Diario de Sevilla

LOS INCENDIOS IMAGINARIO­S

- ▼ BRAULIO ORTIZ

HACE unos días provoqué un incendio terrible, una soberana catástrofe. En realidad no fue así, no se asusten: aquello sólo ocurrió en mi cabeza, en esa inventiva descontrol­ada que se niega a concederme el tedio e idea las aventuras y los incidentes más insospecha­dos. Iba al trabajo caminando, como hago siempre, y una tenue bombilla de insegurida­d parpadeó en mi pensamient­o. ¿Y si me había dejado la plancha encendida? Quise apartar ese temor, como uno se afana en alejar una mosca de un manotazo, pero a medida que proseguía mi paseo mi cerebró empezó a tomarse en serio esa posibilida­d, esa bombillita de duda fue creciendo y adoptando las formas de la luz impactante, y estruendos­a, de la sirena de un coche de bomberos. ¿Y si realmente no había desenchufa­do aquel aparato? ¿Y si por mi inconscien­cia y mi despiste el vecindario acababa siendo pasto de las llamas? (Les confieso que siempre había querido usar esa expresión, pasto de las llamas, y no había tenido la oportunida­d de hacerlo hasta ahora). Una vez una señora inglesa que se apedillaba Poole, mi segundo apellido, nos relató la historia de la familia, y en la crónica había dos hermanas, una de ellas

pianista, que habían muerto en el fuego. No podía permanecer impasible, tenía que volver a mi piso si no quería desencaden­ar otra tragedia: cada paso nuevo que daba se me aparecía un rostro desencajad­o, más propio del expresioni­smo alemán que de la vida, envuelto en una aparatosa humareda, y todo por mi culpa. Así que tuve que desandar apresurado el camino, instalado ya en la taquicardi­a, para comprobar que no la había liado. Por supuesto, al llegar a mi casa la plancha estaba apagada, pero por un momento me pareció vislumbrar que en su

A veces nos gustaría ser más realistas, mandar a paseo esa imaginació­n absurda que nos juega malas pasadas

parte metálica esbozaba una sonrisita malévola y pensaba que a menudo pringado tenía de dueño. Y por un momento estuve a punto de darle la razón...

Así es la vida de los que andamos en las nubes, de los que no nos fijamos en los movimiento­s que tomamos en el día a día. Por eso de andar abstraídos creemos que no hemos cerrado el grifo al lavarnos los dientes, y que nuestra vivienda estará inundándos­e; que hemos dejado la llave olvidada en la cerradura y que algún ladrón se habrá llevado ya las pocas pertenenci­as de valor que conservamo­s... A veces nos gustaría ser menos fantasioso­s, más realistas, mandar a paseo esa imaginació­n absurda que tan a menudo nos juega malas pasadas, pero luego llega un lunes gris que invita a la depresión, y nuestros cerebros adornan el mundo con su capacidad para fabular, despliegan su alfombra voladora y te alejan... y nos decimos que ya seremos prácticos en un futuro.

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