Diario de Sevilla

El arcoíris sale por el Salvador

Pasión sube al paso cuando Sevilla recupera la luz de marzo El ceremonial en la antigua colegiata es un oasis de solemnidad en horas en las que vuelve la bulla

- Diego J. Geniz

LA primavera es como la vida –pongámonos metafísico­s–, una montaña rusa. De lo más bajo a lo más alto en cuestión de horas. Del gris al celeste sólo media una mañana y una sobremesa. Lo que al tiempo de la siesta era lluvia abundante da paso en la merienda a un cielo despejado en el que la luz saca su paleta de colores (esto último me ha quedado bastante cursi). Algo así es lo que se ha vivido este Lunes Santo y lo que experiment­a (ahora que tanto se promociona la Semana Santa como experienci­a sensorial) el numeroso público que acude al traslado del Señor de Pasión a su paso en el Salvador.

A las cuatro y media de la tarde lo que menos apetece es salir a la calle. Cae una tormenta generosa y hace frío. Esta postrimerí­a de marzo parece vestirse con el hábito de noviembre. Todo al gris. En la calle Sagasta la cola para entrar en la antigua colegiata alcanza la tienda Camisería Galán, uno de esos pocos negocios locales que quedan en un Casco Antiguo entregado en cuerpo y alma a las firmas franquicia­das. Lo que hay en ellas puede encontrarl­o usted en Sevilla o en Singapur, de donde, por cierto, vienen las flores que adornan (huyamos del verbo exornar) el paso de la Virgen de las Aguas.

La encargada de una tienda de artesanía en la calle Sagasta pregunta a un grupo de jóvenes, bajo paraguas, a dónde van. La respuesta de los veinteañer­os –con zapatillas deportivas de colores poco disimulado­s– resume la frustració­n del Lunes Santo a esa hora: “Pues no sé, señora, hemos visto a gente aquí y nos hemos puesto en la fila”.

“El miedo muchas veces es mayor que la amistad”, recuerda monseñor Saiz

En el patio de los naranjos del Salvador retumba el agua que cae de los bajantes. Es la banda sonora de una sobremesa que lo que menos invita es a estar fuera de casa. Dentro del templo, los pasos de la Borriquita y el Amor permanecen casi intactos tras el Domingo de Ramos. Sólo la cera gastada supone un síntoma claro de que la primera jornada de la Semana Santa pasó a la historia.

A los bancos los sustituyen estos días sillas de tijera gris, dispuestas conforme el recorrido que realizará el Señor de Pasión para su traslado al paso. El Nazareno de Montañés, delante de la reja de la capilla sacramenta­l, porta la última túnica estrenada hace pocos años. Se trata de la reproducci­ón de un grabado del siglo XVIII. Está bordada en plata sobre terciopelo corintio (según la denominaci­ón de los expertos en estos temas, que servidor tanta precisión no alcanza). Antes del traslado, el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, preside una eucaristía, concelebra­da por ocho sacerdotes. Todos con casullas moradas, pues la cuaresma, litúrgicam­ente, aún no ha concluido.

El público que participa en la misa es, en su mayoría, de edad avanzada. Muchos de los asistentes acuden en familia. Numerosas abuelas, de pelo cardado y perfume tan intenso que, pasados varios minutos, entrañan un efecto anestésico: te deja aletargado. Los nietos, en su mayoría, visten el outfit propio para estos cultos: blazier azul marino con pantalón de pinza gris, mocasín negro o burdeos, camisa celeste y corbata oscura, sin muchas concesione­s en los estampados.

Buena parte de las sillas aparecen ya ocupadas al abrirse la puerta lateral del Salvador, la del Patio de Naranjos, donde las cruces de penitentes de las dos cofradías permanecen resguardad­as por un plástico. La lluvia intensific­a el olor a azahar, tan hipnotizan­te como el referido perfume de las abuelas.

El Evangelio de hoy habla de la visita de Jesús a casa de Marta, María y Lázaro. Menciona también un perfume, el de nardo puro, “muy caro”, según las Sagradas Escrituras. Tan elevado era su precio que provocó la queja de Judas, apóstol de Cristo, del cual sabemos que en asuntos monetarios no se la jugaba por nadie. Ni por su Maestro. Cristo visita la casa de sus amigos, donde recibe hospedaje, de ahí que Santa Marta –cuya cofradía anuncia minutos después su salida– sea la patrona de un sector que tantos titulares aporta en la ciudad de los 5.000 bares. Un patronazgo bastante arduo.

Monseñor Saiz habla de “la pedagogía de Dios”, tan distinta a la de los humanos. Y de las veces que, como los apóstoles, “abandonamo­s” al Señor, cuando los creyentes no son capaces de defender su fe en público. En este símil pronuncia una frase clave para entender la Pasión de Cristo: “El miedo muchas veces es mayor que la amistad”.

El ceremonial religioso ad

quiere grandes dosis de solemnidad gracias al acompañami­ento musical. En estos momentos de la tarde lo que se vive en el Salvador supone un oasis, un breve paréntesis en mitad del bullicio que ya se siente en las calles del centro, donde la Semana Santa retoma su pulso habitual con las salidas anunciadas de la Redención y San Gonzalo. Vuelve la normalidad mientras en la antigua colegiata se interpreta el Ave Verum de Mozart durante la comunión. Largas filas de fieles comulgan. En el centro del templo, el rector don Eloy Caracuel reparte la comunión a un lado y otro. Su voz recia retumba bajo las bóvedas: “¡Cuerpo de Cristo!”.

Concluye la misa –no ha durado ni una hora, algo de agradecer para los que permanecen de pie– y todo se dispone para la escena barroca que ahora se representa­n. Los hermanos acuden a la capilla de Ánimas a recoger el cirio rojo con cubilete, que evita las manchas en el suelo marmóreo. Se apagan los focos. La iglesia se sumerge en una media penumbra. Fuera ha salido el sol de la tarde de marzo. Se rezan varias jaculatori­as en el corto trayecto que separa la capilla sacramenta­l del paso del Señor, maravilla argéntea de Cayetano González. La rampa por donde ha de subir la soberbia imagen de Montañés ya está dispuesta.

La silueta del Nazareno se recorta sobre las blancas columnas de un templo que, semioscuro, parece aumentar su altura. Sin potencias de oro ni corona de espinas, libre de los atributos que simbolizan su majestad y martirio, Jesús de la Pasión es colocado en la plataforma que lo elevará hasta el irremediab­le camino del Calvario. Se hace el silencio. Se acalla el órgano. Sólo se escucha el ruido de tornillos y tuercas que se aprietan. Soniquete priosteril para esta ascensión adelantada.

Sube el Señor meticulosa­mente. Con la velocidad justa. Sin rapidez ni ensimismam­iento. Se alzan las manos para grabar con el móvil este momento que muchos aprovechan para sumergirse en la oración más sincera, la que precede al Padrenuest­ro que reza el arzobispo cuando el Nazareno es colocado en la cima de plata. Son poco más de la seis de la tarde. El frío se cuela por las naves. La luz traspasa las vidrieras. Arcoíris sobre la piedra áspera. Pasión está en el paso. Nadie se libra de un arrebato místico. El hipnotizan­te perfume de las abuelas hace el resto.

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El Señor de Pasión subiendo a su paso.
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REPORTAJE GRÁFICO: RAFA DEL BARRIO
 ?? ?? Hermanos con cirio participan­do en el acto.
Hermanos con cirio participan­do en el acto.
 ?? ?? La cola para entrar en el Salvador, cuando la lluvia arreciaba.
La cola para entrar en el Salvador, cuando la lluvia arreciaba.
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Jesús de la Pasión en el traslado a su paso.

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