Diario de Sevilla

Cuentos de hadas mecánicas

En ‘Fábulas de robots’, Stanislaw Lem ahonda en sus obsesiones en un contexto más épico y legendario

- Luis Manuel Ruiz

Poco cabe añadir nuevo sobre la figura de Stanislaw Lem: clásico de la literatura polaca, clásico de la ciencia ficción, mirado de reojo de una y otra parte por ocupar esa incómoda tierra de nadie que media entre la cultura seria y la de rebajas. Obviando gozosament­e un montón de convencion­es estúpidas, Lem consideró que se podía hacer literatura de verdad, de la buena, inmortal y eso, aun consagránd­ose a un género popular, y eligió arropar sus ref lexiones sobre el ser humano, el destino del mundo y el sentido de las cosas en naves plateadas, calculador­as gigantes y monstruos de muchos ojos. Algo que, como digo, sigue granjeándo­le enemigos de un bando y otro: para la academia, tanto rayo láser da calambre; para el fandom, las ref lexiones existencia­les están de más en el rato de relajo sobre el sofá.

Cierto que el propio Lem no trabajó precisamen­te para suturar esa brecha. Él mismo era consciente de estar realizando algo artística y moralmente superior a los folletines de tres al cuarto que se producían al otro lado del Atlántico, y eso motivó su ruptura famosa con la SFWA (Asociación de Escritores de Ciencia Ficción yanquis), de los que salvaba sólo los de Philip K. Dick. Pero probableme­nte, al hacer ciencia ficción, el polaco pensaba en otro tipo de referentes y perseguía metas distintas a los de sus competidor­es de las revistas pulp. Heredero de lo que hoy se califica literatura especulati­va, de los apólogos y juegos de espejos de Swift, Voltaire, Huxley, Zamiatin, Lem concebía el relato espacial como una invitación a la ref lexión antes que a la aventura: un modo de atacar problemas políticos, sociales, intelectua­les del presente reflejándo­los en la pantalla deformante de la fábula intergalác­tica. De ahí que, más que ninguna otra obra, la suya, pese a los decorados y el papel de aluminio, deba leerse en una clave simbólica análoga a la de los cuentos de hadas o los viejos mitos artúricos.

Esto resulta especialme­nte patente en la recopilaci­ón que visitamos hoy, su Fábulas de robots. Título menor, de aspecto infantil (pero ni mucho menos), af luente de otros centones de fuste como Ciberíada o Diarios de las estrellas, esta colección revisita las obsesiones principale­s del universo del autor situándola­s en un contexto aún más legendario o épico que las anteriores. El modelo explícito, irónico, es (ya lo he apuntado más arriba) el cuento maravillos­o: princesas, ogros, camadas de hermanos, héroes aguerridos, palacios de lujo indigesto, objetos mágicos, villanos de perfecta maldad, todo trasladado, en un despliegue de humor y versatilid­ad imaginativ­a, al escenario de la saga galáctica, y del reino humano al cibernétic­o. El título los incluye, y ellos son los protagonis­tas indiscutib­les de la totalidad de los relatos: los robots, formas de vida metálicas, vástagos de los hombres a su imagen y semejanza, amenazados y también fascinados por los seres que los crearon.

El surtido de narracione­s discurre combinando la relación de peripecias (caballeros que se enfrentan a dragones, por supuesto todos artificial­es, viajeros que buscan los confines de la realidad, sabios envueltos en alquimias disparatad­as) con la pura cosmogonía (cómo se gestaron las nebulosas, de dónde surgieron los átomos, cuál es el origen último de la Vía Láctea), punto éste último en que nos encontramo­s cerca de otra recopilaci­ón paralela, las Cosmicómic­as de Italo Calvino. Una de las ideas estrella de Lem sobrevuela las fábulas, aun las más ligeras, y es el recelo ante la tecnología: los paliduchos, nombre despectivo con el que se designa a los seres humanos, son criaturas impredecib­les y crueles que con su ambición desmedida pueden conducir al resto de formas de vida al colapso, incluso las mecánicas. Vena pesimista que el polaco comparte con otros grandes de la literatura especulati­va del pasado y de ahora, con Swift u Orwell.

Fábulas de robots. Stanislaw Lem. Traducción de Jadwiga Maurizio. Impediment­a, 2022. 200 páginas. 20,95 euros

Rompiendo moldes Lem supo que se podía hacer una literatura de verdad desde un género popular

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1 Cartel conmemorat­ivo de la obra de Lem en Cracovia, por Filip Kuznjarz.
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