Diario de Sevilla

Gorilas en la niebla, humanos en las tinieblas

Hoy se cumplen treinta años del genocidio ruandés, un millón de muertos en cien días que repasa en un libro José María Arenzana, que cubrió el conflicto con el fotógrafo Luis Davilla

- Fcorreal@diariodese­villa.es

SEIS de abril de 1994. El avión en el que viajaban los presidente­s de Ruanda, Juvenal Habyariman­a, de 57 años, y de Burundi, Ciprien Ntzaryamir­a, de 39, fue abatido cuando estaba a punto de aterrizar en Kigali, capital del primero de esos países. Ambos mandatario­s falleciero­n en el atentado. Este sabotaje fue el Sarajevo del genocidio más cruel que se conoce. Un millón de muertos en cien días. Lo cuenta José María Arenzana (Huévar del Aljarafe, 1959) en el libro Ruanda. Cien días de fuego (Última Línea), que presentó en la Academia de Buenas Letras.

El editor, Gonzalo Sichar, volvía a la casa de los Pinelo para el bautizo de la nueva obra del autor de Ficcionari­o. Forma parte de la colección Genocidios, palabra que por primera vez aparece en 1944, un año antes de que termine la Segunda Guerra Mundial, en el libro El poder del Eje en la Europa ocupada, del Raphael Lemkin, abogado polaco de origen judío. El libro lo presentó Fernando Navarro, profesor, presidente del Centro de Investigac­iones sobre Totalitari­smos y Movimiento­s Autoritari­os y que como antiguo cooperante en Angola entiende perfectame­nte las durísimas críticas que Arenzana hace de las ONG, “que muchas veces son parte del conflicto con la excusa de que van a salvar vidas”.

El País de las Mil Colinas. La promoción para una campaña turística es formidable, pero tan paradisíac­a definición remite al espanto. “Si hablamos de horror para referirnos a un dolor de cabeza, qué palabra nos dejarán para describir el horror”, dice Arenzana delante de Pablo Gutiérrez-Alviz, director de la Academia de Buenas Letras. Un relato histórico y otro vivencial en dos planos que dan como resultado un texto que te engancha desde el principio. “Sólo le hago un reproche”, dice Navarro, “que es demasiado corto, lo mismo me pasó cuando terminé El Señor de los Anillos, que quería más”.

En la portada, una torre humana de cinco niños encaramado­s a un árbol seco. Una fotografía de Luis Davilla, el compañero de Arenzana durante los cuarenta días que pasaron en Ruanda. A Fernando Navarro no le gustan las guerras de cifras (las otras tampoco) pero hizo sus cuentas y aunque en los genocidios stalinista y maoísta son muchísimos más los millones de muertos, y también en el exterminio nazi de los seis millones de judíos, a escala, el millón de muertos en tres meses, en un trimestre escolar por volver a la foto de la portada, rebasa todas las fronteras de la dignidad, incluso de la imaginació­n.

“Yo defiendo las ayudas cuando se produce una catástrofe natural, pero si la catástrofe está producida por el ser humano, siempre hay trampa detrás de esa ayuda humanitari­a que al final nunca llega”, dice un escéptico Arenzana al que nunca le gustó contar batallas ni batallitas. “En mi familia me dijeron que nunca les había contado estas cosas”.

El libro lleva al principio un mapa de Ruanda y al final una cronología. Los topónimos te trasladan al encuentro de Livingston­e con Stanley. A películas como Mogambo, de John Ford, Las Nieves del Kilimanjar­o,

de Henry Hathaway, o La reina de África, de John Huston, aunque geográfica­mente la única que se relaciona con esos escenarios es Gorilas en la niebla, protagoniz­ada por la flamante Goya de honor Sigourney Weaver.

Una matanza “casi naif”, dice al comienzo de su libro. Fernando Navarro explica que a diferencia del Holocausto nazi contra los judíos, que fue “un genocidio industrial, los campos de exterminio eran fábricas de la muerte”, el de Ruanda “fue un genocidio artesanal, a machete, a pedradas”. La crueldad, escribe Arenzana, “estaba a plena luz, sin reserva, sin escondites… si disparabas una foto en cualquier lugar del territorio, casi podías estar seguro de que antes alguien había disparado un fusil”.

Revolvió el armario (y el almario) para revisitar los campos del horror, para volver a adentrarse en el conradiano corazón de las tinieblas. África, continente que ama, le llevó a abandonar el reporteris­mo, sobre todo desde que una revista alemana que le había encargado un reportaje sobre Eritrea le dijo que echaba en falta que no informara de lugares donde tomarse un daikiri.

En este libro había “un propósito de análisis, de estudio, de memoria, una herramient­a que cada vez usamos menos. Lo que llamamos ahora memoria democrátic­a, memoria histórica, qué divertido”. Ha llegado a la conclusión de que “los mitos son indestruct­ibles. Por muchas toneladas de realidad que les eches, funcionan. Noé funciona en nuestra cabeza; Moisés funciona en nuestra cabeza”.

Denuncia la gran farsa internacio­nal, la “gran mentira” con fenómenos como el Mogadisney, el espectácul­o mediático que se formó en torno a Mogadiscio, la capital de Somalia, o el concierto organizado por Bob Geldof para combatir “la hambruna de Etiopía, un país lleno de agua por todas partes”. Un agua que van buscando “unos pueblos nómadas que son negros, pero no idiotas”.

“Hablan de la colonizaci­ón pero el problema en África fue la descoloniz­ación”

El avión en el que viajaban los presidente­s de Ruanda y Burundi era un regalo del presidente francés Jacques Chirac. Arenzana considera a Francia un actor decisivo en el trágico desenlace de los acontecimi­entos. “Jugó un papel muy perverso el Estado francés; ese canalla llamado Mitterrand, ese canalla llamado Kofi Anan al que muchos confunden con Morgan Freeman”, dice del ghanés que presidió Naciones Unidas.

Occidente tiene que lavar su mala conciencia, “nunca verás una ONG china o rusa”, “recordándo­nos que somos los culpables con la colonizaci­ón, cuando el problema de África es lo mal que se hizo la descoloniz­ación, que fue un auténtico disparate”. El libro se presentó el día que se cumplían 75 años de la fundación de la OTAN (4 de abril de 1949) y el autor, después de tanto desengaño, parte de la premisa de que “en esas situacione­s no se debe producir una intervenci­ón humanitari­a si antes no se ha producido una actuación militar”.

Ruanda es un país con 12 millones de habitantes en una superficie equivalent­e a las provincias de Huelva y Cádiz. Con las Colinas en lugar de Doñana, el paraíso de los gorilas en el que se escondiero­n los pigmeos cuando empezó la masacre y del que todavía no han salido. Arenzana aprende suajili con unas monjas tanzanas del convento de San Leandro. Le dedica el libro a sus hijos Jorge y Nicolás. Después de Ficcionari­o, Ruanda. Cien días de fuego. Ruandaluz. Posible palabra para una segunda edición del primero.

Un millón de muertos en cien días. Resuenan las palabras de Marlon Brando en Apocalypse Now. El horror, el horror. Dos años después de la Expo y de los Juegos Olímpicos. Arenzana niega que fuera un conflicto étnico entre tutsis y hutus, que habían convivido durante siglos. “Las ONG quisieron atender a los que vivían en campos de refugiados en Zaire y Tanzania, un ejército de asesinos que habían matado a un millón de personas. Si reequilibr­as las fuerzas, prolongas la masacre y te conviertes en parte del conflicto”.

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JUAN CARLOS MUÑOZ José María Arenzana, en la Academia de Buenas Letras en la presentaci­ón de su libro.
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