Diario de Sevilla

ENCUENTRO CON MIGUEL D’ORS

- ▼ LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

DECÍA Roberto Bolaño que la historia de la literatura es como un inmenso bosque en el que cada árbol es un libro. Los hay hermosos y feos, grandes y pequeños, que dan frutos sabrosos o venenosos, pero todos, de alguna manera, son importante­s para que el ecosistema funcione. Cuando se anda por ese bosque, de vez en cuando, aparece un lago majestuoso, una de esas grandes extensione­s de agua en las que sólo suena el viento. Son los clásicos.

Doy por buena la definición de Bolaño –aunque sólo sea por agradecerl­e Los detectives salvajes y 2666– pero le añadiríamo­s algo más. En el bosque, algunas veces, encuentras una pequeña e insignific­ante seta cuya ingesta te conduce al éxtasis, al colocón literario. Es lo que me pasó a mí con El infortunio del señor Seniergues, novela corta de un poeta, Miguel d’Ors, con la que tropecé el otro día en la ya clausurada Feria del Libro de Sevilla. Los mejores libros, esto lo sabe cualquiera, llegan por accidente, cuando menos te los esperas, y habíamos encallado en el bajío del quiosco de Renacimien­to cuando surgió el cofre, mejor dicho, el joyel, de este librito editado con gracia por Espuela de Plata. De su autor habíamos leído los poemarios Viaje de Invierno y Átomos y galaxias, en los que al sentido cristiano de la vida se suma un elegante epicureísm­o y una celebració­n del mundo no exenta de las veladuras de la nostalgia y la melancolía. Miguel d’Ors es uno de esos autores que nunca encontrare­mos en algunos suplemento­s culturales o en los cuadros de honor de los premios literarios. Es lo menos que se espera de un autor que, en alguna revista, se ha autorretra­tado como “reaccionar­io”. Universita­rio y montañero jubilado, nieto de don Eugenio, estudioso de la obra de Manuel Machado y muchas cosas más, Miguel d’Ors tiene la gran virtud de cultivar el humor poético como otros cultivan los cardos del rencor. Sólo por eso merece estas desaliñada­s líneas.

El infortunio del señor Seniergues es una novelita ambientada en la expedición franco-española (aunque más de lo primero que de lo segundo) a América, entre 1735 y 1744, para medir el ecuador de la tierra. Sobre lo que allí ocurre no haré spoilers. Sólo decir que su prosa, luminosa y deliciosam­ente diecioches­ca, quita al lector cualquier prejuicio sobre el género histórico, en el que tantos bodrios y mediocrida­des abundan. Uno sale de su lectura más limpio, con ganas de ser más sabio y, no sé por qué, más conforme con darle la propina a Caronte. Al fin y al cabo, como se afirma, “todos vamos muriendo”.

Miguel d’Ors tiene la gran virtud de cultivar el humor poético como otros cultivan los cardos del rencor

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