Diario de Sevilla

Luces de ciudad

En ‘La estación del pantano’ Yuri Herrera fabula sobre el exilio de Juárez en Nueva Órleans antes de ser presidente de México

- Manuel Gregorio González

La estación del pantano es una novela fragmentar­ia y breve donde el escritor mexicano Yuri Herrera fabula –ahora veremos hasta qué punto y en qué modo– sobre el primer exilio de Benito Juárez, futuro presidente de la república de México, en la ciudad de Nueva Orleans. Como el propio Herrera indica en la nota inicial, no hay noticia de Juárez en esta primera estancia de dieciocho meses en Luisiana. “Fuera de las mismas dos o tres anécdotas vagas que se mencionan en las biografías –escribe el autor–, nadie sabe exactament­e qué es lo que sucedió”. Es, pues, en ese silencio de Benito Juárez, extraído de su propia biografía, donde Herrera apronta su imaginació­n. ¿Para qué?, ¿para componer cierta i magen decimonóni­ca de conspirado­r febril, de melancólic­o expatriado, que pudiera ser, sin duda, la del propio Juárez? Aquí es donde comienza el misterio de La estación del pantano, pues a pesar de lo dicho por Herrera, el protagonis­mo de esta novela sincopada, parpadeant­e, escueta, no pertenece al futuro mandatario mexicano, sino, más extensamen­te, al XIX americano y a la ciudad de Nueva Orleans, donde a la trepidació­n de la ciudad misma se añaden otras perplejida­des, la primera de las cuales será el nutrido esclavismo que aún se practica, y que desembocar­á, seis años después, en la guerra de Secesión estadounid­ense.

No faltará, pues, una alusión irónica al viejo presidente Jefferson, próspero dueño de esclavos allá en su Monticello, como antes Washington en Mount Vernon. Sin embargo, y como ya se ha repetido, esta no es la novela de un zapoteca (Juárez lo era), que obser va con af licción el maltrato a los negros bozales traídos del África. Y tampoco es el retrato de un dirigente, del hombre decisivo, libertador o tirano, cuyo curso vital se sigue con minucia. La estación del pantano, puesta a ser novela de algo, es la novela de una ciudad, en su violento y árido reobrarse, junto al agua putrefacta de los pantanos. Esto debería llevarnos, de manera inmediata, tanto a la novela de Twain como a los relatos de Bierce y Chandler Harris. Esto es, a la norteaméri­ca esclavista que vivaquea y que medra en torno al Mississipp­i. Sin embargo, el modelo de Herrera parece ser otro, ciertament­e europeo, en tanto que glosa, al modo del caleidosco­pio, una ciudad del XIX. Dicho modelo es, presumible­mente, Baudelaire. Y en concreto, el Baudelaire de El espleen de Paris, de Los paraísos artif iciales y El pintor de la vida moderna. Pero no solo o no tanto por su retrato en taracea de la urbanidad moderna, lo cual también está en las Iluminacio­nes de Rimbaud o en el Gaspard de la Nuit de Aloysius Bertrand, sino por la idea de anonimato, de profunda imparidad, sostenida en la masa, donde se hermanan el paria, el exiliado, el dandy.

Uno entiende que la idea fugaz que quiere contenerse en estas páginas (el nombre de Benito Juárez solo se dará al momento de partir, cuando regrese a su país para recuperar su completa figura de individuo), uno entiende, repito, que lo que Herrera ha querido traer aquí, siquiera sea al modo de un aroma, es la manera misma en que las ciudades trillan y amasan y pulverizan a una multitud infortunad­a y errática para fabricar, entre el esplendor y el légamo, cierta realidad nueva donde se abre, donde se fragua inopinadam­ente, la posibilida­d de que alguien como Juárez, extraído del agro más humilde, alcance la presidenci­a de un país. Esta realidad prometeica, que en Smollett todavía se presenta como porveniris­ta, pero que en Dickens es ya una monstruosi­dad inhóspita y vertiginos­a –Madrid “rompeolas de todas las Españas”, decía Machado–, es la que protagoniz­a esta pequeña hipótesis novelada, donde sus actores apenas tienen nombre y rostro, y cuyo discurrir es el simple discurrir del fugitivo, del proscrito y el errante. Si esta era la intención de Herrera es algo que no es posible elucidar. Y tampoco si esta Nueva Orleans que aquí se ofrece reviste la solidez apetecida por el autor o es dueña de una tenuidad, acaso involuntar­ia. En cualquier caso, en Herrera está siempre la intención de decir de otro modo, y esto es ya una forma de nombrar lo distinto, lo cual nos devuelve –con la ciudad entre medias– a la vieja ambición del XIX, de decirlo todo y nuevamente.

La estación del pantano. Yuri Herrera. Periférica. Cáceres. 2022. 192 págs. 17,90 €

‘La estación del pantano’ es la novela de una ciudad en su violento y árido reobrarse

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