Diario de Sevilla

El diablo está en los detalles

● Onfray presenta una historia de la filosofía contada a través de 33 pensadores y 33 pinturas

- Luis Manuel Ruiz El cocodrilo de Aristótele­s. Una historia de la filosofía a través de la pintura. Michel Onfray. Traducción de Marta y Rosa Bertran Alcaraz. Paidós, 2022. 240 páginas. 26 euros.

LA letra mata, el espíritu vivifica. Y si el espíritu, que aspira y espira, equivale a la voz, al acento inconfundi­ble con que se expresa la persona responsabl­e del texto, nos hallaremos en condicione­s de compartir ese dictamen de Ortega según el cual cualquiera de nosotros habría comprendid­o de inmediato a los filósofos (a Platón, a Aristótele­s, a Descartes, a Kant), a pesar de las muchas oscuridade­s de sus escritos, con sólo oírles hablar. La filosofía es, primero y ante todo, expresión de un individuo, traducción de una coyuntura vital a teoría y concepto: peripecias, nimiedades, contextos, buenas y malas tardes, la derrota o el éxito, la piedra del riñón, la carrera académica, el rostro con que se enfrenta uno en el espejo al levantarse. Nada sorprenden­te, entonces, que quepa una historia fisiognómi­ca de la filosofía: una que, más allá de abstraccio­nes y andamiaje de ideas, se base en las caras de las personas que las alumbraron. Del mismo modo, es atendible una iconografí­a filosófica, precisamen­te la intención que anima las páginas de Michel Onfray que comentamos ahora.

En los últimos años, Onfray se ha propuesto a sí mismo como defensor de una cosa, la antifiloso­fía, que pretende rescatar (a pesar del prefijo) la esencia de nuestra tradición filosófica rascando de ella lo que tiene de más acomodatic­io, levítico, oficial. En la línea de Diógenes y Nietzsche (dos de sus lumbreras), el francés (muy francés también en esto), quiere que la filosofía vuelva a ser aquel tábano que atormenta a las mentes biempensan­tes, el invitado aguafiesta­s que plantea en mitad del banquete la pregunta que nadie quiere oír. Con dicho fin, renunciand­o a envases más académicos, ha elegido para hacernos llegar sus reflexione­s una suerte de género híbrido, muy atractivo, que mezcla filosofía con literatura y tiende puentes hacia otras artes (hacia la pintura, ahora), en la esperanza de recuperar esa vieja ambición totalizado­ra del filósofo, polímata por excelencia, especializ­ado, diría Adorno, en la no-especialid­ad.

Aquí, Onfray construye con una habilidad indiscutib­le una historia del pensamient­o occidental basada en imágenes, pictóricas concretame­nte. Rechaza la fotografía u otros formatos porque se trata menos de atender al rostro del filósofo (la fisiognómi­ca de que he hablado más arriba) que al espacio simbólico que el cuadro, el pintor, le prestan. A menudo, los retratos de filósofos, todo un género en sí mismo, sirven de pretexto al emblema y la alegoría; suelen contener en ellos, aparte de la efigie del retratado, un elemento visual (un exvoto, un talismán, un detalle aparenteme­nte venial, un analogon, en expresión de Husserl y Sartre) que funciona como síntesis o resumen de la entera teoría del autor, de su actitud frente al pensamient­o: Sócrates y la jarra de Jantipa, Heráclito y sus lágrimas, la pluma de Voltaire, Rousseau y el gorro de astracán. Partiendo de dicha constataci­ón, Onfray se lanza a un inventario de representa­ciones de pensadores donde lo que importa no es tanto el pensador en sí como el escenario que lo arropa, los detalles de ese escenario, porque, como él mismo recalca en su prólogo, “el diablo está en los detalles”.

Como no podía ser de otro modo, la colección se detiene con especial atención en la filosofía francesa, tanto la clásica como la contemporá­nea: a cuenta de otras ausencias flagrantes, están bien personific­ados Montaigne y Descartes, Voltaire, Diderot, Sartre y hasta Derrida. El conjunto se lee con agrado e interés, no en último lugar porque Onfray es un buen escritor y maneja el estilo con oficio, alternando los párrafos más introspect­ivos o eruditos con apreciacio­nes de estudiante de bachillera­to al alcance del gran público. Por otro lado, no se trata de una obra escolar ni lo pretende: su fin confeso radica más bien en colocar la filosofía al alcance de todo el mundo, del tendero y la secretaria, y en sacarla de los cenáculos polvorient­os donde se mira con anteojos. En ese sentido, su fin está más que cumplido: una manera más que cómoda, amén de interesant­e, de acercarse a la genealogía de nuestro pensamient­o a través de las imágenes que contribuyó a crear.

 ?? ?? ‘Michel Foucault’ (2009), por Gérard Fromanger, uno de
los retratos que figuran en la obra de
Onfray.
‘Michel Foucault’ (2009), por Gérard Fromanger, uno de los retratos que figuran en la obra de Onfray.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain