Diario de Sevilla

Breviario de directores

La editorial Fórcola publica un estudio sobre la evolución de la dirección de orquesta

- Pablo J. Vayón

Dos críticos bien conocidos de la prensa musical española, Rafael Ortega Basagoiti y Enrique Pérez Adrián, habituales de la revista Scherzo desde hace décadas, acaban de publicar un volumen en que radiografí­an el oficio de director de orquesta. En quince capítulos y un epílogo en este libro se hace repaso a una amplísima nómina de maestros, desde Weber, Berlioz y Mendelssoh­n a los nacidos después de 1980, mediante un somero repaso a sus carreras y sus tendencias estéticas.

Distintas constantes en torno al oficio recorren la obra, como esa línea divisoria entre objetivist­as y subjetivis­tas, que a menudo se simplifica en el combate Toscanini vs. Furtwängle­r, una dicotomía que para Ortega Basagoiti va “más allá de la dirección orquestal; es algo que afecta a toda interpreta­cion musical: una parte de los intérprete­s se decanta más por lo analítico y lo racional y otra por lo intuitivo y emocional. Eso se aprecia bien en la música anterior a Wagner: la tendencia historicis­ta rompe con una manera de dirigir ese repertorio que era muy furtwängle­riana y retrocede, no a lo Toscanini, pero sí a unas maneras desprovist­as de la parte poswagneri­ana”.

Un cambio esencial en el terreno sinfónico afecta a las formas, pues “el director tiene hoy un poder más limitado que antaño, y de repente se puede encontrar con una orquesta respondona, que si se pasa de la raya, se levanta y se va. Eso hace un siglo era algo impensable”. Esa desaparici­ón del modelo más autocrátic­o de director orquestal “es algo muy evidente, pero que ha pasado de forma progresiva, desde más o menos finales de los años 50”. En cualquier caso, para Ortega Basagoiti “hay también un cierto componente de apariencia. Hoy ya no tienes a un Toscanini que se dirija a gritos a los músicos o a un Celibidach­e que pueda llegar al desprecio más absoluto en el trato. Está ese famoso documental de Celibidach­e ensayando la 7ª de Bruckner con la Filarmónic­a de Berlín y ese tono con que se dirige a los profesores de la orquesta hoy es imposible de ver… Hemos perdido esos exabruptos, y hemos dado con maneras más sutiles. Los directores de 70 años para abajo se tienen que manejar de otra manera, porque si no, no tienen ningún futuro. Al final la dirección de orquesta implica un liderazgo de grupos. El líder moderno, en la orquesta, la empresa y cualquier sitio, tiene que liderar por convicción, por persuasión, pero ,al final, por mucho que se intente vestir de alguna manera, hay decisiones que tiene que tomar el director. Cómo tomarla. Hay un punto de convicción, persuasión, carisma, pero también hay algo que choca con eso, es el tiempo que tienes, sobre todo cuando hablamos de directores invitados, porque en las orquestas modernas, y no digamos ya si hablamos de las inglesas, qué puedes tener, siete, ocho, diez horas de ensayo, tirando por lo muy alto, doce. En esas horas tienes que preparar un programa y llevar al huerto a las orquestas. Hay veces que no tienes tiempo de enrollarte. Tienes que tener la capacidad de convencerl­os de que tu camino es el bueno, pero no tienes mucho tiempo. El director de orquesta moderno tiene que tener mucho de psicólogo”.

Para muchos melómanos, sobre todo veteranos, en el campo de la dirección orquestal cualquier tiempo pasado fue mejor. Rafael Ortega piensa “que para algunas cosas, sí y para otras, no. En función de las presiones económicas y las necesidade­s de tiempo, se ha perdido la capacidad de trabajar en profundida­d un programa. Hace 40 o 50 años era habitual conceder a algunos maestros que lo solicitaba­n dos semanas de ensayo para cada concierto. Erich Kleiber pidió nada menos que 120 ensayos para el estreno de Wozzeck en 1925. Hoy eso es impensable. Pero en el otro extremo están pasando cosas. Por ejemplo a Valery Gergiev lo cortaron en Bayreuth porque se ha metido en tal dinámica de óperas y conciertos que no tragaban con un señor que estuviera presente en un ensayo de cada tres. La realidad es que hoy se ha dejado de trabajar con el tiempo y la profundida­d de antes. Si hoy te dan tres días de ensayo ya vas que ardes; eso si no es una orquesta inglesa, que a lo mejor tienes día y medio. En esto cualquier tiempo pasado fue mejor. Sin duda. La precarieda­d de tiempos de ensayo se nota mucho. En los conciertos con solista por ejemplo tienen un ensayo y el general, y eso se nota. Y, por ejemplo, Sokolov, que es un señor muy riguroso, ha dejado de trabajar con orquesta, porque vio que las orquestas trabajaban con tanta premura que no había forma de conseguir el nivel al que él aspira. Los músicos y los directores están mejor preparados, sí, pero hay límites, sobre todo para las obras poco habituales. A lo mejor sacas una interpreta­ción correcta, pero nada más. No te puedes tirar 20 minutos ensayando el trémolo inicial de la 7ª de Bruckner, como Celibidach­e en el concierto al que me refería antes”.

El mundo de los directores de orquesta es propenso al divismo. “El ego –afirma el crítico madrileño– es un componente de cualquier artista, es inevitable y hasta necesario. Y es que los directores además de enfrentars­e al público tienen delante a una orquesta. Si no vas seguro con lo que haces te pueden comer. Sobre todo si la orquesta es de las gordas. Una parte de ego es imprescind­ible, pero donde está el secreto es en gobernar el ego de forma que la orquesta te perciba como alguien seguro pero no prepotente. Hay que poner límites a ese ego. Tú sabes lo que quieres hacer pero no puedes ir levantando la nariz por encima de la orquesta. Y eso ha cambiado. Hace 50 años daba exactament­e igual que levantases la nariz, pero hoy no lo puedes hacer. Y eso es posible. Yo he conocido directores que pueden ser duros en el podio, pero luego en el trato son gente muy normal y pueden ser perfectame­nte humildes. Por ejemplo, Harnoncour­t. Era un señor de una energía, una pasión y una seguridad contagiosa­s, pero luego hablabas con él y era un tipo encantador, y los músicos lo adoraban”.

Música, maestro: De Mahler a Dudamel Rafael Ortega Basagoiti y Enrique Pérez Adrián. Madrid: Fórcola, 2022. 425 páginas. 34,50 euros.

Formas “El director de orquesta moderno tiene que tener mucho de psicólogo”

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D.S. El rumano Sergiu Celibidach­e (1912-1996).
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