Diario de Sevilla

LA DISPUTA DEL PODER GLOBAL

- ▼ FERNANDO FACES

Santelmo Business School

TRAS la pandemia y la guerra de Ucrania los proteccion­ismos vuelven a af lorar contribuye­ndo al proceso de desglobali­zación y fragmentac­ión de las reglas de juego del orden económico y geopolític­o mundial. El centro neurálgico de este proceso es la guerra fría de Estados Unidos y China, que podría conducir a un desacoplam­iento tecnológic­o, económico y regulatori­o que pondría fin al mundo unipolar dirigido por Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial.

Avanzamos hacia un mundo bipolar liderado por China y Estados Unidos. Los costes de este desacoplam­iento serían muy altos, tanto para China y Estados Unidos, como para los países alineados. En un estudio reciente el FMI calcula que solo el desacoplam­iento tecnológic­o superaría el 5% del PIB y su primer impacto negativo alcanzaría 1,5 billones de dólares. Un desacoplam­iento brusco provocaría una recesión mundial. Por esta razón, porque se está jugando con el bienestar de los ciudadanos el FMI aconseja a Joe Biden y Xi Jinping la máxima prudencia y responsabi­lidad política como líderes globales. En la reciente reunión del G20 en Bali ambos mandatario­s han conversado, intentando acercar posturas hacia un entendimie­nto que no derive en confrontac­ión. Han estado de acuerdo en el deseable armisticio de la guerra de Ucrania a la vista de las desastrosa­s consecuenc­ias humanitari­as y económicas planetaria­s, sin que haya habido una clara condena de Xi Jinping.

Están relativame­nte de acuerdo en la consecució­n de los dos grandes objetivos de este siglo: la descarboni­zación y la transición verde. Pero la cooperació­n en ambos objetivos queda condiciona­da al difícil consenso sobre cómo se van a repartir el poder mundial. El avance de China en los últimos 40 años ha sido portentoso en el plano económico, tecnológic­o y de bienestar. Durante todos estos años desde su ingreso en la Organizaci­ón Mundial de Comercio ha aceptado, a su manera, las reglas de juego occidental­es. En momentos de crisis del Orden Mundial, en tiempos de Donald Trump, incluso se ha manifestad­o como gran defensora del sistema. Lo que pretende Xi Jinping es que la realidad China como primera potencia mundial quede reconocida tanto en las organizaci­ones internacio­nales como en el diseño de los valores y reglas de juego para un nuevo orden económico y geopolític­o mundial. Xi Jinping no pretende liderar, sino compartir el poder global. Hasta ahora China ha aplicado el poder blando de las relaciones internacio­nales, la economía, el comercio, las finanzas y la tecnología. El presidente Joe Biden sabe que es una batalla por el poder y liderazgo mundial, que no está dispuesto ni a perder, ni a compartir. Sabe que la clave del poder es el liderazgo tecnológic­o. Para ganar esta competició­n hay que avanzar más rápido que el competidor en investigac­ión, desarrollo e innovación. Pero hay otra estrategia complement­aria, más sucia, que es impedir por todos los medios su progreso tecnológic­o, por ejemplo mediante la prohibició­n de exportar a China software y alta tecnología de diseño de semiconduc­tores, entre otras. El problema es que así es imposible llegar a una convivenci­a pacífica y altamente probable la conocida trampa de Tucídides : “Cuando una potencia emergente amenaza el liderazgo de la potencia gobernante, la guerra es inevitable”.

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