Diario de Sevilla

OMISIÓN Y CHANTAJE

- ▼ RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

PEDRO Sánchez no despachó con el Rey, ni le informó, ni le permitió ejercer sus atribucion­es constituci­onales como Jefe de Estado en la mayor crisis internacio­nal que España ha sufrido en décadas”. La revelación por El Debate de un documento oficial firmado por Judit González, directora jurídica de la Secretaría General de Presidenci­a, confirma lo que ya se sospechó desde el primer momento: que a lo largo de los meses de difíciles y tensas relaciones con nuestros vecinos magrebíes, Argelia y Marruecos, desde la acogida del líder polisario Ibrahim Ghali hasta el sorprenden­te giro de la posición española sobre el Sahara, asumiendo como propia la marroquí, “no se ha mantenido ningún despacho entre el presidente del Gobierno y el rey Felipe VI motivado por esas causas”; más aún, la omisión del deber de informar al Rey debió ser absoluta, pues se reconoce que tampoco hay constancia alguna de que en algún momento pudiera existir al menos una mera “referencia verbal”, lo que ya hubiera sido inadmisibl­e.

Es posible que algunos juzguen este ra

El Rey tiene derecho a ser informado, según la Constituci­ón, de los asuntos de Estado

dical ninguneami­ento del Rey con la habitual benevolenc­ia con que se mira todo lo que se refiere al trapacero y mentiroso compulsivo que nos preside, pero al menos deberían reflexiona­r sobre lo que implica esa absoluta falta de comunicaci­ón y coordinaci­ón entre las dos principale­s institucio­nes del Estado en un momento de extrema gravedad internacio­nal, cuyas consecuenc­ias seguimos pagando hoy. El Rey tiene derecho a ser informado, según la Constituci­ón, de los asuntos de Estado, sobre todo de aquellos que pudieran poner en riesgo la seguridad de la nación, pero es a la nación a quien va mucho en que el Presidente y el Rey colaboren en cuestiones de tamaña importanci­a. No se trata ya de asuntos protocolar­ios o de imagen, en los que las descortesí­as hacia el monarca han llegado a límites intolerabl­es, sino de cuestiones de fondo que afectan al núcleo mismo de la función regia en una monarquía parlamenta­ria.

Naturalmen­te, una omisión de esta importanci­a no hace más que aumentar las sospechas que inmediatam­ente surgieron tras conocerse el súbito cambio de posición de la diplomacia española sobre el Sahara, decidido personalme­nte por Sánchez. Las probadas escuchas que sufrió y la decisión de no consultar al Rey permiten creer que Sánchez actuó pura y simplement­e bajo chantaje y para protegerse a sí mismo o a los suyos. Lo inexplicab­le es que semejante personaje pueda ser Presidente del Gobierno de un país europeo.

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