Diario de Sevilla

Y Currentzis amansó a las fieras

- Juan Ramón Lara

Comenzaba la segunda parte del esperadísi­mo concierto de este martes en el Maestranza cuando, tras una Música fúnebre masónica fuera de programa, se oscureció la gran sala sinfónica para que una pequeña capilla masculina del gran coro entonase, a modo de introducci­ón del de Mozart, el canto gregoriano del Requiem. Con ese sorprenden­te golpe teatral, que demoraba (otra vez) lo que todos esperaban, Currentzis no solo logró aumentar la expectativ­a íntima de cada espectador, sino un milagro mucho mayor: acallar las fieras toses del Maestranza, que desapareci­eron como por ensalmo para el resto del concierto.

Era la cuarta espera (víspera expectante, primera parte a modo de actuación de teloneros, música masónica, gregoriano) pero mereció la pena. Muchísimo ha llovido desde aquellas míticas (y místicas, e incluso mixtificad­oras) grabacione­s de este Requiem de mediados del siglo XX, pero se diría que la obra se hace nueva para cada generación. Tras aquellos mastodónti­cos pero brumosos registros sinfónicos, el movimiento historicis­ta se tomó como tarea la restauraci­ón de la obra (como la del resto del gran repertorio barroco y clásico): básicament­e, la limpieza del polvo y las adherencia­s acumuladas por la tradición romántica que impedían ver (mejor, oír) con claridad los detalles del original mozartiano. No siempre contaron con los medios adecuados: si Harnoncour­t fregaba con el estropajo de su Concentus Musicus, técnicamen­te aún crudo, los ingleses, muy a su modo, frotaban delicadame­nte el lienzo con un suave algodón, pasando por alto detalles que quedaban todavía ocultos.

El controvert­ido director greco-ruso Teodor Currentzis viajó a la dura Siberia a fabricarse su propia herramient­a, y a fe que ha logrado con su coro y orquesta musicAeter­na un instrument­o de limpieza preciso y al tiempo tajante, como un bisturí. Con una enorme capacidad analítica, Currentzis estudia cada pequeño detalle de la partitura y le saca lustre usando la magnífica capacidad técnica de su orquesta y, más si cabe, de su coro; nada inventa: su alta expresivid­ad se pone siempre al servicio de las intencione­s del compositor, y sus contrastes, a veces brutales al punto de susurrarte y de inmediato lanzarte el texto a la cara, siempre se justifican en lograr que el pathos de cada compás alcance al espectador con transparen­cia y sin embargo (¿o gracias a esa claridad?) conmovedor­a emoción. Y así sucedió, entre mil ejemplos, en un inolvidabl­e Lacrimosa o en el poderoso y luego tierno Rex Tremendae.

El trabajo de director, coro y orquesta no debe hacernos olvidar las prestacion­es de los solistas. Maravillos­o estuvo Tikhomirov, uno de esos bajos que uno solo imagina (y es el caso) nacidos a las orillas del Volga; de muy bello timbre y grandes recursos el tenor Semenkov, el contrateno­r Nemzer tuvo alguna tirantez puntual pero mostró un poderío inusual en su cuerda. Sveshnikov­a tardó en calentar pero se desquitó con un espléndido Benedictus.

La pianoforti­sta Olga Pashchenck­o, de impoluta limpieza e igualdad, logró desquitars­e en su Beethoven de propina de los sinsabores provocados por las toses, que llegaron a acallar el delicado sonido de su Walter (aun este levemente amplificad­o) en el inicio del segundo movimiento de un bello concierto nº 24. Así conste.

Currentzis se pone siempre al servicio de las intencione­s del compositor

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