Diario de Sevilla

FERIA DEL LIBRO ANTIGUO ( Y MUERTO)

- ▼ LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

LA Feria del Libro Antiguo, que estos días se celebra en la Plaza Nueva, tiene innumerabl­es virtudes. Una de ellas, quizás la mayor, es que no tiene megafonía, con lo cual no se le da a los clientes la tabarra con los fastos literarios paralelos. En gran parte, porque la mayor parte de los libros que dormitan en los quioscos modelo soviético de este evento fueron escritos por autores que crían malvas en los jardines del más allá. El mes de noviembre es también el de los libros muertos, como también tuvieron que palmar las ilusiones y afanes juveniles de buena parte de esos paseantes ya talluditos que se dedican a ojear viejas novelas sicalíptic­as, ejemplares de La Codorniz o ensayos sobre el Sexenio. El punto alegre e ingenuo lo dan los paracaidis­tas, esos que llegan a la Feria no para calmar el mono de ácaros y letras de antiguo oropel, sino por el azar del paseo matutino o vespertino, según la franja horaria. Llegan estos al quiosco de turno y preguntan a bocajarro: “¿Tienen algo de Antonio Gala?”. Pero, insisto, el público más fetén de la Feria del Libro Antiguo (de Viejo, para ser más exactos) son los miembros de la sección más zombi del cultureteo local, los hombres y mujeres que nunca van al Teatro Central ni al ciclo de “narrativas poscolonia­les y perspectiv­a de género”; aquéllos que pararon el reloj de la literatura en León Felipe (viejo felino hoy denostado) y que, como la piedra del camino, no están hechos para los palacios de la cultura, sino para escuchar con los ojos la voz de los muertos, que es la paradoja con la que Quevedo definió la lectura de los clásicos.

Días de libros muertos. También del recuerdo de los que en su día pasearon el real de la Plaza Nueva y hoy son sombras amigas con las que podemos charlar a la quevedesca manera. En su homenaje, la edición del pregón de la Feria, que este año corrió a cargo de Belén Rubiano y Jesús Marchamalo, ilustra su portada con una sopa de letras en la que se pueden encontrar los nombres de algunos de estos ilustres clientes de Caronte: Aquilino Duque, Fernando Ortiz, Caballero Bonald, Chus Cantero (él sí iba al Central), Becky Buffuna... Bonito y metafórico homenaje este que nos obliga a rebuscar en un caldo tipográfic­o el rastro de los que conocimos y seguimos leyendo.

Mientras, los vivos, podríamos hacernos estos días unas camisetas para ir a la Feria con unos versos de Baroja sacados de Canción del suburbio, cuya nueva edición en Cátedra ha corrido a cargo de Manuel García (poeta, novelista, profesor y encuaderna­dor con taller en el barrio de la Feria): “He recorrido los puestos/ con una constancia fiel/ de culto y grave bibliófilo/ aunque no lo llegue a ser”.

El punto alegre e ingenuo de la Feria lo dan los ‘paracaidis­tas’, aquellos que llegan y preguntan: ¿Tiene algo de Antonio Gala?

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