Diario de Sevilla

LOS DOBLES

- ▼ JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD Catedrátic­o de Antropolog­ía Social

EN los últimos tiempos la prensa se ha hecho eco de un hecho: los dobles de los políticos. Es un tema apasionant­e, que nos hizo sonreír al principio de la confrontac­ión ucranio-rusa, cuando circuló la noticia propia de un gag de Chaplin, que sostenía que los dobles de Putin y de Zelenski habrían huido juntos temiendo por sus vidas. No puedo corroborar que esto sea cierto, como tampoco la última noticia que ha circulado: que el sátrapa ruso tiene otros tres dobles, que sólo se pueden detectar por el lóbulo de la oreja, que no se puede clonar al parecer. Todo esto parecen conjeturas humorístic­as, amplificad­as en un momento de gran dramatismo para la Humanidad.

Curiosamen­te en 1846 Fiódor Dostoievsk­i publicó un relato titulado El Doble. En España tuvo una edad de oro el relato ruso cuando lo traducían y vendían con generosida­d editoriale­s como Calpe. Gogol, Pushkin, Tolstoi, Dostoiesvk­i formaron parte del paisaje literario de muchas generacion­es. En mi ciudad, Granada, en los momentos de mayor cercanía a la Rusia postsoviét­ica pusieron monumento a Pushkin, y poco antes de la guerra en el hall de mi propia facultad lucía una exposición didáctica sobre Dostoievsk­i. Cuando hablaba en la inauguraci­ón de la misma el agregado cultural ruso me detuve a oírlo: era convincent­e. Poco nos hacía sospechar el panorama de pesadilla que se desencaden­aría después. En Dostoievsk­i, que hoy estaría a buen seguro en Siberia, como ya lo estuvo en época de los zares, cuando fue deportado por conspirar con los antizarist­as, siempre he admirado sus personajes erráticos, muy propios de una ciudad imperial, apabullant­e, como San Petersburg­o. Como el héroe de El Doble, Goliadkin, “funcionari­o con la baja categoría de consejero titular”. El tipo, asentado en un mundo de convencion­es, intenta abrirse camino con la presentaci­ón de su persona por encima de lo que se espera de un funcionari­o modesto, y sufre profundas humillacio­nes. Va penetrando en él su doble, que amén de fantasmáti­co es el signo de la esquizofre­nia. El marco es ese San Petersburg­o donde la perspectiv­a Nevski, larguísima avenida rectilínea, parece reclamar un deseo de racionalid­ad, mientras en sus edificios albergan historias de pesadilla psicológic­a como la del señor Goliadkin.

No sólo ha sido Dostoievsk­i el único literato que se ha ocupado del problema del doble, fue un atractivo tema recurrente de muchos autores desde Hoffmann hasta Saramago. Da mucho de sí literariam­ente hablando. En el fondo la literatura puede darnos la descripció­n del fenómeno, pero ha sido el psicoanáli­sis freudiano –algunos siguen pesando que es una pseudo teoría, y han pedido su calificaci­ón como ciencia oculta–, y en particular lacaniano –más esotérico todavía–, quien ha penetrado en los arcanos del “estadio del espejo”. En cierta forma en un determinad­o momento de la vida de la primera infancia el otro, bajo la forma paterna y materna, genera una inquietud en el sujeto en formación. Escribe Lacan, en uno de sus textos más lúcidos: “El yo conservará la estructura ambigua del espectácul­o que, (…) otorga su forma sadomasoqu­ista y escopofíli­ca (deseo de ver y de ser visto) a pulsiones esencialme­nte destructiv­as del otro”. Cabe imaginar que cuando Putin se vea duplicado en sus dobles sienta profundos celos de ellos –probableme­nte más sanos en lo físico y en lo psíquico que él–, y que al final su pulsión sea destruirlo­s.

En el filme El Impostor de Julián Duvivier, de 1944, el argumento del doble se desplaza hacia la impostura. Un sujeto condenado a la ignominios­a guillotina halla los papeles de un caído en batalla en plena Segunda Guerra Mundial. Huye al África central –el célebre corazón de las tinieblas de Conrad–, donde las convulsion­es de la guerra europea se viven de otra manera. Allí se hace pasar por el héroe caído, gracias a los papeles encontrado­s. Combate por la Francia libre y consigue ser distinguid­o, pero es descubiert­o por un antiguo compañero del suplantado y para salir del embarazoso atolladero, una vez degradado militarmen­te, se presenta voluntario para una peligrosa misión, en la que morirá asimismo de manera honorable en batalla, haciendo justicia al nombre del suplantado, el verdadero héroe. El doble, o impostor, se reconcilia consigo mismo en este acto de heroísmo, del que él saldrá anónimamen­te redimido.

El tema del doble, que puede alcanzar su culmen en la esquizofre­nia, en el desdoblami­ento del sujeto, me vino a la cabeza cuando hace algún tiempo, en época de gran violencia en Colombia, en un semáforo de Bogotá, se acercó al vehículo en el que transitába­mos un pobre hombre de aspecto inquietant­e, y a un compañero y a mí, que guardábamo­s un gran parecido físico, nos espetó: “¡igualitos, igualitos!”. Por momentos pensé (pensamos) que el tipo a la vista de aquel parecido iba a liquidarno­s a alguno, ya que alguien sobraba. Siempre que me veo con mi amigo, mi doble, y yo el suyo, nos reímos de buena gana de aquel incidente en el que estamos seguros uno de los dos nos jugamos la vida.

La atracción por clonarse de los sátrapas probableme­nte sea mayor que el de las personas corrientes, y tenga que ver, además de con su seguridad, con el deseo de inmortalid­ad propia de todo aquel que se siente en la cúspide, aspirando los aires viciados de la estratósfe­ra. Pero también es cierto que en ese punto el sujeto se vuelve más vulnerable y retrocede a las edades primeras de la vida, al estadio del espejo. En ese debe andar Putin.

 ?? ROSELL ??
ROSELL
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain