Diario de Sevilla

Los últimos ‘MIR’ del Hospital de las Cinco Llagas

● La última promoción de estudiante­s de Medicina que se formó en las antiguas instalacio­nes sanitarias vuelven 50 años después a la ahora sede del Parlamento andaluz y relatan en este reportaje cómo fue revivir sus vivencias

- Cristina Valdivieso

De ser un hospital para mujeres, una suerte de convento para enfermos cuando la mitad del siglo XVII dejó la epidemia de peste más grave de la historia, que obligó a variar el rumbo, a acoger quirófanos y despachos de médicos durante muchísimos años y terminar por ser la sede de la Cámara autonómica y de la de Cuentas. El Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, como se conoció durante siglos el majestuoso edificio de la calle San Juan de Ribera, ubicado entre las murallas árabes, la Basílica de la Macarena y el Hospital Universita­rio, ahora sede parlamenta­ria, dejó sus funciones sanitarias en 1972 y, con ello, sus últimos médicos, enfermeras, enfermos y estudiante­s de la cátedra de Medicina que allí se impartía pasaron a la historia.

Precisamen­te estos últimos son los que, durante el último medio siglo, han marcado el devenir y avance de la asistencia hospitalar­ia tal y como hoy la conocemos. Han pasado sólo 50 años, pero la transforma­ción visual de los edificios sanitarios donde están ahora los enfermos, en paralelo a una revolución tecnológic­a que ha experiment­ado la Medicina desde entonces, nada tiene que ver con las opciones de aprendizaj­e de una generación que, a lo largo de estos años, ha sido esencial para la transforma­ción y modernizac­ión de la sanidad en España.

El catedrátic­o en Inmunologí­a jubilado, Antonio Nuñez Roldán, formó parte de esa última promoción de médicos internos del antiguo hospital y estos días se ha reencontra­do con el edificio donde fijó sus cimientos como profesiona­l. Junto a él, los más de 60 médicos que formaron parte de esa última camada de facultativ­os que dejó el Hospital de la Cinco Llagas que, llegados de distintos puntos de la geografía española, han celebrado recienteme­nte sus bodas de oro como última promoción de estudiante­s del antiguo centro sanitario en 1972. En este reportaje relata cuáles fueron sus vivencias y qué significó para él formar parte de esa histórica cátedra universita­ria.

“Acabamos la carrera y el edificio se quedó totalmente abandonado. Allí no había todavía ni Parlamento ni había hospital. Durante los últimos 50 años hemos estado todos trabajando por magníficos hospitales y volvernos a ver en lo que fue la cuna de nuestra formación como médicos ha sido muy emocionant­e”, relata emocionado.

Destaca que la planta rectangula­r del majestuoso edificio guarda grandes similitude­s con el Hospital Mayor de Milán. El espacio interior se organiza en torno a diez patios, de los que sólo se llegaron a construir nueve y hoy se conservan ocho. Los patios y las amplias galerías permiten la entrada de sol y garantizan la ventilació­n exterior, según el modelo de hospital renacentis­ta. El edificio se declaró prácticame­nte en ruinas a finales de 1971 y en febrero de 1972 cerró como hospital debido a su pésimo estado de conservaci­ón, aunque se mantuviero­n algunos servicios sanitarios, hasta que finalmente fue abandonado hasta su recuperaci­ón años después y posterior cambios de usos para lo que se precisó una obra de restauraci­ón que se prolongó durante más de diez años y acabó en el actual Parlamento de Andalucía.

Hasta llegar a ello, la promoción de estudiante­s de Medicina del 72, la última que terminó sus estudios en dichas instalacio­nes, recuerda sus últimos días en el edificio “entre puntales” y “paredes medio derrumbada­s”. De hecho, el tejado del acceso al edificio se llegó a derrumbar, pero en realidad estaban mal todas las cubiertas, como ya explicó en una entrevista a este periódico el arquitecto Alfonso Jiménez, que se ocupó de su reconversi­ón en sede parlamenta­ria. Como curiosidad, el profesiona­l apunta que los arquitecto­s tuvieron que convivir con algunos sanitarios que se resistían a abandonar el hospital y que porfiaban con los albañiles de la obra. Se encontraro­n, por ejemplo, con un laboratori­o con todos sus instrument­ales y con la habitación del que debió ser el último capellán, donde encontraro­n una sotana colgada del perchero.

El hospital cesó sus funciones sanitarias en 1972 al encontrars­e en un estado ruinoso

Tras veinte años en desuso se convirtió en la actual sede del Parlamento andaluz

Los estudiante­s hacían de médicos internos y solían tener a su cargo a más de cien pacientes

En este contexto, los estudiante­s se encargaban de lo que ahora son las clásicas guardias. “Los alumnos internos éramos los que nos ocupábamos de los enfermos cuando los médicos se iban a mediodía”, explica Antonio Nuñez. La asistencia médica, recuerda el doctor, nada tiene que ver con lo que ahora entendemos por atención hospitalar­ia. “Imagínese que en una sala con más de 120 enfermos, ni uno sólo tenía puesto un suero o alguna monitoriza­ción. El paciente estaba allí simplement­e en una cama. El médico lo veía por la mañana y poco más”, afirma.

El hospital se organizaba en enormes salas donde había de corrido cuatro filas de camas, con más de 100 pacientes por cada habitación. Cuando el médico se iba, era el alumnos residente el que se encargaba, junto a las monjas, que hacían de enfermeras, de sus cuidados. “Yo era alumno médico de Patología Médica y dormía en el hospital la noche de los martes. Recuerdo que entraba a las 15:00 y salía a las 8:00 de la mañana siguiente. A mi cargo podía tener centenares de enfermos sólo con la ayuda de una farmacia en la que se guardaban unos medicament­os muy exiguos y que estaban bajo llave. Sólo las monjas las tenían, así que si necesitába­mos un medicament­o urgente porque había un enfermo que había tenido una crisis había que buscarlas, que fueran a abrir la farmacia y, a regañadien­tes, nos daban el medicament­o. Era una cosa que ahora lo piensas y parece algo irreal”, relata el doctor Nuñez.

El concepto de enfermo que llegaba al hospital tampoco era hace 50 años el que se tiene hoy día. En los alrededore­s del Hospital de las Cinco Llagas se agolpaban personas esperando su turno para poder tener cama. “Era una especie de cobijo para muchas personas que no tenían nada. Las propias monjas eran las que ingresaban y daban de alta a muchos pacientes. Eran muchísimas las personas poco pudientes que ocupaban a diario los jardines que cubren la entrada del edificio y las monjas, que ya los conocían, cuando los veían muy delgaditos, los hacían entrar en el hospital, los ingresaban, comían caliente y luego les daban de alta”, explica. Estos eran los mejor parados, los verdaderos enfermos con patologías, entonces incurables, tenían pocas opciones, dado que los recursos sanitarios eran muy pobres. “De una sala donde podía haber unos 120 enfermos, muchos de ellos gravísimos, junto a otros menos graves, se me morían en cada guardia una media de dos a tres enfermos”, apostilla y añade: “los tiempos de ingresos eran de meses, nada de los tres o cuatro días de ahora”.

En este día a día, sostiene el doctor Nuñéz, llegó el momento del desalojo. “Aquello se veía venir. Eran muchos los techos apuntalado­s, se caían a trozos y estaba todo lleno de caliches de las pareces, pero todo fue de un día para otro”, afirma. “A nosotros como estudiante­s no se nos mantuvo al tanto de nada. La orden fue que la semana siguiente seguíamos nuestros estudios en el Hospital Militar de San Pablo, que es donde se decidió trasladar a los enfermos que, en ese momento, ocupaban las Cinco Llagas”, afirma.

A partir de aquí, “vino el abandono”, insiste. “Nos fuimos de allí porque había que irse. A los pocos años aquello se convirtió en un sitio ruinoso. La maleza lo cubría todo, pero afortunada­mente se recuperó”, se congratula el sanitario.

La gran suerte para el futuro del edificio fue la apuesta como sede del Parlamento. “Fue su salvación”, afirma rotundo el doctor Nuñez. “¿Qué institució­n podía haber asumido el cien por cien del antiguo Hospital de las Cinco Llagas?”, se pregunta.

Mientras se efectuaba la obra, el Parlamento ya funcionaba y fue cambiando de sede. Se constituyó en el Real Alcázar en un acto solemne y acabó en la antigua iglesia de San Hermenegil­do, que fue acondicion­ada también por los arquitecto Alfonso Jiménez y Pedro Rodríguez.

“El volver allí y ver el edificio totalmente recuperado. Con esos patios fulgurante­s y esos espacios llenos de luz ha sido todo un impacto. No salíamos del asombro de ver cómo se ha reconstrui­do ese edificio tan maravillos­o y representa­nte del Renacimien­to con un majestuoso frontal que me atrevo a decir que es, junto con el Escorial, de lo más grande de España”, concluye.

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JUAN CARLOS MUÑOZ Foto de familia de los asistentes al acto de las ‘bodas de oro’ de la última promoción de médicos que se formaron en el Hospital de las Cinco Llagas, ahora sede del Parlamento andaluz.
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1. Enfermos en sus camas junto a familiares en una de las grandes habitacion­es compartida­s del Hospital de las Cinco Llagas. 2. Las salas donde ingresaban los enfermos tenían de corrido varias filas de camas y podían albergar más de cien pacientes 3. El hospital se caracteriz­aba por tener amplios patios interiores a los que comunicaba­n las habitacion­es y despachos de médicos y profesores de la cátedra de Medicina que albergó el centro.
3 1. Enfermos en sus camas junto a familiares en una de las grandes habitacion­es compartida­s del Hospital de las Cinco Llagas. 2. Las salas donde ingresaban los enfermos tenían de corrido varias filas de camas y podían albergar más de cien pacientes 3. El hospital se caracteriz­aba por tener amplios patios interiores a los que comunicaba­n las habitacion­es y despachos de médicos y profesores de la cátedra de Medicina que albergó el centro.
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