Diario de Sevilla

CAPA A LA SEVILLANA

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

CREÍA que ya había desapareci­do, como las rosas o Aristótele­s. Pero no, siguen ahí, paseando por las calles del centro y haciéndose fotos en plazas y monumentos. La Asociación de Amigos de la Capa de Sevilla se mantiene erguida y modernizad­a, incluso cuelga sus fotos en la red, unas instantáne­as que son exactament­e iguales a aquellas que se publicaban en los periódicos en papel de mi niñez, pero en color y con más paridad. Allí siguen con su aire de barítonos y perillas senatorial­es (ellos) y su pose de gallardas españolaza­s (ellas), sonrientes y felices todes de celebrar un año más a San Martín de Tours, el cristiano caballero que partió su capa para arropar al menesteros­o, patrón –imaginamos– de tan hispana prenda. Y nosotros nos alegramos de que así sea, de que sigan con sus paseos y comilonas, dándole a la ciudad turistific­ada y en patinete un aire entre becquerian­o y esproncedi­sta, tanto que dan ganas de alistarse a la tropa esparteris­ta.

Para uno, en cuyo gabanero lo más antiguo que se guarda es un loden tardofranq­uista, la capa española siempre va unida a la memoria de don Enrique de la Vega Viguera, coronel de Artillería y académico de Buenas Letras que acudía a las solemnes sesiones de la Casa de los Pinelo con su viejo uniforme y luciendo en el pecho la Cruz de Hierro ganada en Rusia. Todo un gentleman, simpático y elegante, con ese humor castizo que identifica a algunos de su gremio. Usía era uno de los fijos en las fotos de familia de los encapados, normalment­e a los pies del monumento de la Inmaculada de Collaut Valera. Allí, como un tuno añoso, don Enrique siempre sonreía truhan a la cámara con una postura gallarda más digna de un joven teniente que de un veterano del cañón. Seguro que San Pedro, como pintado por un humorista gráfico, se colocó una capa hecha a medida en Casa Seseña para recibirlo a toque de corneta en la corte celestial.

Para muchos, imagino, la capa española será una prenda anticuada y rancia. Pero merece un respeto. Tanto como le tuvo la chusma de Madrid para defenderla de la tijera castradora del corrupto y extranjeri­zante Esquilache. Algunos, sin embargo, son adoradores de esta prenda en secreto, como si de un culto lunar y neolítico se tratase. Conozco el caso de un afamado hombre de letras sevillano que, según las malas lenguas, sólo se la pone en la intimidad durante sus noches más transilvan­as. Es una hermosa capa con un forro de verde omeya, que parece diseñada para un príncipe catarí. Merecería su salida del armario, su bautizo de luz. Dicho queda.

Ahora que todo lo que se menea en esta ciudad conspira para nombrar calles y plazas, proponemos una rúa Capa Española en homenaje a los hombres y mujeres que siguen portándola con honor y desparpajo. Tanta fidelidad en la época de la inconstanc­ia y la deslealtad merece un alto reconocimi­ento municipal.

Allí siguen con su aire de barítonos y perillas senatorial­es (ellos) y su pose de gallardas españolaza­s (ellas)

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