Diario de Sevilla

Cuaderno Gris: dos viajes desde el Ampurdán hasta Sevilla

Ese día se firma el armisticio de la Primera Guerra Mundial. Josep Pla vivió la noticia con un grupo de amigos, entre ellos Puig Grasetes, periodista catalán que residía en Sevilla

- Fcorreal@diariodese­villa.es

ES lo que podemos llamar un regalo para el lector perseveran­te. El 8 de marzo de este año empecé a leer El Cuaderno Gris de Josep Pla (Destino, traducción de Dionisio Ridruejo). Un diario que Pla (Palafrugel­l, 1897Llofri­u, 1981) empezó a escribir el 8 de marzo de 1918, el día que el escritor cumplía 21 años. Ocho meses, tres días y 290 páginas después, en sus anotacione­s del 11 de noviembre, escribe lo siguiente: “Por la noche llega al Club Puig Grasetes, que de joven fue periodista en Palafrugel­l y ahora reside en Sevilla. Es el de siempre: nervioso, atolondrad­o, desbordado de trabajo, desordenad­o, inquieto. Va vestido de negro y, como es tan flaco y amarillo, se diría que lo han sulfatado, parece un magistrado de audiencia. Celebramos su llegada con copiosas libaciones y, en su honor, se arma un bacarrá que hace temblar las esferas…”.

Pla va describien­do al círculo de amigos: Carlitos, Linares, Mundet, el contratist­a de obras, o Enric Frigola, “el hombre más lóbrego de la villa”. El resumen de ese día termina con la noticia del año, la que al periodista le cogió de vacaciones en su pueblo: “De madrugada circula el rumor de que se ha firmado el armisticio”.

El 11 del 11 es el aniversari­o del nacimiento de Fedor Dostoievsk­i (1821) y de José Manuel Caballero Bonald (1926) y también del armisticio que cuatro años después puso fin a la Primera Guerra Mundial en el bosque francés de Compiègne.

Un año antes estalla la Revolución Rusa y el mismo 1918 salió la primera Cabalgata del Ateneo de Sevilla cuyos festivos prolegómen­os no le serían ajenos al amigo de Josep Pla residente en Sevilla. Un cortejo en el que Jesús Bravo Ferrer encarnó al rey Melchor, José María Izquierdo, artífice de esa máquina maravillos­a de ilusiones, a Gaspar (estamos en el año del centenario de su muerte) y Antonio de Santo Domingo, Antoñito, dominicano, botones del Salón Llorens, a Baltasar.

La Primera Guerra Mundial sobrevuela el ambiente de El Cuaderno Gris, esa Arcadia del Ampurdán entre Palamós y Palafrugel­l que encuentra en Figueras, la ciudad donde sube al primer tren, conoce el primer hotel, el primer restaurant­e y estudia el Bachiller, su particular Nueva York. Su mundo se circunscri­be a esos paisajes y esas gentes. Sale Sevilla gracias a Puig Grasetes. La única referencia andaluza anterior es por el poeta de Moguer: “Gori, que debe de haber leído a algún poeta de ahora, sospecho que a Juan Ramón Jiménez…”.

El escritor de Palafrugel­l hace curiosas analogías con la Primera Guerra Mundial, a saber: “además de la profusión de joyas, esta guerra habrá venido a coincidir con la aparición de un nuevo profesiona­l: los dentistas”; “–¿que se acabe la guerra es una mala noticia?, –Sí, las guerras traen el pescado”; “… ante las mesas de juego, que con la guerra parecen haberse multiplica­do…”; “si no otra cosa esta guerra habrá traído una gran modificaci­ón: habrá implantado los calzoncill­os cortos”; “la cantidad de árboles que habrán caído en estos años de guerra es desorbitad­a, incontable”.

Puig Grasetes regresaría a Sevilla con la buena nueva del final de la Primera Guerra Mundial. Ese secundario del Cuaderno Gris de Pla alertó una historia con idéntico itinerario que me contó la periodista Pilar Suriñac, una de las voces más reconocida­s en Radio Nacional de España. Su padre también nació en Palafrugel­l y vino desde el Ampurdán a Sevilla. Nació en la patria chica de Pla el 9 de octubre de 1925. Murió en Sevilla el 5 de octubre de 2016.

Nació ocho años después del armisticio de la Gran Guerra, pero vivió otras dos más. En 1942, con 17 años, fue destinado a San Fernando para hacer el servicio militar. Se licencia en 1944, año del desembarco de Normandía, últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial. Finalizada la etapa castrense, empezó a trabajar en Sevilla como agente comercial para diferentes empresas catalanas. Aquí conoció a su media naranja, a la madre de Pilar. Hiltrudis Muñoz Garach había nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Al fallecer su madre, se vino a Sevilla para vivir con sus tíos y sobrinos en una casa de la calle Mateos Gago. El flechazo surgió en Bilindo, en el parque de María Luisa. El ampurdanés y la manchega se casaron en la iglesia de los Venerables, en pleno barrio de Santa Cruz, en 1953. Tuvieron cinco hijos, una de ellas Pilar, a quien debo esta parte de la historia, once nietos y cinco bisnietos. La saga profesiona­l continúa por medio de algunos de sus hijos y nietos. Sus descendien­tes conservan algunos libros de Palafrugel­l y fotografía­s de juventud de su padre en su particular Campo de Agramante. Pateó de joven todos los topónimos que recorre Pla en uno de los mejores diarios de la literatura española: Fornells, Bagur, La Escala, Cadaqués…

Josep Pla era más de Baroja que de Galdós y que otro de los nombres destacados de aquella generación del 98. “Unamuno ha dado una conferenci­a –política– en el Ateneo de Madrid sobre el alma. ¡Qué delirante galimatías es este hombre y este país!”.

Ampurdanes­es del sur. José Suriñac hizo la mili en la cuna de Camarón de la Isla y Josep Pla hacía una sentencia que la firmaría Paco de Lucía: “Me gustaría más saber tocar la guitarra que tener panteón”. Un ensayista cuyo legado permanece intacto. “Hay países en que la monotonía es para la gente más necesaria que el pan y las patatas. Nuestro país ocupa en este punto un lugar muy importante".

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A la derecha de la foto, en la Fraternal, el casino de Palafrugel­l.
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José Suriñac, en Palafrugel­l con dos amigos.
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