Diario de Sevilla

CULTURETAS

- ▼ MERCEDES DE PABLOS

MI yo regañón se enciende cuando, aunque sea con cariño, se llama así, culturetas, a quienes se dedican al mundo de la cultura, entendido –al menos por mí– en su acepción más amplia. No llego a considerar que un instituto de gastronomí­a sea exactament­e la función de una administra­ción cultural –como si Jaén no tuviera un patrimonio renacentis­ta único ni un excelente centro de estudios ni tradición musical, por citar solamente alguna cosa– pero mi manga es ancha en cuanto a expresione­s culturales y además este artículo no pretende entrar en ocurrencia­s que pretenden explicar el desprecio a la buena gestión. Culturetas se nos ha llamado a los que nos dedicamos a esa María que en raras ocasiones abre un informativ­o o es portada en un diario. Insisto en el carácter afable del apelativo, pero mosquea que ese mismo trato “afectuoso” no se aplique a los especialis­tas en leyes, ciencia, economía o, cielos, la política. Hay quien no se deja, claro está: no veo yo a un arquitecto dejándose llamar cultureta sin arrugar el gesto, ¿verdad?

Y, sin embargo, tengo cada vez más la impresión de que el debate real –el relato que dicen los que sí están en la actualidad de lo importante– reside más en la llamada cultura que en aquellos lugares donde se le supone. En un programa de entretenim­iento (no in

formativo) he oído las reflexione­s más sensatas sobre el género y el sexo –de fondo, los titulares y noticias en torno a la, actualment­e en trámite, Ley Trans– en una entrevista con Judith Butler, bastante más interesant­e y no digamos aclaratori­a que la enorme cantidad de disparates o lugares comunes, como mal menor, que solemos escuchar en boca de opinadores habituales. Siempre hay excepcione­s. Y en la clausura del Festival de cine europeo de Sevilla, al que han ido más jóvenes que nunca, se ha evidenciad­o que la naturaleza y temática de los filmes abundan en

una realidad a la que el ruido, las declaracio­nes y hasta los improperio­s, han desalojado de la crónica oficial. Películas que tratan de la tensión de la convivenci­a entre diversos, de la precarieda­d laboral y social, de la fragilidad, de la pobreza, de las intoleranc­ias, las frustracio­nes, de las superacion­es de la adversidad, de amores no convencion­ales –¿algún amor lo es?– y de los miedos y esperanzas. Una película de las que llaman pequeñita –de menos de cien euros, como confesó su directora– Como ardilla en el agua, dirigida por la hija, Mayte Gómez, y protagoniz­ada por la madre, Mayte Molina, nos habla de manera brillante de los desórdenes alimentari­os y de la relación de las mujeres con su cuerpo. Ha tenido un premio, pero sobre todo lleno en las salas. Dicen que los jóvenes no leen periódicos ni siguen informativ­os. ¿Será que la realidad que les ocupa está en otra parte? A ver a quién hay que aplicarle el diminutivo, cariñosame­nte, por descontado.

No veo yo a un arquitecto dejándose llamar cultureta sin arrugar el gesto, ¿verdad?

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