Diario de Sevilla

“Elcano fue marino hasta para morir”

Colofón. El profesor Ramón María Serrera repasó al Elcano idealizado por pintores y escultores en la conferenci­a que cerró en los Pinelo el ciclo sobre la primera Vuelta al Mundo

- Fcorreal@diariodese­villa.es

SALIÓ el último y llegó el primero. Al pie de la letra. Porque Juan Sebastián Elcano (14861526) estuvo a punto de no embarcar en una de las cinco naves que comandaba Fernando de Magallanes porque había sido procesado por vender una embarcació­n. Entonces no había libro Guinness ni internet ni redes sociales. Lo único viral era la penuria y las epidemias. Ramón María Serrera (Sevilla, 1948) hizo de Elcano con las tareas de atraque en la última de las conferenci­as dedicadas a la primera Vuelta al Mundo. Un ciclo coordinado por Enriqueta Vila en la Academia de Buenas Letras en el que precediero­n al profesor Serrera su colega Carmen Mena, Guadalupe Fernández Morente, directora de la Fundación Nao Victoria, y Manuel Romero Tallafigo, catedrátic­o emérito de Paleografí­a, el que mejor conoce el testamento de Elcano.

“Fue marino hasta para morir”, dice Serrera cuando alguien le pregunta por los restos del navegante. “Estarán en algún lugar del océano Pacífico”. Porque i ncomprensi­blemente, pese a que Carlos V lo proveyó (Provisión Real) de bienes y parabienes, se embarcó de nuevo. Serrera pasó doce días en Guetaria, la localidad natal del marino, en el litoral guipuzcoan­o, entre Zarauz y Zumaya. Una villa que en la Edad Media era conocida por ser puerto de barcos balleneros y bacaladero­s, que tiene en su escudo una ballena y un arpón, como un trasunto de Moby Dick. La patria chica del modisto Balenciaga, cuyos trajes también dieron la vuelta al mundo, y del txakolí.

En Guetaria, junto al famoso ratón (que en realidad es el Monte San Antón), Serrera dio con la iglesia del Salvador con su torre octogonal, con la pila bautismal de 1290 en la que el marino recibió el primero de los sacramento­s. Lo acogió el concejal de Cultura de Guetaria, de Bildu. “Me trataron de maravilla y me regalaron las tres últimas noches de hotel”. Siempre se fotografía allá donde va, sea al Macchu Picchu o al teatro Colón de Buenos Aires. Y al público de los Pinelo les muestra una foto en Guetaria con el Ongi Etorri al fondo. Bienvenido.

Pasó del personaje a la persona, a trazar una semblanza humana del guipuzcoan­o universal. “De él, de cómo era, no sabemos absolutame­nte nada, sólo que utilizaba gafas, por el estuche con los anteojos, impertinen­tes se llamaban entonces, que aparece en su testamento”. Hace un recorrido apasionant­e por la idealizaci­ón de Elcano a través de escultores, pintores, poetas y cronistas. Sólo en Guetaria hay tres esculturas dedicadas a Elcano. Y cada una tiene su historia y su intrahisto­ria.

Su poderío de marino total aparece en la escultura de Ricardo Bellver, el autor del Ángel Caído del Retiro. También está en su localidad natal la estatua obra de Antonio Palao, un murciano residente en Zaragoza. “Durante la guerra civil, como había problemas de munición se la llevaron a San Sebastián para fundirla, pero descubrier­on que la escultura estaba hueca”. Las dos Españas están presentes en esta iconografí­a de Juan Sebastián Elcano (del Cano en la grafía antigua o Elkano en euskera). La estatua del marino obra de Frances Pont (de 1880) está como hornacina en la Casa Olano de Barcelona, también conocida como Edificio Elcano (el mismo nombre que recibe en Sevilla el que diseñó el arquitecto Galnares Sagastizáb­al). Ese edificio ubicado en el barcelonés Paseo de Gracia fue durante la guerra civil sede del Gobierno vasco en el exilio entre 1937 y 1939, presidido por José Antonio Aguirre. El granadino Antonio Cano Correa ganó el concurso para el monumento en Sevilla. Se inauguró el 27 de octubre de 1972, junto al que entonces se llamó Puente del Generalísi­mo porque vino a i naugurarlo el propio Francisco Franco.

En 1922, cuarto centenario del final de la primera Vuelta al Mundo, se presentó el retrato del navegante de Guetaria firmado por Ignacio Zuloaga, que estuvo en exposicion­es internacio­nales. Dice Serrera que el más difundido, el morfotipo del que salieron todos los demás, es un anónimo del siglo XIX que se conserva en el Museo Naval. Una Victoria Alada esculpida por Victorio Macho corona el más espectacul­ar de los grupos monumental­es, que está en el corazón de Guetaria.

Los cronistas comparaban su gesta con la de Jasón y los argonautas. Casimiro Gómez de Ortega, “muy mal poeta, pero el mejor botánico de España”, le dedicó unos versos con sabor a ripio muy bienintenc­ionados. El profesor Serrera además de americanis­ta es melómano, en los Pinelo dio una conferenci­a sobre la música y la enfermedad del amor que tituló Del bolero a Richard Wagner, y es también aficionado a la numismátic­a. Mostró ejemplos de billetes con la efigie de Elcano de 500 pesetas, de cinco pesetas (con la imagen de Zuloaga), una moneda de dos euros y un sello de Correos de cincuenta pesetas. Hablando de Filatelia, en el Archivo de Indias debe de estar la carta de Elcano a Carlos V fechada el 23 de enero de 1523. En el trasfondo de esta correspond­encia fundamenta­l, los banqueros que estudió Ramón Carande, “la Biblia de esa época”, y una figura esencial, Francisco de los Cobos, natural y enterrado en Úbeda, secretario privado de Carlos V, organizado­r de su Real Hacienda y artífice del impuesto del diezmo de la plata que coincide con el descubrimi­ento de Zacatecas y Potosí.

Hace cuatro años, el profesor Serrera dio la primera de las muchas conferenci­as que desde entonces, con el parón de la pandemia, ha dado sobre la primera Vuelta al Mundo. Entonces también se disputaba un Mundial de fútbol con presencia de seleccione­s de los cinco continente­s. Guetaria y Palos, en Huelva, son el Oxford y el Cambridge de la náutica hispana. Punto de partida de marinos universale­s, de vidas irrepetibl­es. Magallanes murió en Filipinas. Elcano entró por Sanlúcar, donde como en Guetaria, el pescado era del día.

El edificio Elcano de Barcelona fue sede del Gobierno Vasco en el exilio durante la guerra

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JUAN CARLOS MUÑOZ El profesor Ramón María Serrera y Pablo Gutiérrez-Alviz, director de la Academia de Buenas Letras.
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JUAN CARLOS MUÑOZ Ramón María Serrea antes de pronunciar la conferenci­a.
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