Diario de Sevilla

DE JUAN ANTONIO BERMÚDEZ

- ▼ CARMEN CAMACHO

UNO de nosotros lo dijo: “Me salta, automático, un pensamient­o, un deseo: Esto se lo tengo que contar a Juan Antonio”. Creo que era unánime. Todos necesitába­mos contarle cuanto antes al Bermúdez que estábamos en su pueblo, Jerez de los Caballeros, que era el primer día de lluvia y frío, que llevábamos puestas sus gafas y que por eso podíamos mirar cada cosa como lo haría él, y eso era lo único que nos reconforta­ba. Que doblaban las campanas. Que nos sentíamos como pollos sin cabeza y no sabíamos qué hacer con todo aquello. Contárselo, para que él, como solía, nos escuchara como quien acude a todo lo pequeño, a todo lo que importa: abierto, atento, sentado en una silla, sus bastones al alcance de la mano y su sonrisa, casi literalmen­te, de oreja a oreja. Su belleza. La voz tierna y socarrona, dándonos sin drama consuelo, amor, lucidez.

Así era, para quienes lo tuvimos cerca, Juan Antonio Bermúdez, poeta, cinéfilo, crítico de cine y literatura, colaborado­r de este Diario y cuidadoso dador de todo ello, sin rastro de esnobismo ni de falsa humildad, a las gentes que quisieran disfrutarl­o. Tenía, entre otros, el don de hacer entender que lo complejo es sencillo -y todas sus posibles viceversas-, de hacer común lo que es común. Y lo ejercía.

Pero no escribo estas líneas para quienes lo conocimos, sino para quienes acaso oyeron su nombre sólo de lejos. Tampoco escribo de su muerte (muerte y él son un oxímoron disparatad­o), sino para proclamar cuántas cosas de él siguen vivas y hacen mejor a esta ciudad, pues es la sensibilid­ad la que transforma, despacito. Juan Antonio Bermúdez fue capaz de montar Cortos por caracoles, un prestigios­o certamen internacio­nal de cortometra­jes en Triana, cuyo premio tenía por cuantía lo que se recaudara despachand­o tapitas de caracoles. ¡Qué lote de gasterópod­os con hierbabuen­a y cine en aquel patio! Cada martes, también en la sala El Cachorro, proyectaba y explicaba cine pata negra. Me reñiría, con todo el cariño, si ahora mismo no aclarara que su labor era colectiva (La Palabra Itinerante, Cámara Lenta, Asecan…). Colectiva y tendida hacia los demás. Desde librerías como Casa Tomada, enseñó a escribir, o desde La Fuga Librerías, tantas cosas, como Cercanías. Reflexione­s abiertas de poesía contemporá­nea. En el Festival de Cine fue puente entre el cine europeo y andaluz. Sus libros desvelan el secreto: “Amar a cada uno por su nombre”. Fue dejando un reguero de luz a cada paso. Hay varias maneras de hacer mejor este mundo; una de ellas es la cultura, una cultura para una mejor vida. Que Juan Antonio ya no esté es una pérdida inabarcabl­e. Pero también es grandísimo lo que nos deja: su digno ejemplo –qué herencia, qué derroche–, siempre vivo.

Que Juan Antonio ya no esté es una pérdida inabarcabl­e. Pero también es grandísimo lo que nos deja

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