Diario de Sevilla

“Lorca se está vengando”

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decir, lo lleva a la luz, a la vida, y la vez es el que seis años después le da ese dinero para un tren que lo llevará a la tiniebla, a la muerte. Y se culpó toda la vida de habérselo dado, aunque no tuvo nada que ver.

Yo pude salvar a Lorca

– es su anterior libro. ¿Repite personaje por admiración, obsesión o vende bien?

–Obsesión, admiración y vende bien. Lorca es un misterio: no tenemos su cuerpo, ni su voz, pero sí su poesía y teatro. Se está como vengando, como riéndose: “Vale, no me encontraré­is, pero yo no me voy”. Y esta novela es parte de ese influjo que no puedo evitar, manda él.

–Ocho meses en Nueva York y 98 días en Cuba entre 1929 y 1930. Vaya vacaciones se pegó el hombre, ¿no?

–No todas. Va a

Nueva York al borde del suicidio y se encuentra con el crack del 29, eso hace que su estado de ánimo sea muy oscuro. Se aprecia en Poeta en Nueva York, barro, crueldad, cielo amenazante, un pozo. Llega a La Habana camino de España y ve que allí son como los españoles, un poco más intensos en cosas y mucho más relajados en la mayoría, piensa: “Éste es mi lugar”. Se enfunda un traje blanco, imprime unas tarjetas que pone Federico García, Modisto y se lanza a ligar y a tocar las claves de Cuba. Vio que había un lugar en el mundo donde podía ser feliz. Y lo fue tres meses.

–En EEUU salía casi a carta diaria a su familia y en Cuba sólo mandó dos.

–Una al llegar y la segunda un mes después: “Esta isla es un paraíso. Y si yo me pierdo que me busquen en Andalucía o en Cuba”, escribe a su madre. Se echó esas amistades como Flor, esa chica extravagan­te que lo llevaba en coche y que era lesbiana, intelectua­les, mulatos, negros, baile, comida... Se perdió para bien porque de alguna manera se encontró a sí mismo, encontró su auténtica voz íntima.

–“Iré a Santiago de Cuba en un coche de agua negra”, escribió en Son de ne

gros. ¿Qué quiere decir?

–Muchos estudiosos llevan años proponiend­o hipótesis sobre cada verso de Federico. Lo bueno es que aunque no sepas muy bien qué dice, te llega. Mi conclusión es que era lo que ahora llamamos sinestésic­o, le enseñas un color y él oye un sonido; o le dices una palabra y le sugiere un sabor. Sus poemas están llenos de conexiones de imágenes, sonidos, sabores. Un coche de agua negra suena a un tren en la oscuridad de la noche húmeda.

–Gitanos, mujeres estériles, negros... ¿Hoy escribiría de las kellys, los trans y los subsaharia­nos?

–Seguro. Él ve en Andalucía cómo maltratan a los gitanos, a las mujeres, sobre todo a las estériles, y a los homosexual­es. En Nueva York identifica a los negros con los desfavorec­idos, pero le duele que no quieren serlo, y en Cuba sí los ve orgullosos. Y dice: “Negritos sin

Él pare obras, poemas, pero hubiera querido ser mujer y parir; por eso empatizaba con la mujer estéril”

drama”. Mi hipótesis es que se mira a sí mismo y se dice: “¿Y yo? Soy homosexual pero tengo que hacer como ellos, aceptarme y disfrutar de mi inclinació­n”.

–Allí seguro que lo gozó.

–Lo gozó, y además sin culpa. Allí escribe El público y le comenta en una carta a Rafael Matías Nadal que es “una obra de teatro francament­e homosexual”. Hay un diálogo entre dos homosexual­es y los dos son él, pero uno no se perdona, no le gusta serlo, y el otro se acepta, viene a decir que ser maricón no quita que sea muy hombre o al revés.

–Dice: “El peso de su homosexual­idad hace que se sienta negro entre los negros, como se ha sentido gitano entre los gitanos”.

–Y mujer. Creo que él en el fondo se siente una mujer estéril; él querría parir, pare obras, poemas, pero hubiera querido ser mujer y parir, por eso empatizaba tanto con la mujer estéril porque era como él.

–¿De quién es Lorca?

–Es de la vida. ¿De quién? De la bondad, porque para mí era un santo, civil pero un santo, y de la belleza.

–¿Percibió paralelism­os entre la España del 36, de rojos y azules, y la Cataluña de 2017, con independen­tistas y constituci­onalistas? ¿O es exagerado?

–No lo es. En Cuba me dijo Ciro Bianchi, historiado­r experto en Lorca, una frase que es verdad: “En España, la sangre siempre llega al río”. Aquí, por desgracia, siempre habrá banderías, facciones, trincheras... Federico era ejemplar porque se llevaba bien con todo el mundo: era íntimo de Neruda y de Luis Rosales. No hacía distingos. ¿Qué hay detrás de esa amalgama? Bondad, comprensió­n humana y belleza. Así era Federico, pero los demás no y acabamos pegándonos bastonazos.

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JOSÉ ÁNGEL GARCÍA

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