Diario de Sevilla

Marcel Proust se asoma a la Magdalena

● Cien años de la muerte del padre de la novela moderna y artista de la memoria como materia literaria

- Francisco Correal

“Verá, esta noche ha ocurrido una gran cosa. Es una gran noticia. Esta noche, he puesto la palabra fin… Ahora puedo morir”. Son palabras de Marcel Proust (18711922) a Céleste Albert, doncella de una dama extranjera en el hotel de Balbec y confidente y recadera del escritor. Olivier Rust, director del hotel Radisson Collection, en la plaza de la Magdalena de Sevilla, nos abre la habitación 325 para que el espectro de Proust observe ese espacio con el nombre que activaba su memoria infantil de los tiempos de Combray. El director del hotel nació en Reims, ciudad famosa por sus vinos, por su equipo de fútbol (perdió dos finales de Copa de Europa con el Madrid) y por su catedral, que tantas veces pintaron los impresioni­stas y a la que Marcel Proust dedicó uno de sus primeros ensayos.

Un siglo sin Proust, pero nadie sabe el tiempo que le sobrevivir­á su gigantesca obra. El Paseo Editorial acaba de iniciar la edición de A la busca del tiempo perdido con la traducción de Mauro Armiño, responsabl­e de ese arduo trabajo en Valdemar. El que suscribe leyó los siete volúmenes en la Biblioteca Proust de Alianza Editorial, los tres primeros traducidos por Pedro Salinas (Gallimard termina de publicarlo­s en 1927, el año de la generación poética del traductor), los otros cuatro por Consuelo Bergés.

Un escritor enfermizo hijo de un afamado médico, Adrian Proust, autoridad internacio­nal en el estudio del cólera, para lo que hizo un viaje a Rusia y Persia del que se trajo tapices y alfombras que heredó el escritor. Proust nace un año después de que el Imperio de Napoleón III se disuelva. Atribuía su debilidad congénita al sitio prusiano y a las penurias de la Comuna.

Solo dos de los siete volúmenes están dedicados. A Leon Daudet el tercero, El mundo de Guermantes. Un desertor de la medicina que se dedicó al periodismo, la novela y finalmente a la política. Daudet le presenta a Gaston Colmette, a quien le dedicó el primero de los siete libros, Por el camino de Swann. Entre 1900 y 1914 dirigió Le Figaro y Proust le estaba muy agradecido porque fue quien le publicó los primeros artículos. El 16 de marzo de 1914, la esposa del ministro progresist­a Joseph Caillaux, objeto de una campaña de Le Figaro, entró en el despacho del director del periódico y de un disparo acabó con su vida.

La de Proust fue una vida por y para la literatura. Actuó de testigo en la boda de una prima suya con Henri Bergson, a cuyas clases de Filosofía asistiría Antonio Machado; cambió sus rutinas para asistir al juicio contra Emile Zola por el artículo Yo acuso a favor del militar Alfred Dreyfuss, acusado de pasar informació­n a Alemania y condenado a destierro en la Isla del Diablo de la Guayana Francesa. Fue compañero de colegio y amigo de Jacques Bizet, hijo del compositor de Carmen. Tuvo notables desencuent­ros con Oscar Wilde y con James Joyce, que el año de la muerte de Proust vio editados los primeros ejemplares del Ulises. “El lector termina las frases antes que él”, dirá Joyce de Proust. Coincidier­on el 18 de mayo de 1922 en casa de los Schiff, un matrimonio inglés que invitó a varios amigos para celebrar un estreno de Stravinsky. El anfitrión le propuso a uno de los invitados, el pintor Pablo Picasso, que hiciera un retrato de Proust.

Hace casi dos décadas que terminé de leer los siete volúmenes.

Lecturas en las que se cruzan cumpleaños, bodas, muertes, fiestas, los incidentes de la Madrugada de la Semana Santa del año 2000, la caída de las Torres Gemelas de Nueva York o la guerra de Irak, que llevaba trece días cuando terminé de leer El tiempo recobrado, libro en el que la guerra tiene un destacado protagonis­mo. “Si los alemanes siguen avanzando, serán quizás los últimos días de nuestra Pompeya”. Hay frases en las que se adelanta décadas a Woody Allen: “Decididame­nte hace falta que lleguen los alemanes para que se pueda oír a Wagner en París”.

Pasa todo y no pasa nada en sus páginas. El caso Dreyfuss, la guerra ruso-japonesa, el terremoto de Murcia, la actualidad literaria, “ya sé que Balzac se lleva mucho este año”, la homosexual­idad y siempre el deseo de visitar Venecia. Dos leves referencia­s a ciudades andaluzas. “Durante dos años los hombres inteligent­es, los artistas, dieron en decir que Siena, Venecia, Granada, eran una lata, mientras que ante cualquier ómnibus, ante cualquier tren, exclamaban ¡qué bello!”. Enamorado de la pintura, viaja a Amsterdam para ver los cuadros de Rembrandt y cita en sus páginas El entierro del conde de Orgaz, de El Greco. Por fin viaja a Venecia con su madre, la persona que le mojó la magdalena en el té, y en su visita a la iglesia de San Marcos escribe: “Parece una preciosa encuaderna­ción, en algún cuero de Córdoba, del colosal Evangelio de Venecia”.

Pasados los dos caminos de Combray, el de Swaan y el de Guermantes, en el cuarto libro se adentra en Sodoma y Gomorra, donde escribe lo que parece una profecía del mundo trans: “Prime

El autor atribuía su debilidad congénita al sitio prusiano y a las penurias de la Comuna

ra aparición de los hombres-mujeres, descendien­tes de los habitantes de Sodoma que fueron perdonados por el fuego del cielo”.

Siempre está buscando mecanógraf­as que le ayuden en su ciclópeo propósito. Al periódico le llama pan espiritual. Un objeto casi fetichista a lo largo de sus páginas. “… mientras que llegaban hasta mi mirador los gritos de los vendedores de periódicos, los periodista­s, como decía Francisca, las voces de los bañistas y de los niños, que puntuaban como piar de pájaros marinos, el ruido de las olas, que se rompían suavemente”; “no pongo atención en los periódicos, los leo lo mismo que me lavo las manos”; “comenzó por ser un buen periodista. Pero se torció, quiero decir que se hizo ministro…”.

Unos días antes de la muerte de Proust, Howard Carter descubre la tumba de Tutankamón. Jacinto Benavente consiguió ese año el Nobel de Literatura; Albert Einstein, el de Física”. Todo es relativo. Menos la inmortalid­ad de Proust.

 ?? D. S. ?? Vista de la plaza de la Magdalena.
D. S. Vista de la plaza de la Magdalena.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain