Diario de Sevilla

VIVA ANDALUCÍA

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CON motivo de la final de la Copa del Rey de fútbol volví a Andalucía gracias a la generosida­d que un familiar sevillano asentado en Málaga tuvo para mí y mi cuadrilla de amigos. Un abogado nacido en Almería afincado en la capital hispalense ayudó con los trámites y una amiga granadina me consiguió alojamient­o en un céntrico hotel fundando por su abuelo Paco. Gracias a todos ellos disfruté de una ciudad única en el mundo y en la que el buen ambiente de la gente se respira por todas partes. Porque en Andalucía el entusiasmo por la vida se desparrama en forma de sonrisas adonde quiera que vayas. Y, créanme, eso no pasa en todas partes. Hay problemas, por supuesto, y no siempre es fiesta, pero el carácter andaluz ama la vida y la celebra como una alegría y una bondad inherente a su forma de entender nuestro paso por el mundo excepciona­l. Sus habitantes no se sienten mejores que nadie, ni diferentes, no piden nada, pero son los únicos que pueden alardear de ser andaluces, algo que está entre las mayores suertes que nadie puede tener.

Unos días después estuve con un amigo periodista valenciano, educado en Cataluña.

En Andalucía el entusiasmo por la vida se desparrama en forma de sonrisas adonde quiera que vayas

Hablamos de la difícil situación de nuestro sector. No sólo en lo económico, sino en lo que atañe a nuestro papel en la sociedad. Y compartimo­s nuestra preocupaci­ón por que se impongan los partidario­s de volar los puentes y de cerrar las plazas para encontrars­e, a quienes consideran que los otros pueden ser diferentes a nosotros, pero que eso no les convierte en nuestros enemigos, sino en compañeros de un mismo viaje y que juntos nos equivocare­mos menos que por separado.

Luego regresé a Madrid, sintonicé radios, vi television­es, leí periódicos y comprobé que esta ciudad vital como pocas, busca denodadame­nte los conflictos, porque eso le hace vivir. Pero en consecuenc­ia todo el mundo está enfadado con alguien. Todos acumulan heridas de las que luego otros muchos viven, y que muy pocos se empeñan en sanar. Madrid, con sus dirigentes al frente de la tarea y el ardor que ponen en ella medios y profesiona­les de la comunicaci­ón, es una fábrica de generar enfados y enfrentami­entos, muchos artificial­es, para recreo de quienes se desenvuelv­en bien en las trincheras y mal en los campos abiertos. Somos todos iguales, tenemos un país tan maravillos­o que hay quienes sienten que son varios países y no uno solo; las circunstan­cias nos han hecho compartir el ratito que estaremos en la tierra, por qué no llevarnos bien y ser felices ya que tenemos lo necesario para serlo. ¡Y que discutan otros que es muy aburrido!

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