CARTAS GALLEGAS
UNA distinguida señora me comentaba la opinión que un reconocido marchante de arte tiene de Sevilla: “Es una ciudad sin arquitectura de prestancia y muy pobre de materiales”. Quizás este perspicaz varón no comprenda que la gracia de Sevilla reside, precisamente, en que está hecha de humilde barro, como el hombre del Génesis y los pájaros que Jesús niño echa a volar en los Apócrifos. El Mudéjar, nuestro estilo nacional, es eso: ladrillos, azulejos, olambrillas... barro. Después está el Barroco, pero eso no es más que una hojarasca, un engaño de oropel con el que se privó de luz a los antiguos templos bajomedievales. Lo explica muy bien el arquitecto Honorio Aguilar. Pregúntenle a él.
Orgulloso estoy, pues, de nuestra arquitectura franciscana o babilónica (a escoger según el gusto de cada uno). Pero eso no significa que a uno no le choque ver en ciudades mucho más pequeñas que Sevilla las grandes vías de las que carecemos, con ese estilo parisino-madrileño que le dan gran porte y rimbombancia. Nosotros lo intentamos con la Avenida, pero no nos salió. Un ejemplo de lo dicho es Vigo, cuya población no llega a 294.000 habitantes, pero tiene rúas que son propias de la capital de un i mperio ultramarino, incluso en estos días de su afamada iluminación navideña, un catálogo de horrores electrificados. ¿Porqué Vigo sí y Sevilla no? Probablemente es la diferencia entre ser una ciudad industrial y una agrícola-funcionarial. O entre una urbe aristocratizante y otra burguesa. Quizás aquí nos dedicamos a adornar iglesias y cortijos en vez de construir grandes edificios con atlantes y cariátides. Quizás, sencillamente, aquí no hubo –y sigue sin haber– un duro.
Otra gran diferencia entre Sevilla y Vigo es la limpieza de las calles. La comparación sólo puede provocar rubor. ¿Por qué Vigo, pese a tener las avenidas repletas de gentes disfrutando de bombillas y papanoeles, sigue completamente limpia mientras en Sevilla cualquier mínima aglomeración da como resultado un muladar? ¿Los herederos de Tartessos y Al Andalus, con nuestras leyes en verso y nuestros reyes poetas, tenemos fatalmente el gen del cochino? Es pisar el aeropuerto de vuelta y empezar a ver esos manchurrones negros que motean nuestros pavimentos, los papeles por el suelo, las latas pateadas... Y atrás queda Galicia, con sus calles limpísimas –en las que se puede comer sin remilgos centollas, queixo de tetilla, pulpo y lacón– y sus tradiciones celtas de hace tres días.
Una de las grandes diferencias entre Sevilla y Vigo es la limpieza. La comparación produce rubor