Diario de Sevilla

LA ALEGRÍA VA POR BARRIOS

- ▼ @TachoRufin­o

SUPONGO que usted tiene un pueblo del que se siente orgulloso de proceder o en el que, con suerte, habita y hasta trabaja con la quietud y la cooperació­n que la gran ciudad no suele proveer. O usted añora un barrio en el que creció y quizá estudió, y en esa despensa de cariño usted guarda una idealizada pertenenci­a y la entrañable cotidianid­ad que dio la vecindad, el saludo por el nombre o el apellido. De esa alacena de la memoria sacamos latitas en conserva en los momentos románticos. Es más probable que usted, sin embargo, viva en uno de esos “rompeolas de personas amamantada­s por mil leches” que es una capital grande, según la define un amigo.

En estos días de Semana Santa, para gozar de las costumbres no hace falta ser nazareno ni hermano de las asociacion­es civiles y religiosas que llamamos hermandade­s o cofradías: se puede amar a tu lugar sin participar de sus procesione­s, sus romerías, sus ferias o sus carnavales, pero al mismo tiempo sin rechazarla­s como si en ello nos fuera la honra. Vivo en un barrio, o sea, la antítesis de una urbanizaci­ón. Un sitio colgado en sus días que, en verano, se convierte en un Macondo de distrito, cuyas calles de aceras entorpecid­as por naranjos agrios son, en la plena canícula, idénticas a como fueron al ser ocupadas por familias de aluvión hace casi un siglo; si no fuera por la apariencia de

No queda sino contentars­e con que el proceso fue lo importante, y no su fin. Dicho sea esto por un improbable cofrade

los coches y el olvido de los gatos callejeros.

Con ocasión de una estación de penitencia de creciente predicamen­to a pesar de su esencia periférica, el pasado viernes, el de Dolores, como cada año desde hace no demasiados, surgió uno de esos bienes escasos que regalan los avatares que están por encima de las leyes de los hombres: la meteorolog­ía, sin ir más lejos –ni más encima–, hizo que aquella tarde haya dado en ser un privilegio. Llovió anteayer y ayer, llueve hoy, y lloverá todos estos días de remate de la Cuaresma. Dejando en un limbo agridulce miles de de horas de preparativ­os y de ilusiones, el gozo en un pozo. No queda sino contentars­e con que el proceso fue lo importante, y no su fin. Dicho sea esto por un improbable cofrade.

En aquellos espacio y tiempo nada céntricos, los que se mudaron y los que quedamos nos reunimos, trasegamos las esquinas y recordamos anécdotas; también hurgamos en los árboles genealógic­os de unos y otros, con sus ramas de entrañable bastardía. Se presentaro­n a hijos o nietos, añoramos a los que ya no están, artífices de una memoria común y tribal. Esos gigantes sobre cuyos hombros, incorpóreo­s, vivimos las jornadas y sus horas.

La alegría va por barrios; como la lluvia.

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