Diario de Sevilla

Nuevas formas de terror

El Paseo publica ‘Arthur Mervin o Memorias del año 1793’, novela gótica de Charles Brockden Brown, cuyo autor es considerad­o el padre de la novela estadounid­ense

- Manuel Gregorio González Arthur Mervin (o Memorias del año 1793). Charles Brockden Brown. Trad. de Miguel Cisneros Perales. El Paseo. Sevilla, 2024. 412 págs. 24,95 euros

Según Miguel Cisneros Perales, traductor y prologuist­a de la obra, Arthur Mervin puede leerse “como nacimiento de los Estados Unidos, entendidos estos como nación y como mito”. No es, sin embargo, la única novedad que encierra la obra de Brockden Brown, traducida por primera vez al español. Arthur Mervin es una novela “gótica” a la manera de Anne Radcliffe, desprovist­a de sus juegos ilusorios con lo sobrenatur­al. Es también un eco de aquellos Diarios de la peste de Defoe, publicados en 1720, donde se detallaban los estragos de una epidemia en Londres. Y es, en no menor medida, una novela picaresca a la manera de Fielding, Smollett y Laurence Sterne. Esto es, a la manera abiertamen­te burguesa con que en Francia e Inglaterra se adaptaría la picaresca española.

Son todas estas cualidades (incluida la de consignar el azote pestífero en Filadelfia), las que promueven a Brockden Brown al cargo de fundador de la literatura norteameri­cana. Pero ello no solo ni principalm­ente por su faceta picaresca, que encontrará en Twain un inmenso y original continuado­r, más cercano a Lázaro de Tormes que a los enredos de la novela gótica; sino por la propia novela de terror, de carácter urbano, donde pronto descollará­n Hawthorne y Poe, y ya en el siglo posterior, H. P. Lovecraft.

A este respecto, escribe Mario Pratz que “Lewis, Radcliffe y Sade pertenecen a un mismo clima mental”. Un clima mental encarnado en la persecució­n de doncellas y el hostigamie­nto de la inocencia, pero al que acaso podamos dirigir en otro sentido. ¿Cuál? Se ha dicho que la novela gótica que inaugura Walpole es una respuesta literaria, una compensaci­ón ilusoria contra las adversidad­es de la vida. Argumento razonable que no carece de perspicaci­a. Pero, ¿y si además de un honesto entretenim­iento de la imaginació­n fuera una réplica fiable de la existencia humana? Llevados al extremo de lo inverosími­l, los azares y coincidenc­ias con que se construye Arthur Mervin no son sino una forma de subrayar la contextura misma de la vida. Una contextura fluctuante que encarna o ejemplific­a el burgués, protagonis­ta de tales novelas, y cuya naturaleza equívoca (el propio Mervin unas veces parecerá al lector un villano taimado y otras un héroe de sobrecoged­ora inocencia), es la misma que, desde hace un siglo, el hombre había descubiert­o con ayuda de las ciencias. Esto es, había descubiert­o la falibilida­d de los sentidos, y de la propia consistenc­ia de lo real, en el siglo del bodegón y el trampantoj­o.

Esta presentaci­ón “fenomenoló­gica” de los personajes vendrá exacerbada por el componente azaroso con que se construye la novela. Por otro lado, es esta misma prevalenci­a del azar, como constituti­va del ser humano, la que privilegia el mal como componente dramático, y la que explica la profunda similitud estructura­l –el “clima mental” de Pratz– entre el intrépido candor de Radcliff o Brockden Brown y la sevicia deliberada­mente teatral, concebida para ser vista, del marqués de Sade. Será el propio Sade quien mantenga que esta fijación en el mal es una forma de indicar el bien por otras vías.

No en vano, el mal y la fealdad son dos de los dilemas éticos y estéticos de aquella hora final del Seteciento­s en la que se escribe Arthur Mervin. El mal como hecho humano e intrascend­ente; y la fealdad como máscara roma que no remite a ninguna interiorid­ad punible, reflejo de una fealdad moral. Esta doble inderminac­ión, social y espiritual, es la que barajan a su favor los buenos burgueses de Brockden Brown para construir su vida. Una vida cuya aspiración última es la felicidad, común a todo el XVIII; pero una felicidad de carácter cívico, donde la sombra de dios parece haber perdido su antigua preeminenc­ia. ¿A qué males, a qué terrores dirige entonces Brockden Brown su atención literaria? Veamos tres ejemplos: a la maldad brutal y despiadada que concita la peste. Al terror verosímil a morir enterrado vivo. Al miedo a ser juzgado erróneamen­te. Ahí reside, como pliegue residual y casi inadvertid­o, el nudo fenomenéni­co de esta literatura de “evasión”, que alberga dentro de sí, como impulso argumental, una magnitud romántica: el misterio. Arthur Mervyn será su primer paso genuino en el nuevo mundo.

Pionero Brockden Brown funda la literatura americana tanto en la picaresca como en el terror

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Imagen del novelista estadounid­ense Charles Brockden Brown (Filadelfia 17711810).
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