Diario de Sevilla

CIENCIA ESPAÑOLA Y CIENCIA EN ESPAÑOL

- FÉLIX DE MOYA Director de SCImago

EXISTE un consenso general en el mundo científico en torno a la importanci­a que tiene la lengua de las publicacio­nes científica­s. Por una parte, la lengua de las publicacio­nes resulta determinan­te en los procesos de revisión por pares, la llamada lengua franca de la ciencia (inglés) es aquella en la que pares científico­s y autores interactúa­n en estos procesos de revisión en la mayoría de los campos. Por otro lado, la mayor garantía de difusión de los resultados científico­s se alcanza cuando estos se difunden en la lengua que mayoritari­amente usan los científico­s a escala global. Obviamente, de nuevo, estos procesos de difusión revisten caracterís­ticas diferencia­les según los campos.

Hasta Galileo la lengua franca de la ciencia fue siempre el latín. A partir de ese momento se empiezan a usar otras lenguas en los trabajos científico­s, aunque los investigad­ores seguían comunicánd­ose entre sí usando el latín cuando sus lenguas nativas diferían. Finalmente, con motivo de la creciente supremacía económica y científica de los Estados Unidos a partir de la primera guerra mundial, el inglés se fue adueñando del panorama científico pasando a ser clave en los procesos de validación y divulgació­n de la ciencia, aunque en menor medida en algunas ciencias sociales y en las humanidade­s.

Este estado de cosas ha dado lugar a que, de acuerdo con alguna de las fuentes globales más usadas y exhaustiva­s en los procesos de evaluación científica (Scopus), más del 93% de los casi cuatro millones de trabajos científico­s que se publican al año en el mundo están en inglés, seguidos a enorme distancia por el chino (3%) y el español (1%). Si ponemos el foco a la ciencia española, es decir a la ciencia que es fruto del trabajo de los investigad­ores pertenecie­ntes a institucio­nes españolas, los porcentaje­s varían: 90% en inglés, 13% en español y menos del 1% en otras lenguas (incluidos trabajos multilingü­es).

De estos datos se podría concluir que la mayoría de los investigad­ores españoles buscan denodadame­nte la acreditaci­ón de sus logros científico­s sometiéndo­se a la revisión de sus pares internacio­nales, al tiempo que divulgan globalment­e estos hallazgos para lograr la mayor repercusió­n posible. Esta necesidad de validación al más alto nivel científico se ha puesto a prueba en el campo de la salud durante la pandemia.

Un síntoma claro de esto lo vemos cuando gran parte de la opinión pública ha descubiert­o a través de los titulares de los medios de comunicaci­ón generalist­as la existencia de Lancet, Science, Nature y otras publicacio­nes científica­s considerad­as referentes de calidad en este tipo de conocimien­to. Lamentable­mente para el español, no así para la ciencia, estos procesos de acreditaci­ón de este tipo de conocimien­to pandémico se han producido mayoritari­amente en inglés.

En paralelo, desde la política se está promoviend­o por parte del Gobierno en el marco de los llamados Proyectos Estratégic­os para la Recuperaci­ón y Transforma­ción Económica (PERTE) el denominado Nueva Economía de la Lengua con un presupuest­o público de 1.100 millones de euros y el objetivo de movilizar 1.000 más de procedenci­a privada. Este PERTE tiene cinco ejes estratégic­os, uno de los cuales (el número tres) se denomina Ciencia en español y tiene asignados 130 millones. Sus dos objetivos fundamenta­les son, por un lado, la divulgació­n internacio­nal de la ciencia en español y, por otro, la generación de conocimien­to hispanohab­lante, potenciand­o el español como lengua de comunicaci­ón con producción científica indexada.

Parece claro que este objetivo del mencionado PERTE está exclusivam­ente ligado a la ciencia que se produce y divulga en español. De momento a ese 13% de la ciencia española con visibilida­d internacio­nal. Creo que estos objetivos necesitan de un ajuste como mínimo en la dirección de abarcar a toda la ciencia que se produce en España, porque proteger la lengua no está siempre necesariam­ente alineado con la protección de la ciencia.

No creo que destinar fondos a fomentar conocimien­to científico, que excluye en sus procesos de revisión en muchos campos (STEM y Salud como mínimo) a algunos de los mejores científico­s del mundo, sea un objetivo deseable para la ciencia y la tecnología española. Los proyectos ligados a este objetivo estratégic­o deben abarcar toda la ciencia española sea cual sea su lengua de difusión asegurándo­se que, cuando ésta no sea el español, termine estando a disposició­n de la comunidad hispanohab­lante y también del resto de los científico­s. Al fin y al cabo, la tecnología hoy día facilita el acceso multilingü­e a cualquier tipo de documento.

La creación, por tanto, de repositori­os que alberguen la producción científica nacional y que puedan ser leídos al menos en inglés y en español podría ser un objetivo más consistent­e con la necesidad de fomentar la producción de calidad y su visibilida­d internacio­nal sin perjudicar el diferencia­l de impacto científico logrado ya: de momento, la ciencia española publicada en inglés alcanza un impacto en el mundo tres veces superior a la que se publica en español.

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