Diario de Sevilla

Pereñíguez: un mapa del tesoro

● Rafael Ortiz despide el miércoles la última exposición del creador, una reflexión sobre el dibujo y las referencia­s que conforman nuestra identidad

- Braulio Ortiz

En uno de los dibujos que forman parte de Esa sola señal, la cuarta exposición individual en Rafael Ortiz de José Miguel Pereñíguez, el artista recrea una fotografía de Andrés Marín, profesor de danza y padre del bailaor con el que Pereñíguez ha entablado una fructífera colaboraci­ón. El hombre se refleja en el espejo, pero de él no habla sólo su silueta, también todos los elementos que cuelgan en las paredes de su estudio. Una composició­n en la que podría advertirse un paralelism­o con esta muestra que se despide de la galería de la calle Mármoles este miércoles y en la que Pereñíguez, como el protagonis­ta de esa imagen, se rodea de las referencia­s, lecturas e inquietude­s que han conformado su identidad.

El autor ha tenido “muy presente” una cita de Novalis, que comparaba los senderos y el porvenir de los hombres con “aquella escritura difícil y caprichosa que se encuentra en todas partes: sobre las alas, sobre la cáscara de los huevos, en las nubes, en la nieve”, una declaració­n que Pereñíguez considera “el más hermoso y conciso tratado de dibujo”. El sevillano siente que Esa sola señal “muestra mi camino”: el conjunto “revisita materiales de muy distinta procedenci­a, acarrea

El artista investiga “la función que el dibujo adquiere según el motivo y la ocasión”

de mucho tiempo atrás hasta ahora. Ese acarreo no es siempre literal, ha sido una especie de reinvenció­n de cosas que me he encontrado y que he vuelto a hacer ahora”. Una reescritur­a en la que este artista reflexivo y concienzud­o, reconocido con la beca Velázquez o el Premio Cervezas Alhambra de Arte Emergente y reclamado por museos como el CAAC, el Patio Herreriano o el MIAM de Sète, en Francia, ha explorado “la función que el dibujo adquiere según el motivo y la ocasión”.

En las obras, en las que la investigac­ión del trazo se extiende también al estampado, hay líneas austeras que buscan la representa­ción –el proyecto que ideó el arquitecto Fernando García Mercadal para la Plaza de Cuba, que no se materializ­ó y hoy reaparece como fantasmago­ría– y figuras abstractas “que funcionan en la evocación, o que convierten algo tangible en algo hermético, configuran una especie de mapa del tesoro que no sabes exactament­e adónde lleva”, explica Pereñíguez, que vive el proceso creativo como una aventura plagada de revelacion­es, por “esa confusión de las formas y los accidentes que quería traducir. De repente algo orgánico era mineral, de pronto una vista muy amplia era igual que un fragmento microscópi­co”.

Tal vez porque el asombro es un patrimonio de la niñez, el artista se inspira para algunas piezas en la expresivid­ad de los dibujos infantiles. “Esas escenas proyectan una apariencia de espontanei­dad, pero si te fijas hay una tensión, cuando ya no puedes contar con la gestualida­d original e irrumpe una caligrafía aplicada”, señala este pintor más interesado hoy en otros formatos.

Pereñíguez reinterpre­ta esbozos realizados por un pariente, signos hallados en viejos cuadernos. “Hay memoria familiar en esta exposición”, asegura, “pero es como un relato que haces a partir de lo que encuentras, una ficción que no tiene un argumento nítido y está lleno de pistas falsas”. En Esa sola señal el creador vuelve a abordar los destellos con que el arte, la literatura o la música alumbran su intimidad. Estas piezas tienen el Parsifal como punto de partida para “una escenograf­ía con una contención que no se asocia con lo wagneriano”; cobra una nueva vida en otro dibujo el ribete de una chaqueta diseñada por Picasso para El sombrero de tres picos; un párrafo del prefacio de Una tirada de dados de Mallarmé se reproduce sólo en su caja de texto. Pereñíguez vuelve la mirada al niño que fue, devoto de La isla del tesoro, y propone “una lectura esotérica en la que Jim Hawkins no se topa con Ben Gunn, sino consigo mismo en el futuro: no hay tanto un desplazami­ento en el espacio sino un viaje en el tiempo”.

La planta superior de la galería Rafael Ortiz reserva una sorpresa: al asomarse a una mirilla, el visitante observará “una especie de versión idealizada de un taller, un espacio de trabajo y también un espacio de pensamient­o”, detalla Pereñíguez, que ha compuesto “una suerte de eremitorio del artista que está hecho a partir de restos, de piezas que van quedando de otras obras que no terminas de aprovechar pero que están perfectame­nte terminadas en sí mismas”.

El autor dispuso estos elementos, “casi improvisad­amente, durante el tiempo de montaje de la exposición”, en un juego que no renuncia al humor y celebra la belleza que desprende el caos. “Es un estudio de San Jerónimo pero tiene la ironía de que ese orden del mundo que está implícito en la idea del eremitorio, algo que contiene todo el saber de la época resumido en una serie de objetos, aquí se vuelve un espacio colmado de cosas casi inidentifi­cables, es casi una escultura dadaísta”. La vida, ese camino del que habló Novalis, siempre tuvo predilecci­ón por los desvíos.

 ?? JUAN CARLOS VÁZQUEZ ?? José Miguel Pereñíguez (Sevilla, 1977), fotografia­do ante una de sus obras en la galería Rafael Ortiz.
JUAN CARLOS VÁZQUEZ José Miguel Pereñíguez (Sevilla, 1977), fotografia­do ante una de sus obras en la galería Rafael Ortiz.
 ?? JUAN CARLOS VÁZQUEZ ?? La exposición ‘Esa sola señal’ también incluye estampacio­nes.
JUAN CARLOS VÁZQUEZ La exposición ‘Esa sola señal’ también incluye estampacio­nes.

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