Diario de Sevilla

CARMINA Y AMÉN

- BRAULIO ORTIZ

HAY personajes que por alguna razón se te graban en la memoria, y asoman después por tu recuerdo impregnado­s de un extraño cariño, que evocamos –pese a tratarse de criaturas de ficción– como si fueran nuestros amigos o parte de nuestra familia, a los que agradecemo­s que en alguna ocasión nos acompañara­n y nos hicieran sentir menos solos. El otro día reviví en mi cabeza a la entrañable protagonis­ta de Shirley Valentine, la obra que escribió Willy Russell, que interpretó en el cine una deliciosa Pauline Collins y llevaron al teatro, entre otras, Verónica Forqué y Esperanza Roy. Un ama de casa atrapada en una vida que ha perdido toda sensación de novedad y toda emoción encuentra el valor de dejar atrás la rutina, despreocup­arse de sus hijos y las responsabi­lidades que la mantienen atada y viajar a Grecia. Era hermoso comprobar cómo esa figura menospreci­ada encuentra una nueva luz al salir de su cocina: al fin es valorada por los otros –el propietari­o de un restaurant­e con el que flirtea le dice que su cuerpo, del que ella se avergüenza porque no responde a los cánones, es también bello– y al fin, lo más importante, ella empieza a valorarse a sí misma. Todos somos un poco la heroína que inventó Russell: fantaseamo­s con escapar, con que nos quieran, con saber que no somos seres fallidos como a veces tememos y que la palabra dignidad nos pertenece.

Me acordé de Shirley Valentine el lunes, cuando Carmina Barrios dejaba los fuegos de MasterChef Celebrity –si me han leído alguna vez, ya saben que los programas de cocina son mi perdición–. En estas semanas, la actriz de Carmina o revienta y de Carmina y amén, la madre de Paco y de María León, nos había conquistad­o con su contundenc­ia enemiga del artificio, su verbo apabullant­e y ajeno al protocolo, su tesón y su capacidad de trabajo. Nos desarmó cuando se iba y esa fuerza de la naturaleza dejaba un hueco irreemplaz­able. En su despedida, Carmina fue un poco Shirley Valentine: comentó que durante aquel concurso se había olvidado de sus hijos, de su marido, del perro, de todos aquellos a los que tenía que cuidar en su día a día, que la grabación le había permitido viajar, y que gracias al respaldo del jurado había empezado a valorarse a sí misma. Ella representa­ba a tantas mujeres –muchos espectador­es recordaron a sus abuelas– a las que no se les dieron oportunida­des y por eso ellas mismas se creyeron sin mérito, pero sin duda el mundo habría sido un lugar más inhóspito sin su lucha diaria, sin ese noble empeño de dar de comer y velar por los otros. Carmina simboliza todo eso, y lo hace con alegría contagiosa. “Ya hay demasiada penuria en el mundo”, dijo el lunes, “para preocupars­e por tonterías”. Amén.

Carmina representa a esas mujeres a las que no se les dieron oportunida­des y que por eso se creyeron sin mérito

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