familiar, su único contacto con el mundo. Ocupada desde siempre en la lectura, la traducción y el estudio, la poeta dio muestras de una precocidad extraordin­aria, favorecida por las limitacion­es que le imponía una enfermedad, probableme­nte tuberculos­is, que la convirtió en adicta a los opiáceos. Desarrolló desde muy pronto una sorprenden­te autoconcie­ncia que andando el tiempo la llevaría a defender con ardor la dedicación literaria de las mujeres y su propia contribuci­ón como poeta, pero su sensibilid­ad no se quedaba en el reclamo de autonomía y abarcaba causas como la erradicaci­ón de la esclavitud o la denuncia del trabajo infantil, la explotació­n sexual y las condicione­s de las escuelas. Desafió la autoridad paterna para casarse con Browning y ya en Italia, por los años de la unificació­n, se identificó con los partidario­s del Risorgimen­to. Todo lo llevó Barrett a su poesía, donde los ejercicios a la manera de los antiguos y la profunda familiarid­ad con los modelos clásicos conviviero­n, para irritación de quienes considerab­an que se extralimit­aba en sus intereses, con una atención sostenida a los problemas de su tiempo. Antes de que Ruskin o Wilde la situaran en lo más alto del canon, poetas estadounid­enses como Poe o Emily Dickinson habían reconocido y celebrado su influjo. De todo esto y mucho más habla Carme Manuel en la introducci­ón, pero es el poema, en la impecable versión de Benítez Ariza, lo que con toda claridad muestra su genio.

Para los lectores actuales no es irrelevant­e que el traductor, que ha volcado los pentámetro­s yámbicos del blank verse –el metro de Shakespear­e y de Milton– en distintas combinacio­nes que toman como base los heptasílab­os y endecasíla­bos de la silva blanca castellana, haya sido capaz de recrear un patrón rítmico que no le resta naturalida­d al relato, sino al contrario, pues contribuye a que podamos leerlo sin sentir distancia ni extrañeza. Más allá de su argumento melodramát­ico, que suma a los enredos sentimenta­les un alto componente de crítica social, el novel-poem de Barrett, cuya protagonis­ta, Aurora Leigh, no es un trasunto de la autora pero refleja bien sus aspiracion­es, le sirve a la poeta para defender su condición de creadora, como una mujer independie­nte que no renuncia a exponer sus ideas –sobre la educación, sobre la libertad, sobre la función de la poesía, sobre el matrimonio cristiano– ni a retratar, del mismo modo que Dickens en sus novelas, el lado sórdido de la sociedad británica. Por encima de la sinceridad y de la fuerza de su voz, alabadas por Wilde, o de la ingente erudición que traslucen sus versos, es el retrato de la artista lo que convierte a Barrett en nuestra contemporá­nea.

‘Aurora Leigh’ Elizabeth Barrett Browning. Edición de Carme Manuel. Trad. José Manuel Benítez Ariza. Cátedra. Madrid, 2021. 712 páginas. 25 euros

Autoconcie­ncia

Defendió la dedicación literaria de las mujeres y su contribuci­ón como poeta

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