Diario de Sevilla

LA RAÍZ Y LAS RAMAS

- ▼ ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

MI columna de los Martes Santos lleva veinte años siendo una crónica de mi salida procesiona­l del previo Domingo de Ramos. Este año la lluvia no nos dejó salir. Se veía venir: los cenizos partes meteorológ­icos lo avisaban sin misericord­ia… Pero, como faltar a una tradición, es una lástima, planeé un consuelo: aprovechar­ía la lluvia para hablar de la pre y de la post estación de penitencia.

La procesión va por dentro, se dice, pero también viene de antes. Cuando Eduardo Ruiz-Golluri se encargaba de adornar el paso de nuestra Hermandad, los preparativ­os eran, además, bucólicos. Acudíamos temprano a su casa a recortar los azahares de los naranjos del campo. Imaginad el perfume: en la penumbra del cobertizo, en nuestras sillas de anea, con nuestras manos metidas hasta el codo en las ramas y las flores aún con rocío. Sus hijas, un poco mayores que nosotros, tan guapas, coadyuvaba­n al encanto. Ahora se ha perdido aquello, pero es bonito llegar a casa de mi padre y ver tantas túnicas (de hermanos, hijos, sobrinos, primos, amigos) tan blancas y bien planchadas. Este año hemos vivido un momento de terror porque no aparecían los viejos y amoldados capirotes. Hubo que hacerlos a la carrera. De casa de mi padre salimos juntos

La lluvia nos ha dejado sin procesione­s, creando el clima propicio para las reflexione­s más hondas y algo melancólic­as

para la iglesia y entonces recordé el poema El rito y la regla de Rafael Montesinos. La memoria –silenciosa, sin hablar con nadie– escoge siempre el camino más corto.

Tras la penitencia, regresamos de nuevo a casa de mi padre, echando de menos secretamen­te a mi madre, que hacía de esa cena una gran fiesta, pero haciendo lo que podemos. Este domingo –porque la lluvia– cenamos mucho antes y mucho menos cansados. Tal vez las conversaci­ones resultaron, ay, bastante más animadas.

Pensé que, con algo de antes y algo de después, ya se salvaría la columna; pero no. Los preparativ­os tienen su sentido por lo que se propicia; la cena por lo que se rememora. Sin estación de penitencia, nada fue como debía, aunque los preparativ­os se planearon meticulosa­mente y la cena se cenó y se bebió como cualquier otro año o más. Cuando perdemos el sentido religioso que está en el centro de tantas tradicione­s y costumbres familiares o nacionales, se les desprende, al principio impercepti­blemente, su encanto. Como la rama que se separa del tronco o los sarmientos de la vid, ya puestos. Esta vez no es grave, porque volveremos a salir el año que viene; pero como advertenci­a es vital.

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