Diario de Sevilla

ÚLTIMO VIERNES DE SAN LORENZO

- CARLOS COLÓN

La ciudad y los días

EL último viernes de San Lorenzo hasta el 12 de noviembre. Nunca ha faltado tanto tiempo el Señor de su barrio desde que llegó a él la tarde del 16 de abril de 1703. Cuando su sagrada imagen hubo de restaurars­e, se hizo en su casa. Cuando en esta se hicieron obras, se acercó a las Clarisas Capuchinas para no dejar el barrio sobre el que, como escribió Chaves Nogales, hace pesar su poderío.

Desde que vive y late allí, las calles que conducen a la plaza de San Lorenzo se han ido convirtien­do en el sistema circulator­io de la devoción de Sevilla. Cuando se va hacía ella esas calles son las venas que llevan la sangre poco oxigenada al corazón. Cuando se regresa tras ver al Señor son las arterias que llevan la sangre renovada al cuerpo entero de la ciudad. El corazón que bombea latido a latido es el Señor. La sangre son las vidas de todos sus devotos, uno a uno, nunca masa, siempre suma de individual­idades únicas, insustitui­bles, con nombre propio, que este es el Señor que dijo “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” y al que los sevillanos le dicen, sin palabras, solo mirándolo: “A ti fui entregado desde mi nacimiento; desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios”.

Sal, Señor, y haz que en toda Sevilla se oiga el clamor del afligido

Deja el Gran Poder San Lorenzo porque en este salmo está también escrito que el Señor “no desoyó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro, sino que cuando clamó a él, le oyó”. Ya escribió Núñez Herrera que “aún lleva sobre sí las briznas de la carpinterí­a de José y el dolor antiguo de los proletario­s”. Cuando lo contemplan los agraviados por las injusticia­s de los hombres, ven a alguien tan injustamen­te agraviado como ellos. Cuando lo contemplan quienes carecen de fuerzas para seguir adelante cargando con tanto peso de dolor, desprecios, soledad, miedo, tristeza y necesidade­s, ven a alguien tan al límite de su resistenci­a como ellos, echándose sobre su espalda rota ese mismo dolor, ese mismo desprecio, esa misma soledad, ese mismo miedo, esa misma tristeza, esa misma pobreza.

No hay imagen de Dios más humana que haga sentirse a quien lo contempla más divino en ese “admirable intercambi­o” que celebran las antífonas de Navidad: “El creador del género humano, hecho hombre, nos da parte en su divinidad… Al revestirse de nuestra frágil condición, confiere dignidad eterna a la naturaleza humana y por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos”. Sal, Señor, y haz que en toda Sevilla se oiga el clamor del afligido.

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