El cactus gigante del pabellón de México
● El autor reflexiona sobre el estado del ejemplar que se trajo a Sevilla para la Expo 92
Investigador del Real Jardín Botánico de Madrid
SE conmemora este año el 30 aniversario de la Expo 92. Los países hispanoamericanos se volcaron entonces en sus manifestaciones artísticas y culturales. Ante el pabellón de México apareció un cactus de grandes dimensiones. Después de 30 años sigue viviendo en el mismo lugar. Dada su avanzada edad y las peripecias de su viaje hasta Sevilla desde su México natal, merece que se le dedique este pequeño homenaje.
A finales del mes de marzo de 1992 llegó al recinto de la feria sobre un tráiler una extraña jaula que pesaba más de 20 toneladas con un gigante en su interior de 14 metros de longitud, formado por 13 brazos, un tronco y 2 metros más de raíces. Había llegado al aeropuerto de Sevilla en un avión ruso desde Hermosillo en México. Su edad estimada eran 1.500 años, más viejo que la catedral. Ya vivía en tiempos del rey visigodo Hermenegildo y cuando San Isidoro de Sevilla (570-636) escribió sus Etimologías. En 1492 ya tenía en torno a 1.000 años.
Este cactus es de los de mayor talla y vive en el desierto de Baja California, en el valle de los Gigantes, junto a San Felipe y no lejos de Mexicali, junto a la frontera con California en EEUU. Su nombre científico es Pachycereus pringlei y en México se denomina sahuaro o cardón. Pachycereus alude a vela de cera muy ancha (pachy), en este caso gigante. Especie endémica de Baja California y Sonora, en donde estas plantas habitan sobre sustratos muy pobres en materia orgánica. Sus raíces son capaces de fijar nitrógeno gracias a las bacterias que albergan. Llegan a medir hasta 20 metros y el tronco alcanza 1 metro de diámetro. Su madera fue utilizada por la población nativa para construcción.
Sus tallos columnares se dividen en forma de candelabro. Sus espinas pueden llegar a medir 30 cm y servían para tejer lana. Las ramas jóvenes son carnosas y contienen alcaloides, compuestos químicos tóxicos que les defienden de animales que apetecen su carne jugosa en el desierto. Sus flores de color blanco amarillento son muy numerosas y huelen a sandía. Sus frutos globosos miden unos 6 centímetros. Las semillas son de color negro y se comen tostadas. Se estima que un ejemplar puede producir unas 80.000 semillas; alguna llegará a prosperar y producir nuevos cardones.
¿Y quién tuvo la idea de que este ejemplar mexicano representara a su país en Sevilla 92? Juan Siles Aguilera, encargado de la decoración exterior del pabellón de México, conocía bien el Valle de los Gigantes y los más de 4.000 cactus gigantes que allí viven, y se le ocurrió traer uno de ellos a Sevilla. Su proyecto fue aprobado y en diciembre de 1991 comenzaron los trabajos para trasplantar el cactus milenario de América a España. Elegido el ejemplar, se hizo una gran excavación a su alrededor para no dañar sus raíces, éstas de suma importancia en todos los vegetales. Para embalar el cactus se hizo una jaula metálica de hierro a la medida, de unas 4 toneladas. Por fin tres grúas lograron extraer cuidadosamente el cardón y cargarlo en un tráiler especial. El 18 de marzo de 1992 comenzaba el gigante su largo viaje. El trabajo técnico fue realizado por Alfredo
Silvestre Anaya y su equipo. Todo fue un acontecimiento en la región, y a la despedida acudieron miles de personas, que cantaron la famosa canción de Las Golondrinas. Todo ello sirvió para concienciar a los habitantes de la zona del valor natural del Valle de los Gigantes, que fue declarado Santuario de los Sahuaros.
Muchas plantas han cruzado mares y llegado a nuevos lugares, como frutos, semillas o ejemplares crecidos, y sobre todo plantas cultivadas por propio interés humano. Pero sin duda este traslado tan distante de un ejemplar de semejantes dimensiones se trata de un caso único en la historia de la humanidad.
El plan de viaje era en barco desde el puerto de Veracruz hasta Sevilla, pero una buena oportunidad hizo que el cactus volara en un avión ruso desde Hermosillo en México. El 23 de marzo aterrizaba en el aeropuerto de Sevilla con la enorme jaula en su bodega. Fue trasladado al recinto de la Expo 92 con no pocos trabajos y plantado en el lugar en que hoy vive. Después de 30 años está muy bien adaptado a su nuevo medio urbano. Aunque para sus 1.500 años de edad esos pocos años transcurridos suponen muy poco.
Pero Alfredo Silvestre Anaya, encargado técnico, trabajaba dentro del avión, y sin aviso se cerró la bodega y despegó. Y llegó a Sevilla con lo puesto y sin documentación en regla. Los funcionarios sevillanos, viendo las circunstancias especiales, arreglaron el asunto. Fue un visitante invitado durante unos días. A su vuelta a San Diego en EEUU tuvo que pagar una multa.
Cuando visité la Expo 92 quedé impresionado por la magnificencia de este cactus. Enrique Estrada Barrera publicó en julio de 1992 el libro Un cactus milenario. Embajador de México en España, en donde cuenta todos los percances del viaje del cactus.
Este monumento vivo, que tanto trabajo costó traer y que ha demostrado que vive a gusto en su ciudad adoptiva, merece ser tratado con algo más de mimo. Poco costaría modificar ligeramente su entorno y embellecerlo, dejándolo como se encontraba en 1992. Un cartel que explicara su procedencia y sus muchos años, como ya tuvo en un principio, parece que es parte del monumento. Como ya indicó Emilio Cassinello, comisario de la Exposición, este monumento vegetal ha de seguir siendo “un ejemplo de la gran amistad entre México y España” pese a las controvertidas opiniones de algunos políticos de turno.
La idea de colocar este ejemplar mexicano en el pabellón fue de Juan Siles Aguilera