El humor y la piedad
A modo de oportuno posfacio, la edición de Firmamento incluye extensos fragmentos de una emocionante semblanza de Charles Lamb a cargo de Thomas de Quincey, publicada por la North British Review en 1848, catorce años después de la muerte del primero. Con razón señala De Quincey, quien no deja de apuntar, como haría también el citado Praz, el influjo de los cuadros de costumbres popularizados por el Spectator de Addison, que en la obra de Lamb “el carácter del escritor colabora en una corriente subterránea al efecto de la cosa escrita”. O dicho a la inversa, especialmente en los Ensayos podemos acceder a través de las descripciones –“indirectas, delicadas, evanescentes”– al corazón o el centro del hombre, un hombre no sólo ingenioso, sino fundamentalmente bueno, en cuyos escritos “el humor se une luminosamente con la piedad”. El propio Charles, no sólo su hermana, padeció aunque de forma efímera el acecho de la insania, y su respuesta a lo que podríamos llamar la condena familiar fue ofrecer una resistencia encarnizada. Al mal opuso Lamb la “alegría del espíritu”, una hospitalidad tan legendaria como desaforada, una disposición risueña y naturalmente compasiva. “Su vida”, escribe De Quincey, que no pasa por alto sus limitaciones pero se descubre ante el coraje de su amigo, “fue una lucha continua al servicio del amor más puro”.