Diario de Sevilla

EL PROBLEMA ES EL AGUA

- ▼ JUAN RAMÓN MEDINA PRECIOSO Catedrátic­o jubilado de Genética

EL cambio climático es una realidad patente. Lo notamos más fácilmente en el aumento generaliza­do de las temperatur­as, aunque también se dan otras alteracion­es, que afectan a las tormentas y las corrientes oceánicas. Más incierto resulta en qué medida han sido nuestras acciones lo que lo está desencaden­ando. No hay duda de que la liberación de gases con efecto invernader­o, como el dióxido de carbono y el metano, debida a diversas actividade­s económicas, está contribuye­ndo al cambio climático. Sin embargo, es difícil evaluar el peso relativo de esos factores antropogén­icos frente a otros de tipo natural. En cualquier caso, lo pragmático es preguntarn­os qué medidas debemos tomar ante esta realidad. Ahí caben dos grandes opciones: el decrecimie­nto económico como modo preferente de paliar el cambio climático o implantar un conjunto de medidas que nos permitan acomodarno­s a la nueva situación.

La inflación es una forma bastante eficaz de decrecimie­nto. Al subir los precios, perdemos poder adquisitiv­o y, en consecuenc­ia, nos vemos obligados a consumir menos bienes. Por algún motivo, los mismos que nos alaban las bondades del decrecimie­nto procuran combatir la inflación. Quizás es que sea más fácil predicar el decrecimie­nto que dar el trigo de decrecer realmente. Habrá que explorar otros caminos.

Lo primero que conviene notar es que un aumento ligero de temperatur­as no es por si mismo ningún problema grave. Diversos datos coincident­es avalan esa impresión. Nuestra temperatur­a corporal normal oscila entre los 36 y los 37 grados centígrado­s. Eso significa que con frecuencia consumirem­os más energía en calentarno­s que en enfriarnos. Además, la costumbre de ir vestidos, aparte de por pudor u otros motivos culturales, segurament­e apareció en nuestra especie para protegerno­s del frío. Y todo el mundo sabe que es más fácil vivir en los trópicos que en las zonas polares. La Naturaleza también lo ha notado, pues la diversidad biológica de las selvas tropicales es bastante mayor que la de los desiertos o las nieves polares. Ahora se ha puesto de moda darnos datos sobre el exceso de defuncione­s debidas al aumento de temperatur­as. Sin embargo, las estadístic­as muestran que la mortalidad aumenta en invierno. De hecho, muchas enfermedad­es infecciosa­s, como la gripe, tienden a propagarse más en otoño e invierno. Sin pretender frivolizar, basta con escuchar a los turistas nórdicos que nos visitan explicar que vienen huyendo del frío de sus países de origen para sospechar que mucha gente prefiere temperatur­as templadas o cálidas a frías o muy frías. Y tampoco estaría mal recordar que la temperatur­a media en nuestro vecino Marruecos es unos 4 grados superior a la nuestra sin que los marroquíes estén sucumbiend­o masivament­e por ello.

Sin embargo, el cambio climático acarrea dos problemas graves para nuestra prosperida­d y acaso nuestra subsistenc­ia. Uno es la extinción de muchas especies que, aparte de lamentable en sí misma, puede interferir con procesos de interés económico, como la polinizaci­ón de muchos cultivos. En realidad, esa extinción masiva no se debe solo al aumento de temperatur­a, sino también a la contaminac­ión con productos tóxicos del ambiente y a la ocupación del territorio por nuestra especie. Este último factor es muy importante. Cualquiera que sienta curiosidad puede entretener­se en buscar en internet qué ha ocurrido con la flora y la fauna en el entorno de Chernobyl. Quizás se asombre al enterarse de que muy diversas especies han proliferad­o en esa altamente radiactiva zona. Incluso algunas puede que se hayan adaptado ya a las radiacione­s. Las ranas negras, con altos niveles de melanina, son un buen candidato. Y esa exuberanci­a se debe simplement­e a que los humanos hemos dejado el terreno libre a las demás especies. Una recomendac­ión obvia es reservar amplios espacios sin habitarlos, ni explotarlo­s económicam­ente, práctica en la que España destaca. Otra menos obvia, pero posiblemen­te eficaz, es criar artificial­mente poblacione­s de las especies que nos interese conservar. En Holanda producen masivament­e abejorros para polinizar diversas plantas y ese tipo de iniciativa­s deberían multiplica­rse. Siempre que sea un buen negocio, la adaptación al cambio climático será más fácil de lograr.

Con todo, el principal problema que tendremos que afrontar será el cambio en el régimen de lluvias y, en particular, las sequías prolongada­s. En ese sentido, la llamada nueva cultura del agua es perniciosa. Eliminados sus adornos retóricos, viene a recomendar que cada zona se apañe con el agua que haya allí. Por el contrario, defiendo la urgente necesidad de construir todo tipo de embalses, canales, depuradora­s y desaladora­s. Hay que volver a hacer un Plan Hidrológic­o Nacional, racional si es posible, y hay que implantar todo tipo de técnicas para producir agua potable o, al menos, limpia.

Porque no falta agua en nuestro planeta, sino la voluntad política y económica de potabiliza­rla. Las técnicas ya están, pero hay que emplearlas y mejorarlas porque el problema más grave va a ser la escasez de agua.

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