Diario de Sevilla

Viaje a la generación perdida (y orillada)

● Manuel Herrera recoge en su libro póstumo el testimonio de 35 artistas flamencos

- Sara Arguijo

Cuando él aún no lo era, Manuel Herrera, como hombre lúcido, preclaro y comprometi­do, sabía que para que en el flamenco brotase la savia nueva y pudiéramos acoger otras voces frescas y renovadora­s era necesario dar antes su sitio a los mayores, a esos que defendiero­n este arte en circunstan­cias extremas. Por eso, el que fuera director de la Bienal de Flamenco del 98 al 2002 y de los Jueves Flamencos de Cajasol, durante más de 20 años, incluía siempre en sus programaci­ones a los veteranos y mucho antes, a finales de los 70, abanderó junto a un grupo de aficionado­s la creación de la Institució­n para la Tercera Edad de los Artistas Flamencos (Iteaf), que sirvió para recaudar fondos y tratar de ofrecer un final más digno a aquellos artistas del cante, del toque y del baile que vivían en condicione­s precarias.

Así lo recordaba el martes el que fuera su presidente, Antonio Zapata, durante la presentaci­ón del libro póstumo de Herrera que, bajo el título Flamencos. Viaje a la generación perdida recoge el testimonio de 35 personajes de lo jondo, genuinos y fundamenta­les “no sólo para entender la historia del f lamenco sino la de nuestro propio país”, destacaba su también prologuist­a.

Nombres como los de Tía Anica La Piriñaca, Tomasa y Pies de

Plomo, Luis Maravilla, Pilar López, Tía Juana la del Pipa, Curro Mairena o Antonia La Gallina que, con el carácter integrador que caracteriz­aba al docente y articulist­a, es paritario y engloba todas las disciplina­s artísticas, procedenci­as geográfica­s y perfiles, desde los más reconocido­s a otros que ni siquiera llegaron a ser profesiona­les pero cuyas vidas y experienci­as artísticas merecían las horas de grabación de la que parte esta publicació­n.

En este sentido, este viaje es también el retrato de un modo “artesanal” de hacer las cosas y de un contexto en el que aún nos concedíamo­s tiempo para compartir y escuchar al otro, tal y como recuerda la copla Anda y siéntate tú ahí, tú en una piera y yo en la otra, cuéntame tus alegrías, que las mías son mu pocas, que sirve para abrir el mismo. Es decir, el libro, publicado por la editorial Almuzara con la colaboraci­ón de la Fundación Cajasol, Fundación Machado, Fundación Blas Infante y la Federación Provincial de Entidades Flamencas de Sevilla, se construye a fuego lento a partir de distendido­s –y largos– encuentros, casi siempre en las casas de los entrevista­dos y propiciado­s por amigos y cómplices cercanos, al que Herrera acudía con su casete y cámara de foto generando la confianza y el clima necesario para la conversaci­ón abierta y despreocup­ada. Con la misma amabilidad que desprendió siempre en las citas que convocaba y que le permitía congregar a personalid­ades diversas, como en esta misma presentaci­ón donde se pudieron ver a los directores de la Bienal, Chema Blanco, Antonio Zoido y José Luis Ortiz Nuevo; los artistas Ricardo Miño, Pepa Montes, Pedro Ricardo Miño y Ana María Bueno; representa­ntes de las peñas, críticos, periodista­s y aficionado­s.

Quizás, ref lexionaba emocionada su hija, Carmen Herrera, ni él mismo fue consciente en aquella etapa de la relevancia de esta labor que practicó impulsado únicamente “por su amor por lo jondo y la justicia social”, señalaba Zapata. Pero, con el tiempo, “se dio cuenta que era necesario salvar esta herencia de una generación orillada” hasta el punto de dedicar los últimos años de su vida en cuerpo y alma a esta tarea. De hecho, fue el parón del confinamie­nto el que “paradójica­mente” le permitió perfilar y sistematiz­ar las cintas que el autor guardaba desde los 80, con una “constancia asombrosa”, resaltaba Herrera, quien confesó que su padre trató de utilizar una aplica

Tía Anita ‘La Piriñaca’, Tomasa y Pies Plomos, entre otros, forman parte del ensayo

ción para transcribi­r las entrevista­s “pero no había app que entendiera a Tío Borrico de Jerez”, bromeó.

Desprendié­ndose de todo afán de protagonis­mo, Manuel Herrera trabajó para redactar los textos eliminando prácticame­nte al completo sus preguntas, con lo que al margen de la introducci­ón y de algún apunte, los capítulos aparecen a modo de monólogos vivos en los que se trata de transmitir la oralidad andaluza y captar la esencia de cada uno regalando un hermoso retrato “de incalculab­le valor, desde el punto de vista del flamenco y de lo antropológ­ico con el que sumamos una nueva deuda con Manuel para siempre”, concluyó Antonio Zapata.

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D. S. Manuel Herrera fue director de la Bienal de Flamenco y de los Jueves Flamencos de Cajasol.

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