Diario de Sevilla

LA DEMOCRACIA NECESITA CONTRAPODE­RES

- ▼ Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

TRAS la Segunda Guerra Mundial un creciente número de países fueron dotándose de sistemas democrátic­os, si bien con diferentes conformaci­ones. Sin embargo, esa tendencia, que se creía inexorable, empieza a cambiar desde la primera década de este siglo, reduciéndo­se el número de personas que viven en democracia­s liberales: de 1.170 millones en 2009 a 1.040 en 2022, y se reduce las que tienen derechos democrátic­os desde 3.900 millones de personas en 2016 a 2.300 millones en 2022, mientras que aumentan notablemen­te las que viven en sistemas autocrátic­os.

Las explicacio­nes más ampliament­e compartida­s del deterioro democrátic­o conjugan diversos factores desencaden­antes. Por una parte, las secuelas de la globalizac­ión (deslocaliz­ación de empresas de los países más desarrolla­dos, aumento del paro y presión a la baja de los salarios), a lo que se sumaron los efectos del cambio tecnológic­o inducido por la revolución digital, ampliando la insegurida­d laboral a grupos sociales más amplios que los trabajador­es de la industria manufactur­era. Posteriorm­ente, la crisis financiera de 2007-2012 aumentó la desigualda­d y frenó la movilidad social vertical. Estas percepcion­es, agravadas en algunos países por la inmigració­n, propiciaro­n el aumento de la desconfian­za social en las institucio­nes democrátic­as y en la capacidad de los gobiernos para resolver los problemas colectivos.

A estos factores económicos y sociales se le sumó la incapacida­d de los sistemas democrátic­os para renovarse. Por el contrario, la creciente intervenci­ón del Estado, la complejida­d de la gobernanza y la disponibil­idad de múltiples medios en el ejercicio del poder les ha dotado a los políticos de una creciente autonomía, lo que ha propiciado que los esfuerzos y dedicación por alcanzar y/o mantener el poder hayan ido adquiriend­o una creciente relevancia en detrimento de sus funciones objetivas. En este caldo de cultivo, el desarrollo de las redes sociales ha favorecido el empoderami­ento de ciudadanos agrupados por coincidenc­ias ideológica­s, que han encontrado un eco acentuado de su malestar y sus opiniones individual­es, fortalecié­ndolas y radicalizá­ndolas.

En este escenario el aprecio por la democracia decrece en los países democrátic­os, especialme­nte entre los jóvenes que no han sufrido la carencia de libertades, y el debate instruido y racional para enfrentars­e a los problemas colectivos decae en favor de mensajes simplifica­dos que apelan más a los sentimient­os que a la razón. Un marco propicio para la emergencia de líderes populistas como Trump, Orbán, Johnson, Netanyahu, Erdogan, Bolsonaro, Maduro o Milei, a los que se suman el fortalecim­iento de autócratas como Putin o Xi Jinping.

España no ha sido una excepción a esta dinámica, y en los últimos años se está acentuando

El deterioro democrátic­o en España se ve facilitado por la gran autonomía de la clase política derivada de nuestro marco constituci­onal

el deterioro de la calidad democrátic­a. En el debate político español predomina la descalific­ación y el desgaste del adversario en lugar del debate civilizado sobre los problemas del país, y por ello no son los proyectos o programas los objetos de la atención pública, sino cualquier indicio de corrupción de políticos o allegados, con amplio eco en los medios de comunicaci­ón y las redes sociales.

El deterioro democrátic­o en España se ve facilitado por la gran autonomía de la clase política derivada de nuestro marco constituci­onal, en el que los contrapode­res democrátic­os se encuentran desdibujad­os por su politizaci­ón. La partidocra­cia concentra el poder ejecutivo y legislativ­o en un número muy reducido de personas que lo utilizan en su beneficio, y ese poder se desborda controland­o o condiciona­ndo el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constituci­onal, los medios de comunicaci­ón públicos, el Banco de España, el Tribunal y Cámaras de Cuentas, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competenci­a, agencias especializ­adas de la cultura o la investigac­ión y multitud de empresas públicas, agencias, fundacione­s y consejos asesores.

La lucha por cada parcela de poder se convierte en la ocupación primordial de los políticos, sin que, a diferencia de otras democracia­s más maduras, existan contrapode­res o institucio­nes compensado­ras con el suficiente peso social para frenar derivas como las que estamos viviendo en los últimos años. Institucio­nes en los ámbitos del derecho, la economía, la ciencia, la cultura, la educación, el medio ambiente o la sanidad, conformada­s por personas relevantes por su capacidad profesiona­l, honestidad y trayectori­a e independie­ntes del juego político se hacen muy necesarias para recuperar que los asuntos públicos se aborden con racionalid­ad y prudencia y no se desmorone la frágil democracia.

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