Diario de Sevilla

El ‘eterno’ legado de Alberti

● Veinticinc­o años después de su muerte, el litigio por la herencia del poeta sigue vivo en los juzgados, uno de los más largos que nunca ha existido ● El valioso legado, que incluye ‘picassos’ y ‘mirós’, está aún pendiente de tasación

- Pedro Ingelmo

En octubre de 1999 desaparecí­a Rafael Alberti, el último miembro de la generación de oro de la poesía española del siglo XX, la del 27. En 96 años de vida su legado era inmenso, tan inmenso que las crónicas de la época lo cifraron en 20 millones de dólares entre derechos de autor, dibujos, cuadros y esculturas de Picasso, Miró o el propio Lorca, lo que no estaba mal para una persona que se puede decir que rico, lo que se dice rico, no fue nunca y que durante la mayor parte de su existencia fue ajeno al coste de las cosas. Esta cantidad, esos 20 millones, es la que es como pudiera ser cualquier otra, ya que, en realidad, nunca hubo una tasación. 25 años después de su muerte, los juzgados tendrían que dictar si sus últimas voluntades se cumplieron y si estas voluntades cumplen con la ley. Pero es más que probable que puedan pasar otros 25 años (y 25 más) sin que esto suceda.

Oficialmen­te, su última voluntad se encuentra registrada en el testamento que redactó en 1996, cuando tenía 94 años. Hay nueve testamento­s anteriores, pero el que vale es el último. En este documento la principal beneficiar­ia de su herencia sería su viuda, María Asunción Mateo, una profesora de Lengua 44 años más joven que él y cinco años más joven que Aitana, la única hija del poeta. Entre María Asunción y Aitana habría que dirimir qué correspond­e a cada cual. La primera cumplirá este año 80 y la segunda ya ha cumplido los 85.

Alberti conoció a María Asunción en Valencia cuando tenía 79 años y se casó con ella con 87. Fue con ella con la que pasó los últimos años de su vida en un chalé de El Puerto de propiedad municipal al que bautizaron como Ora Marítima. Allí, de hecho, sigue viviendo su viuda.

La que podríamos considerar la perjudicad­a de aquel documento es su única hija, Aitana, a la que tuvo con su primera mujer, María Teresa León, que vive en La Habana un tanto alejada de los conflictos legales. En el testamento Aitana heredó, como ella lamentó, “lo que ya era mío”, es decir, lo que su padre le había regalado en vida. Aitana afirmaba que las últimas veces que vio a su padre éste ya no la reconocía, sin embargo el último testamento fue redactado con posteriori­dad a estas visitas. María Asunción ha manifestad­o lo contrario: que Alberti estuvo lúcido hasta su fallecimie­nto y que, gracias a ella y a su compañía, el poeta tuvo una convivenci­a feliz los últimos años de su vida.

Pero hay muchos más personajes. Están los dos hijos que tuvo María Asunción Mateo en su primer matrimonio; los descendien­tes de los dos hijos que tuvo María Teresa, la primera mujer de Alberti, con su anterior marido; las nietas de Alberti, hijas de Aitana; la sobrina Teresa que cuidó del poeta hasta la aparición de María Asunción y que es la que mantiene el curso del litigio; Beatriz Amposta, una bióloga catalana con la que Alberti tuvo una relación durante su exilio en Roma cuando aún estaba casado con María Teresa León… y, por último, los que María Asunción Mateo llama en su libro de memorias recienteme­nte publicado, Mi vida con Alberti, los viudos.

Los que Mateo llama los ‘viudos’ son los escritores Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes, Benjamín Prado y Felipe Benítez Reyes, entre otros. Ellos no tienen nada que ver con la herencia, pero sí con el legado. Desde los años 90 han venido denunciand­o en numerosas publicacio­nes el ‘secuestro’ que sufrió Alberti por Mateo y su entorno. También han asegurado que en los últimos años de su vida Alberti, en realidad, no se enteró de nada y ponen en duda que lo reflejado en su último testamento fuera la voluntad del poeta, del mismo modo que también han hablado de la manipulaci­ón en las últimas ediciones de sus memorias, La arboleda perdida, borrando de ese modo la verdadera memoria de su autor. Según ellos, para realizar estas transforma­ciones Mateo habría contado con la colaboraci­ón de Gonzalo Santonja, un experto en tauromaqui­a y catedrátic­o de Literatura, amigo de Alberti en vida, que ha realizado un viaje de la izquierda más extrema a la extrema derecha para acabar como Consejero de Cultura de la Junta de Castilla y León por Vox. Tanto él como Mateo han negado estas acusacione­s y aseguran que todo lo que aparece en las memorias está escrito del puño y la letra de Alberti. Es cierto que el editor de Alberti, Mario Muchnik, no pensaba lo mismo.

Por último, los bautizados como viudos consideran que la gestión del grueso de la obra del poeta se ha mercantili­zado de tal modo que el efecto que ha producido es que la figura de Alberti cada vez esté más ausente en el interés de los nuevos lectores, mientras sigue viva la llama de otros miembros de la generación como Lorca, Hernández o Cernuda. Lo fundamenta­l de la obra de Alberti está bajo los derechos de autor que gestiona una sociedad llamada El Alba del Alhelí y que es en un 80% propiedad de su viuda y un 20% de sus dos hijos, Marta –administra­dora única de la sociedad– y David Borcha. No hay prácticame­nte una palabra escrita por Alberti que pueda salir a la luz sin contar antes con el permiso –ya sea por cesión o previo pago– de esta sociedad.

María Asunción Mateo casi siempre respondió con silencio a estos ataques, que ella no comprendía, hasta que en las memorias antes mencionada­s ha decidido despachars­e y desmontar todas las acusacione­s que ha sufrido. Los ‘viudos’ salen realmente muy mal parados. Mateo les acusa de haber desapareci­do en los años 90 de la vida de Alberti por su propia decisión.

Todo esto, naturalmen­te, lo uno y lo otro, es imposible de saber. Es una versión contra otra. Lo que sí se sabe es lo que sucedió antes, desde el mismo momento que Alberti regresa de su exilio.

Rafael Alberti y María Teresa León vivieron durante la guerra civil una belle epoque (así lo definió ella). Eran la pareja de moda

En apenas unos pocos años Rafael Alberti redactó diez testamento­s diferentes

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Rafael Alberti posa en 1990 ante las cajas que la Diputación acababa de traer de su casa de Roma.

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