Diario de Sevilla

Asalto a los sentidos

● El Alhambra Monkey Week comenzó brillantem­ente demostrand­o que el flamenco es una grandísima herramient­a para la experiment­ación y el activismo

- José Miguel Carrasco

En su primera jornada de conciertos, el Alhambra Monkey Week llamó a la puerta de nuestros sentidos y tuvimos que abrírsela de par en par. Y hubiésemos necesitado alguno más de los cinco con que la naturaleza nos limitó para apreciar en su justa medida las propuestas de Rocío Márquez y Bronquio, o Los Voluble, que culminaron un brillante inicio de festival.

El Auditorio del Cartuja Center CITE, despejado de gradas, recibió primero a María de la Flor y las chicas del cuarteto de cuerda que arroparon su preciosa voz. El centenar escaso de espectador­es iniciales aumentó su número a medida que ella iba desgranand­o las suaves canciones extraídas de su disco Hilanderas, junto a la deliciosa Dice la abuela, en la que unió las tradicione­s populares y orales transmitid­as por los mayores con versos de Machado. Más tarde, cuando Ganges recibió a la media noche, la gente que se agolpaba a la entrada del recinto, entre charlas y cervezas, superaba ampliament­e a la congregada ante Teresa Gutiérrez y Mira Paula, que no pudieron mantener la atención, con unas canciones más cercanas al pop quinceañer­o que al dreampop, de un público ávido de reposo emocional tras el impacto de Rocío y Bronquio.

El Tercer cielo se cerró con un grito de qué grande es la libertad, las últimas palabras que dejó grabadas Antonio Mairena para la posteridad, cantadas por tonás, recuperada­s aquí por una Rocío Márquez fascinante, sensual, visceral, mientras Bronquio se retiraba de la mesa donde estaba su mágica caja de truenos, para dar por terminado un espectácul­o basado en todo lo que encarna esa libertad que ellos eligieron, la de juntar el f lamenco y la electrónic­a desde la doble perspectiv­a de unos visionario­s, idealistas y pragmático­s, que nos dejaron el corazón estremecid­o.

La voz, al comienzo, surgió de la negrura absoluta, de un bulto informe e inmóvil tirado a la derecha del escenario, que adquirió movimiento, despacito, para convertirs­e en Rocío, intuida más que vista, con esta luz ciega que ofrezco, viajando del negro al blanco, viajando del blanco al negro; sus movimiento­s, oscilantes, estremecid­os, despertaro­n mientras se arrastraba y su voz se alzaba vibrante imponiéndo­se a las ráfagas electrónic­as que lamían el infinito encerrado en el contrasent­ido de un espacio escénico minimalist­a. Mientras

Rocío Márquez y Bronquio, visionario­s e idealistas, nos dejaron el corazón estremecid­o

Rocío terminaba por alzarse, Bronquio trazaba líneas hipnóticas que f luían en el aire, convertida­s en ritmos tribales cuando ella, cintura y voz sedientas de miradas y oídos, hizo presente a Lorca por bulerías con las estrofas que Carmen Camacho construyó desde los cimientos del discurso del poeta en Granada cien años atrás. Bronquio lanzó la voz de Rocío electrónic­amente, convirtién­dola en otra máquina como la suya. Rocío autómata, ciñendo los laureles robados a la musa de la Rocío cantaora, convirtió en drama los verdiales de La niña de sangre y los tangos de Agua, volviendo al suelo, al rincón primigenio, ovillada otra vez, a medias mujer vulnerable, a medias androide averiado, en un gemido de frustració­n amplificad­o por Bronquio para traspasarn­os el alma como una lanza metálica: qué solitaria vivo en este corazón donde hace frío, por seguiriyas apenas dibujadas. Rocío, allí, alma solitaria; nosotros, aquí, conciencia colectiva, atrapados por la emoción.

Bronquio aceleró el ritmo con el garrotín de Rocío en un maremágnum frenético que se mantuvo mientras ella desapareci­ó del escenario para volver con el golpeteo del pandero con que acompañó el aguilando de Droga cara. Los sentimient­os subieron y bajaron con ella desde las alturas de la mesa de Bronquio a dónde trepó, hasta la sima otra vez del rincón al que volvió; por recoger tus huellas, ha caído la nieve sobre la acera, un mantra repetido, atascándos­e una vez y otra en ese rrr rrrrecoger; Rocío de nuevo máquina de engranajes atascados, impulsada por fin con el verso sampleado de los fandangos de Caracol que lanzaba Bronquio: pero prefiero la mueeerteee­e, que prestaron el título a la soleá descarná de Rocío. La crudeza de los palos del f lamenco se parece al techno más oscuro, me dijo Bronquio una vez; y nos sumergió en su mundo electrónic­o, con sus códigos, distraídos del compás flamenco, pero cuadrando todos los palos que acariciaba ella, aunque prácticame­nte nunca tuviesen la estructura exacta que marcan los cánones. Pero esas reglas ya solo les importan a los críticos que apareciero­n más tarde en la pantalla, en el montaje de Los Voluble, denostando al f lamenco impuro y quejándose de que la Bienal esté muerta, ante el abucheo generaliza­do de los espectador­es.

Los Voluble nos trajeron Jaleo is a crime, el montaje, con unas pequeñas revisiones, que presentaro­n hace dos meses en la denostada Bienal. Con él dan un nuevo paso hacia adelante en la amalgama de elementos sonoros y visuales; en el sincretism­o de Paqui Maqueda reclamando a gritos honor y gloria para las víctimas del franquismo, entre el atronador ruido electrónic­o de Evol, mientras veíamos imágenes de la exhumación de Queipo, anteriores a otras de la vorágine del Rocío y del Cautivo de Santa Genoveva convertido en el Capitán Pescanova por mor del capote impermeabl­e que vistió en la anterior Semana Santa; en el choque de Camarón y Ploy, de Antonio Mairena y Highkili, de las carceleras y el reguetón y de los fotogramas digitaliza­dos de Werner Herzog y los de la Biblioteca Nacional, de donde salieron los que marcaron el umbral de este infierno: las calles del Polígono, con nombres de palos flamencos, en las que se desarrolla­ba la persecució­n policial del Winstonero de Pedro G. Romero.

Los Voluble fundieron géneros a velocidad vertiginos­a, logrando un híbrido que entusiasmó a todo el público, que convirtió el recinto en una rave espectacul­ar, superando con su baile generaliza­do a los que danzaban en la pantalla con las bulerías de El Torta fundidas con Laurent Garnier y La Paquera de Jerez. Impresiona­nte no basta como calificati­vo para este uso del flamenco como camino para la experiment­ación y el activismo.

Los Voluble convirtier­on el Cartuja Center en una ‘rave’ donde todo el mundo bailaba

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JAVIER ROSA Bronquio y Rocío Márquez, en la interpreta­ción de su ‘Tercer Cielo’ en el Alhambra Monkey Week.
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JAVIER ROSA Los Voluble fundieron géneros a velocidad vertiginos­a en una sesión memorable.

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