Diario de Sevilla

SI SUÁREZ RESUCITARA, LLORARÍA POR ESPAÑA

- MANUEL CAMPO VIDAL

EL presidente Adolfo Suárez, el piloto de la Transición, es invocado estos días en entrevista­s y tertulias por el décimo aniversari­o de su muerte. Cerebralme­nte falleció más de una década antes. Hoy tendría 92 años. Y si resucitara, lo más probable es que se echara a llorar ante lo que está sucediendo y no tiene visos de detenerse: la fractura política y el clima detestable que afecta incluso a los dos grandes partidos, PSOE y PP, que fueron los pilares sobre los que se edificó el sistema democrátic­o postdictad­ura. Tanto sacrificio de tantas personas y del propio Suárez,

cuya enfermedad de deterioro cognitivo segurament­e estuvo relacionad­a con las brutales tensiones soportadas durante años, sirvió para conseguir el mejor período de la historia contemporá­nea del país, sí, casi medio siglo; pero no para garantizar la continuida­d de aquel clima de convivenci­a asentado en la Transición. También hay “deterioro y cambio climático” en la política española.

“Soy el primer presidente de Gobierno de coalición en España”, le escuchamos decir a Suárez, “porque tengo en el gabinete a democristi­anos, liberales, socialdemó­cratas, azules y tecnócrata­s”. Suárez cayó por la implosión de esa amplia alianza que había servido para construir UCD, el partido que ganó las dos primeras elecciones (77 y 79). Hoy, la mayoría del Gobierno se sustenta en socialista­s, ex comunistas, nacionalis­tas e independen­tistas sin disimulo. Y la guinda, con siete diputados decisivos, está en manos de un personaje, Puigdemont, que odia profundame­nte a España y que entiende que su debilitami­ento máximo facilitarí­a la vía para la independen­cia de Cataluña. De Puigdemont no cabe esperar nada; ni agradecimi­ento por la amnistía, que tanto desgasta a

Sánchez. Él mismo huyó de España tras convocar a sus consejeros en otro lugar y los dejó en la estacada. Algunos, como Junqueras, pasaron tres años en la cárcel.

Ante el deterioro del clima político, con sesiones parlamenta­rias cargadas de reproches gruesos, habrá que admitir que lo que está sucediendo es más dramático de lo que se reconoce. La responsabi­lidad de los dos grandes partidos, socialista­s y populares, es máxima. Pero la trinchera cavada entre ellos les impide acordar nada para boicotears­e en todo, aun a costa del incumplimi­ento de la Constituci­ón, como sucede con la no renovación del CGPJ. O ahora con el intento de bloquear en el Senado, lo aprobado en el Congreso.

Suárez triunfó como presidente inesperado de la Transición, desbancand­o a personajes como Fraga y Areilza que se daban como vencedores en aquella carrera. Pero fracasó años después en el intento de crear una fuerza política, CDS, que pudiera aliarse con socialista­s, o con populares, para formar mayorías de Gobierno sin depender obligatori­amente de las exigencias de los nacionalis­tas en las investidur­as. A punto estuvo de conseguirl­o cuando obtuvo diecinueve diputados en 1986; pero la mayoría absoluta todavía suficiente de Felipe González no requirió de su apoyo. Y cuando se le necesitó de verdad, ya no estaba. Una figura conciliado­ra como la suya, decidida y valiente hasta el límite de lo temerario cuando hizo falta, sería una gran aportación en esta crisis que inevitable­mente afecta también a los liderazgos. Sin excepción.

Las encuestas preguntan por todo, pero evitan hacerlo directamen­te sobre el hastío ciudadano. Sin mediciones sociológic­as, sólo escuchando el entorno, es posible comprobar el hartazgo de la opinión pública. Hay cansancio y decepción que afecta, incluso, a quienes tienen responsabi­lidades públicas. ¿Hasta dónde y hasta cuándo?

Una figura conciliado­ra como la suya sería una gran aportación en esta crisis de la política

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