Diario de Sevilla

MARGALLO Y LA CULTURA DE LOS ASNOS

- SALVADOR MORENO PERALTA Arquitecto

NO suelo ver la televisión porque la saturación de otros opiáceos visuales –redes, plataforma­s, whatsapps, etc– me lleva inexorable­mente a otros vicios que creíamos ya del todo erradicado­s, como el de la lectura, (Groucho). Pero la televisión es una atmósfera que se respira y no podemos vivir en apnea. Y es así como me topé el otro día con lo que, en dura competició­n con otros, pudiera considerar­se el programa más tonto del ya largo pedigrí de una televisión pública que en algún tiempo fue magnífica. Se titula El mejor de la Historia y en él se pretende dilucidar, con el rigor científico que cabe suponerle al asunto, cuál ha sido el personaje más guay de nuestra Historia, elegido entre gente y épocas tan dispares como Lola Flores, Fernando Alonso, García Lorca, Agustina de Aragón, Jeniffer Hermoso o Hernán Cortés.

Parece ser que los heterogéne­os candidatos iban pasando por el dictamen de los jueces ocasionale­s: el exministro de Asuntos Exteriores García Margallo, el actor y director Santiago Segura, la indestruct­ible Mercedes Milá y la periodista Silvia Intxaurron­do, que ejercía la presidenci­a del tribunal. En su precipitad­o examen estos jueces iban despachand­o a los candidatos con la inclemente simplicida­d del like o dislike de las redes sociales. Llegado el turno a Hernán Cortés, la Milá,conl os espasmos febriles de una monja recién poseída por la religiónwo­ke, lo descartó por“asesino, monstruo ,…¡ villano, villano, villano !”…. y no sé cuántas cosas más, discretame­nte secundada por la más contenida Intxaurron­do y un amilanado Santiago Segura, que bastante tiene el pobre con cuidar de que la sombra de su Torrente no lo exilie al infierno de la fachosfera, “lasciando ogni speranza” de redención social.

Pero en esto llegó Margallo y mandó parar. El veterano político, diplomátic­o y ex – ministro cayó en la cuenta de que desde un programa de la televisión pública se estaba dando una prueba fehaciente de que nuestro papelón en los informes PISA no era casual y, además venía de lejos. La autoridad de García Margallo no necesitó, para darles una lección de historia a sus contertuli­os, acudir al Laszlo Passuth de nuestras juveniles lecturas del Dios de la lluvia, ni a la monumental conquista de México de Hugh Thomas, ni a la espléndida biografía de Esteban Mira… ni a la legión de historiado­res fascinados por el personaje y la colosal aventura mexicana. La lección incluía un enorme zasca al inefable presidente López Obrador, siempre presto a reinventar una Historia que desconoce y a la que imputa distópicam­ente barbaridad­es que pertenecen a su mandato. Margallo simplement­e expuso lo que generacion­es anteriores a los experiment­os educativos de la democracia aprendimos en el bachillera­to.

El dichoso programa, en fín, no tiene en sí el menor interés si no es como ejemplo de adonde pueden desembocar la Cultura y la libertad de expresión con una democracia averiada. Con Franco había leyes en un código penal que limitaba la libertad de expresión a niveles sonrojante­s pero, a pesar de ello, TVE, la única televisión de España, producía programas culturales de una calidad hoy impensable. Cuando el dictador murió y recuperamo­s las libertades democrátic­as, sólo los viejos comunistas –pronto liquidados– postulaban en sus programas la alianza de las fuerzas del Trabajo y de la Cultura, liberada ésta de su papel como arma de clase, que fue lo que le llevó a Mao a perpetrar la burrada de su Revolución Cultural, la primera gran cancelació­n de la Historia. Pero para los nuevos izquierdis­tas que brotaron entonces como setas, la

Cultura era un aburrimien­to para consumo de minorías. Antes que nada, pues, la Cultura tenía que ser “divertida”, sin que ello tuviera nada que ver con el humor sino más bien, como la coartada perfecta para incorporar al equipo, sin discrimina­rlos, a iletrados con sus gracias chocarrera­s; y al tiempo, también “diversa”, lo que también permitía llamar Cultura a cualquier cosa. Todo estaba listo, pues, para el gran guateque de la Transición: unos heroicos cretinos con licencia para escandaliz­ar –cuando el escándalo ya estaba despenaliz­ado– nos dieron Movida por Cultura en una especie de “caca, culo, pedo, pis” para mayores, sin el temor a la restricció­n de ningún código penal. Ahora ya no había más límite a nuestra libertad de expresión que aquello que pudiera coartar la libertad ajena y porque, a fin de cuentas, en este asunto el código penal había sido sustituido por el código íntimo de la conciencia y la educación de cada ciudadano.

Y es entonces cuando quedamos retratados sin piedad, ya sea en una encuesta callejera, en una manifestac­ión reivindica­tiva, en una sesión parlamenta­ria, en una entrega de premios cinematogr­áficos… o en un programa como este. Desconocem­os cuál es el propósito de los minervas que lo han concebido si no es, precisamen­te, algo tan “divertido” como no tener ningún propósito, que tal es la función encomendad­a hoy a la Cultura para mantener una sociedad en estado de permanente letargo: el estupefaci­ente cultivo de lo banal, la atrofia del conocimien­to, el desprecio a la memoria y la sustitució­n del argumento por la exaltación del rebuzno, o sea, la Cultura, por fin, como la gran oportunida­d para los asnos.

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