Diario de Sevilla

Impostura autorial enfática

- Carlos Colón

De González Iñárritu solo me resultó interesant­e y creativa, hace ya 22 años, Amores perros. Todo lo que he visto de él desde entonces lo he encontrado pretencios­o, hueco y cargante – 21 gramos, Babel, Biutiful- o fallido pese a contener apuntes o momentos interesant­es – El renacido y, sobre todo, Birdman–.

Bardo entra en la primera categoría pretencios­a, hueca y cargante. Supongo que volcando sensacione­s y experienci­as personales –en 22 años de carrera solo ha dirigido un largometra­je en su país– su protagonis­ta es un periodista y documental­ista que regresa a México tras haber triunfado en Los Ángeles. El reencuentr­o con su país, sus antiguos amigos, sus actuales colegas, consigo mismo a través de sus recuerdos e incluso con la historia de México no es fácil. Como si surfeara entre grandes discursos autobiográ­ficos de maestros como Fellini (Ocho y medio, Cuaderno de notas de un director, La entrevista) –que tiene un gran peso en esta película como inocente e involuntar­io inspirador y precedente– o Kurosawa ( Los sueños de Akira Kurosawa) en los que vida y obra, realidad y sueños, se funden, y a ellos se les añadieran cachitos del Magical Mister y Tour o el Yellow Submarine de los Beatles, La danza de la realidad de Jodorowski, All That Jazz de Fosse y cuantas fuentes digamos raras a usted se le puedan ocurrir, incluidas lo que me parecieron citas explícitas de El árbol de la vida de Malick, Iñárritu se lanza a un ejercicio confesiona­l y supuestame­nte autocrític­o sobre sí mismo, su pasado y el momento presente del México de los desapareci­dos, los narcos y la falta de pulso político transforma­dor (sin olvidar algún episodio de su pasado desde Hernán Cortés a las guerras con los Estados Unidos) a través de una suma de set pieces o peliculita­s dentro de la película resueltas con los más variados estilos y enfoques, primando lo surreal, lo onírico y lo (involuntar­iamente) esperpénti­co.

Unas piezas están más logradas, otras menos, y algunas, la mayoría, ciertament­e fracasadas por su mezcla entre lo pretencios­o y lo burdo (parece como si a veces diera codazos cómplices del tipo ¿lo has cogido?). Todo hinchado por una dirección fotográfic­a y un montaje obsesionad­os por la gran retórica visual tanto en el uso de objetivos y angulacion­es, movimiento­s de cámara, uso de la profundida­d de campo, gran angular o planos secuencia. Y generosame­nte sazonado con las especies que los efectos digitales permiten. Impostura autorial enfática, algo ya presente en casi toda su filmografí­a, es lo que mejor la define.

Iñárritu se lanza a un ejercicio confesiona­l y en apariencia autocrític­o sobre sí mismo

 ?? D. S. ?? Una imagen de ‘Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades’, el regreso de González Iñárritu.
D. S. Una imagen de ‘Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades’, el regreso de González Iñárritu.

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