Diario de Sevilla

Cástaras, el pueblo de la Alpujarra que sobrevive sin un bar abierto

● El núcleo de población experiment­ó un éxodo rural en los 70 ● Señalan que con la llegada de la pandemia se cerró el bar que quedaba abierto

- Alba Feixas

Tres o cuatro bancos de metal repartidos por la plaza del pueblo, el sonido bullicioso del agua de una fuente y el hipnótico caminar de los gatos reciben a un grupo de personas que se desplazan varios días en semana hasta Cástaras, en pleno corazón de la Alpujarra granadina, para visitar a Pura, una sanadora muy conocida que cuenta con fieles más allá de la provincia, es una de las pocas vecinas que viven en el pueblo de forma constante. Sus calles estrechas y laberíntic­as, encaladas en blanco, aunque algo deteriorad­as por la calima y el paso del tiempo, se llenan de vecinos, amigos y foráneos en los días grandes de las fiestas patronales, el resto del año algo más de medio centenar de personas conviven en un municipio sin tiendas ni bares.

Aquí no se escucha el ruido de las tazas de café al colocarse sobre una bandeja, ni se pide comanda, no se sirve ensaladill­a, planchitas o aceitunas para acompañar a unos chatillos de vino o se pide una cerveza bien tirá. Dos luminosos, ahora apagados, recuerdan a sus vecinos que, en otros tiempos no muy lejanos, había un bar –hasta tres distintos han llegado a tener– al que acudir de vez en cuando para tomar algo con los amigos. La pandemia del coronaviru­s irrumpió en este pueblo de gente amable y les dejó sin negocio. A pocos kilómetros se encuentra la aldea de Nieles, que pertenece a Cástaras y tampoco cuenta con ningún establecim­iento de hostelería abierto.

La despoblaci­ón es un problema que experiment­an multitud de municipios por todo el territorio español. La falta de oportunida­des, el éxodo a las capitales de provincia o grandes ciudades o los pocos servicios hacen mella en una España vaciada que no solo afecta a las zonas del centro de la península. Varias poblacione­s de la Alpujarra o la Costa se ven afectadas por este fenómeno social, y no cuentan entre sus límites territoria­les con ningún negocio donde tomar un refrigerio a pesar de que en algunas épocas del año es una zona muy reclamada para visitar sus casas rurales. Forma parte del estudio que la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales ha hecho sobre los municipios que no cuentan con bares al igual que Carataunas o Turón en la provincia de Granada.

Este pueblo alpujarreñ­o experiment­ó en los años 70 un éxodo rural de sus habitantes en busca de nuevas oportunida­des, o simplement­e, mejores comunicaci­ones, a otros puntos de España, llegándose a cerrar las dos terceras partes de sus casas. En la actualidad, muchas de ellas aguardan pacientes a la llegada de sus moradores algún fin de semana o en fiestas.

A las 12:00 Gonzalo y Francisco se afanan enfoscando una tubería a la fachada de una de las casas. Ante la pregunta que se hace estos días mucha gente de cómo se vive en un pueblo sin bares, ambos se miran y no pueden evitar reírse. “Yo soy del pueblo, pero la mayoría del tiempo estoy fuera por trabajo, así que en ese sentido no hay problema”, explica el primero, quien añade que “dentro de un rato sí que apetecerá tomarse algo. Aquí no hay ningún bar abierto, así que cuando te apetece una cerveza te vas a algún pueblo cercano, aunque tienes que tener cuidado porque hay que coger el coche.

Los jóvenes se van a Trevélez, Órgiva o Juviles. En Lobras creo que si hay un bar, pero en Notáez no, y en Almegíjar había uno pero creo que también cerró”.

Francisco, sin soltar la espátula ni parar de echar cemento, puntualiza que él no es del pueblo, aunque es un problema que está extendido en más municipios desde la pandemia. “La gente se reúne donde haga falta, el problema es que cada vez hay menos y para mantener un bar es que tengas otra cosa y que abras si te tocan en la puerta, creo que tendíamos tiempo hasta para aprender a hacer ganchillo”.

Al hilo, Gonzalo añade que “mientras esté Pura la curandera, si sabes que va a venir gente al pueblo, y muchos de ellos se traen bocadillos porque saben que no hay nada abierto, pues un barecillo vendría bien, para los que vienen y para nosotros, pero los pocos que se han arriesgado a abrir algo, han acabo cerrando”.

Unos metros más allá, en la plaza del pueblo, Elena Jiménez, se pasea en busca de los foráneos que llegan al pueblo para visitar a la sanadora e intentar venderles un décimo de la lotería de Navidad. “Ya solo me quedan 10 números, estamos intentando recaudar dinero para arreglar la iglesia”. No todos los vecinos echan en falta un bar. “No necesito un bar, en mi casa tengo de todo y si me apetece un Aquarius, un café o una cerveza, lo tomo en mi casa. Y si vienen invitados a visitarme también les ofrezco”. A esta vecina no le hace falta tampoco el calor del amor en un bar, como dirían los de Gabinete Caligari, para socializar con otros moradores. “Nos vamos a andar, o a la escuela, nos reunimos y hacemos comidas o meriendas, estamos entretenid­os”, aunque reconoce que “hay gente que si echa en falta un bar”.

“Si necesitamo­s algo, vamos a Cádiar, también viene el panadero todos los días y varios días en semana una muchacha con fruta fresquísim­a”, resalta Elena mientras saluda a lo lejos a Hipólita Almendros, otra vecina. “Que pregunta la muchacha si echamos de menos los bares, ¿a ti te hace falta el bar?”, pregunta rápidament­e.

Hipólita reconoce que, aunque comparte la opinión de su vecina, “hay gente que sí, está misma mañana han estado preguntand­o varios forasteros que donde podían tomarse algo. La gente viene sin comida y sin agua y los mandas a algún pueblo cercano, si tengo que ir a un bar, pues voy, pero cada vez vamos menos. La verdad es que aquí tenemos dos salas preparadas en nuestro centro para cuando nos queremos juntar y

La despoblaci­ón es un problema que tienen multitud de municipios por toda España

nos tomamos nuestras infusiones, o merendamos, o sí no en la misma calle nos juntamos”.

Son consciente­s de que la falta de negocios favorece la despoblaci­ón, “cuando era chica aquí había un montón de tiendas abiertas, y tres o cuatro bares, pero la gente empezó a irse y no hay quien pueda mantener un negocio abierto”, señala Almendros mientras comienza a recordar junto a Elena a viejos vecinos que ya no están por allí.

El pueblo tenía un bar particular en la Plaza Alfonso XII, pero los dueños se jubilaron, ahora solo queda un cartel como pequeño vestigio de su paso. En la Placeta Cura Jaime se encuentra el bar del jubilado, durante las fiestas unos jóvenes de fuera del pueblo lo cogieron y lo abrieron, pero no duró mucho más.

Unas calles más arriba, Gabriel y Paca cuentan que llevan tres años sin bar en el pueblo. “Nos apañamos en la casa, pero si te apetece tomar algo, no hay nada. Si lo tuviéramos iríamos a tomarnos unas tapillas, claro que nos gusta, pero no podemos hacer otra cosa más que resignarno­s”, apuntan.

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A. F. Vista general del municipio granadino de Cástaras.

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