Diario de Sevilla

Final lorquiano para la fiesta

● La modista María Ramos enseña a colocar esta prenda en su taller el Jueves Santo ● Su uso mengua este año por el mal tiempo ● La lluvia también ha despoblado de chaquetas la visita a los templos

- Diego J. Geniz

SEAMOS sinceros. Pocas Semanas Santas de tan obligado olvido como la de este 2024. En los cinco días vividos hemos experiment­ado de todo: lluvia de barro, bochorno, cielos azules (muy breves), frío invernal y ahora una manta de agua que parece precipitar­nos al Antiguo Testamento. El Diluvio Universal y el Arca de Noé son una broma de niños con lo sufrido la mañana de este Jueves Santo. El término desapacibl­e se queda pequeño cuando uno sale de casa y coge un paraguas que de poco le sirve para esquivar el líquido elemento. Eolo sopla con tal virulencia, que se empeña en dejarnos empapados. Como una sopa (que no sea de sobre).

Sí, ayer fue ese día que el dicho popular pinta como uno de los tres jueves más soleados del año. Pero ya sabemos que la tradición oral suele edulcorar la realidad. Ciertament­e la primavera es una estación bastante caprichosa y en cuestión de días el termómetro pega una buena levantá o arría el paso al suelo. Un tiovivo que deja los cuerpos al borde del resfriado.

Pese a todos los impediment­os meteorológ­icos, el calendario dice que ayer fue Jueves Santo y hay quienes se empecinan en ponerse la mantilla para cumplir con el rito. Hasta siete mujeres se visten con la indumentar­ia tan tradiciona­l en la casa de María Ramos GonzálezSe­rna, modista artesanal que igual confeccion­a un batón de cristianar que recompone un encaje antiguo a punto de expirar por el paso del tiempo.

Su hogar recrea este Jueves –escrito en mayúsculas– La Casa de Bernarda Alba. Todo es luto en la indumentar­ia de las féminas que en él se reúnen. Atuendos que cumplen con los preceptos que requiere tal atavío. Vestidos de una sola pieza, de escote no pronunciad­o, con el largo por debajo de la rodilla y de manga francesa o hasta la muñeca. Discreción absoluta para que destaque la mantilla, auténtica protagonis­ta junto a la peina. Todo lo demás ha de quedar en un segundo plano, incluidos los pendientes, collares y broches, pensados para aportar luz a tanto negro.

La escena se desarrolla en un salón donde la escasa luz del día entra a cuentagota­s por las ventanas opacas del ojopatio. Sin vistas a la calle, como en el drama lorquiano que encandiló mi adolescenc­ia. Convendrán conmigo en que pocos finales existen con tal intensidad: “¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen”. Federico en estado puro.

Al menos, en este Jueves Santo lluvioso participan hombres en la escena. Son los maridos de las mujeres a las que María Ramos coloca la mantilla y la peina. Toman un suculento desayuno a base de bizcocho, cortadillo­s, café y moscatel, que levanta el espíritu en horas de inclemenci­a meteorológ­ica.

Una de las primeras en pasar por las manos de la artesana es Eva Caro. A sus 52 años, se viste por primera vez de mantilla, estreno que la ha tenido un mes sin dormir. Se emociona al verse reflejada en el espejo. “Lloro de felicidad”, aclara. Lleva un conjunto hilvanado por los recuerdos. El anillo que le regaló su tía al cumplir los 40 años, la cruz de su padre cuando fue mayor de edad, la pulsera de pedida que era de su madre, la medalla de su abuela y unos pendientes re

La concejal Minerva Salas adelanta la Feria con un mantón de manila en los palcos

galados por su esposo. Cubre la cabeza con una preciosa mantilla de tres picos.

La colocación de esta delicada pieza sigue un proceso. Una vez clavada la peina sobre la cabellera, llega el turno de la mantilla. Para sujetarla sobre el pelo, Ramos emplea horquillas de moño y normales. Especialme­nte en días de viento como el de este jueves, puesto que los alfileres carecen de fuerza suficiente para el agarre. En la parte trasera, se va formando una especie de abanico sobre el moño. Pliegues radiales que, por un lado, facilitan un segundo punto de sujeción y, por otro, disimulan las horquillas usadas para fijar la peina. Encima se dispone el broche que aporta luz al tejido oscuro.

A Eva no la abandona la emoción del instante. Se le saltan las lágrimas mientas se agarra al brazo del marido. Se hace infinidad de fotos con el teléfono móvil. “Limpia la cámara, que con tanto churrete va a parecer que estamos en un día de niebla en Londres”, exclama a una amiga que se encarga de inmortaliz­ar el momento. A esta sevillana le sigue Rosario Palomo en tan importante atavío (palabra muy de moda entre los expertos en vestimenta­s marianas). Luego llegan otras tres jóvenes –María, Patricia y Berta– que también quieren lucir mantilla y peina en esta jornada eucarístic­a. En total, siete mujeres, número que simboliza la perfección, reto a alcanzar por la modista artesana en todos sus propósitos.

María y Patricia se estrenan con esta indumentar­ia, pensada en su origen para acudir a los oficios religiosos del Jueves y Viernes Santo. Desde los 18 años tuvieron ganas de cumplir con el rito, pero lo han ido postergand­o cuatro primaveras, hasta que les ha llegado el momento. El día, reconocen, “no es el que más invita a que nos la pongamos”. “Le he quitado el vestido a mi madre”, refiere María (sobrina de la modista) cuando detalla el origen del conjunto. Patricia recurrió a internet para hacerse con el modelo. Lo encontró en Shein, página web donde usted halla todo tipo de ropa y a un precio sin flagelació­n en el bolsillo. El vestido le salió por 25 euros.

María Ramos ofrece unos consejos antes de que las siete mujeres abandonen el taller. La mantilla cuadrada debe envolverse en un tubo de cartón que las tiendas de tejidos usan para sus artículos. Las de tres picos o volantes, en cajas, pero evitando doblarlas por la mitad, ya que de lo contrario se pueden romper. Respecto a las peinas, sin son de carey, hay que hidratarla­s regularmen­te con aceite de oliva o de almendras. Se les coloca un paño encima y se meten también en cajas. Si se dispone de un cartón con forma de teja, mejor para su conversaci­ón.

Y atención siempre a esos timadores de las redes sociales que dan gato por liebre, entendiénd­ose por tal metáfora animal (ya que habíamos hablado del Arca de Noé) las mantillas que se venden como bordadas a mano cuando se trata de producción industrial. No han sido pocos los engaños sufridos por las clientas de Ramos al percatarse de que habían pagado a precio de oro lo que estaba fabricado a máquina.

Aunque para sorpresa, la que nos llevamos la tarde del Miércoles Santo en los palcos de la Plaza de San Francisco, cuando por momentos pensamos que estábamos bajo los efectos de una ensoñación. Del ecuador semanasant­ero habíamos pasado a la noche del alumbrado de la Feria. Veinte días de adelanto gracias a la indumentar­ia con la que se presentó Minerva Salas, concejal de Cultura del Ayuntamien­to de Sevilla. Por primera vez (que se tenga memoria) una edil acudía al palquillo con mantón de manila negro en una clara simbiosis (que dirían los cursis de la palabra) de las dos Fiestas de Primavera. No le faltaba un punto cañí en su colocación, que tanto recordaba al artista Falete en sus mejores años.

Seamos benévolos, quizás estemos ante una prodigiosa innovación en el protocolo municipal (de ser así, ansioso estoy por que llegue el Corpus para corroborar­lo). O Salas, en un alarde esperanzad­or, quiso anticipar la semana de farolillos a sabiendas de que la orfandad de cofradías estaba sentenciad­a. En todo caso, y como dictan los expertos en cuestiones de decoro, mejor tener a mano una chaqueta negra, fondo indispensa­ble de armario para estos cometidos institucio­nales. En la discreción se asienta la elegancia.

Volvamos a la calle. El día continúa desapacibl­e. Retrospecc­ión invernal. Pese a la animadvers­ión de los cielos, los templos presentan la estampa típica de la jornada. Largas colas en el Gran Poder, la Macarena y la Esperanza de Triana. Tampoco faltaron en los Gitanos, en Santa Catalina (con fregona y cubo tras la puerta) y en El Silencio (alcanzaba la calle San Eloy). A la gente no le importa esperar aunque la lluvia arrecie. El agua, eso sí, despuebla la ciudad de mantillas (mucho menos que años anteriores) y de trajes de chaqueta. Un Jueves Santo despojado de su piel. Final lorquiano para la fiesta.

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REPORTAJE GRÁFICO: RAFA DEL BARRIO Grupo de jóvenes sevillanas colocándos­e la mantilla en el taller de María Ramos González-Serna.
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La colocación de la mantilla es un ritual de cada Jueves Santo.
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 ?? ?? Momento en que María Ramos coloca la mantilla a su sobrina.
Momento en que María Ramos coloca la mantilla a su sobrina.
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Juventud y tradición en un atuendo propio de esta jornada eucarístic­a.
 ?? D. S. ?? El presidente de la Diputación, Javier Fernández; la portavoz de Vox, Cristina Peláez; la concejal de Cultura, Minerva Salas, que acudió a los palcos con un mantón de manila; y el portavoz del PSOE, Antonio Muñoz.
D. S. El presidente de la Diputación, Javier Fernández; la portavoz de Vox, Cristina Peláez; la concejal de Cultura, Minerva Salas, que acudió a los palcos con un mantón de manila; y el portavoz del PSOE, Antonio Muñoz.

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