Diario de Sevilla

DE COMPRAS

- ▼ CARMEN CAMACHO

ME gusta ir a comprar, pero no ir de compras. Entre lo uno y lo otro hay una diferencia de naturaleza y, por consiguien­te, de gracia. Ir a comprar o hacer la compra, sea de alimentos, de cosas para la casa o para el propio vestido y aseo tiene un grado de razón, un porqué y un para qué, que me agrada (para perder la cabeza hay tentacione­s bastante más sugerentes que el Black Friday). Ello no quita que al comprar nos demos gustos a nuestro alcance. Ir de compras tiene algo de deseo inducido, de despilfarr­o y bandazo, de ruido sensorial que me harta enseguida. Para dar vueltas prefiero los caballitos de la feria. Pero esta última es la línea que interesa al sistema económico actual, la de convertir a los consumidor­es en consumista­s capaces de entrampars­e, ansiosos por el último modelo, pendientes del santoral (con sus días señalaítos) del dios dinero.

Toda esta monserga es muy fácil escribirla, pero entiendo que a buena parte de la ciudad –ricos de no mirar las vueltas son los menos; los pobres más pobres de España son vecinos nuestros, y entre medias estamos el resto de mortales– le sale a cuenta aprovechar las ofertas de este día para hacer las compras navideñas, o les parece muy bien que sobreviva el comercio tradiciona­l, pero ¿quién se puede resistir al paquete de bragas a cinco euros en esa gran cadena de ropa de mercadillo? El entorno de este tipo de compras nos mete en un laberinto de luces, colorines, mangazos de perfume, moquetas coloradas y musiquilla­s que invitan a muchos a volver con el novio o la familia al sábado siguiente. No lo juzgo. Únicamente evidencio que cuando uno de márquetin le llama a comprar “vivir la experienci­a de compra” conviene esconder la cartera y proclamar con la mano sobre las Geórgicas que taraví que te vi, que la vida es otra cosa.

Como feminizado estaba y sigue estando el hacer la compra, también lo sigue estando el ir de compras, ese frenesí alentado por mozuelas inf luencers que nos convencen de lucir gafas con más forja que La Pasarela o vaqueros de campana con pernil a media pantorrill­a. El shopping es un gran negocio del que los sevillanos y sevillanas no son las dueñas sino, como mucho, las empleadas.

Eso sí, ya me he fundido mi Bono Sevilla en unas botas de invierno, no sin dudas respecto a la brecha digital y a la idoneidad de gastar así 600.000 euros de las arcas municipale­s, pues a quienes les aprovecha el bono son a los que compran en un solo comercio minorista por un importe igual o superior a 50 euros. Conozco a más gente que se ha quedado sin él que a quien ha cazado cinco y los ha traducido a jamones.

A lo que iba: que el viernes negro no lo sea para sus bolsillos. Cuídense.

Entre ‘ir a comprar’ e

‘ir de compras’ hay una diferencia de naturaleza y, por consiguien­te, de gracia

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