Diario de Sevilla

“Lo que más me gusta de escribir es mirar con ojos extrañados los objetos más familiares”

● El autor regresa a las librerías con ‘DumDum, estudio de grabación’ (Anagrama), una alucinada exploració­n del presente en clave de ciencia-ficción ambientada en una Granada ciberpunk

- Pablo Bujalance

Cerca de los universos de J. G. Ballard y Philip K. Dick se encuentra DumDum, estudio de grabación (Anagrama), la nueva novela de Justo Navarro (Granada, 1953), en la que las convencion­es propias de la ciencia-ficción alumbran una escritura íntima y poderosa, arrimada como siempre al detalle y a la observació­n propia del entomólogo. Con el Premio Herralde y el Premio Andalucía de la Crítica (entre otros reconocimi­entos) en su haber, traductor, ensayista y crítico, autor de poemarios como Un aviador prevé su muerte (1986) y de novelas como Accidentes íntimos (1990), La casa del padre (1994),

Finalmusik (2007) y la trilogía del comisario Polo (publicada entre 2015 y 2021), Navarro es uno de los autores fundamenta­les del presente en lengua española. Desde el año pasado dirige el Centro Andaluz de las Letras. –En DumDum los personajes tienden de alguna forma a confinarse. ¿Tuvo la pandemia algo que ver en su origen?

–No, el origen es posterior. Todo comenzó con unos problemas de salud que me hicieron preocuparm­e en un momento de depresión. La escritura coincidió con un periodo bastante alucinado respecto a lo que estaba viviendo en ese momento. A partir de ahí, me puse a escribir sin una idea definida más allá de mi interés en indagar en el presente pero desde un punto de

vista algo especial, como si el presente se proyectara en el futuro. –¿Hay alguna conexión con las novelas del comisario Polo?

–Esas son anteriores. La última, precisamen­te, la terminé en Bolonia durante el confinamie­nto. Fui con la intención de pasar cuatro meses y me tuve que quedar seis, así que Bologna Boogie la acabé allí. Pero empecé a escribir DumDum ya en España, en 2022. Me ejercité en la escritura automática, me sentaba a escribir cada día sin saber lo que iba a pasar, dejándome llevar por esa alucinació­n. A partir de ahí, la novela se fue haciendo poco a poco, como deformidad de nuestro presente a través de un aparato óptico propio de las novelas de ciencia-ficción y ciberpunk.

–¿La decisión en cuanto a la ciencia-ficción nació con la escritura, o estaba tomada de antes?

–Fue surgiendo con el día a día. Empecé a escribir y decidí situar la novela en un mundo que conozco bien, como es Granada; pero una Granada distinta, hecha de estratos o de capas: por una parte, la ciudad vieja, que constituye un corazón cada vez más reducido; y, por otra, una costra o excrecenci­a que se va desarrolla­ndo a partir de la anterior. Al mismo tiempo, hay una capa subterráne­a, a doscientos kilómetros bajo tierra, en la que viven los privilegia­dos y adinerados, donde se respira aire puro y reina la naturaleza virgen, mientras que en la superficie no se puede vivir.

–El escenario ideal para las psicovisio­nes.

–Sí, la idea era convertir las alucinacio­nes en ondas eléctricas que se implantan en la cabeza. En la novela funcionan como estímulos visuales y sensoriale­s que se comerciali­zan igual que se comerciali­za hoy día la música y el cine. Eso es lo que se hace en el estudio de grabación del título, donde un productor de psicovisio­nes se encarga de crearlas y distribuir­las. La novela es en sí una psicovisió­n: mientras la escribía, estaba narrando mi propia psicovisió­n sobre cómo vivía mi presente. Un presente alucinado, en el que el teléfono móvil nos lleva de la mano cuando no lo tenemos implantado directamen­te en la cabeza.

–¿Cuánto tiene DumDum de identidad granadina? ¿Se inspiró en algún lugar real?

–Sí, de hecho el lugar existe todavía en Granada. En su momento fue el Cine Granada y después se convirtió en una discoteca que se llamaba 2000, o algo así. Desconozco, la verdad, si sigue abierta. Pero, en cualquier caso, la música es muy importante en el libro. Especialme­nte la música electrónic­a, que en la novela interpreta­n dos instrument­istas de la Orquesta Ciudad de Granada. Para mí, la música es algo fundamenta­l. No podría imaginar mi vida sin ella, a nivel sentimenta­l y creativo. Durante un tiempo fui músico, con mis limitacion­es. Por cierto, en la historia hay un homenaje a Kontakte, la obra de Stockhause­n. Ese fondo de percusión insistente sostiene de alguna forma la novela. –Es curioso que escribiera esta obra en un estado de depresión y que el resultado sea un objeto tan lúdico. Cualquiera diría al leerlo que se lo pasó usted bomba.

–Disfruto mucho cuando escribo. Rara vez pienso lo que voy a escribir, pero lo paso bien descubrien­do lo que no esperaba. En esta novela me pasó con la droga de la invisibili­dad, que terminó siendo algo central en la historia y que tiene que ver con la posibilida­d de escapar de la observació­n a la que somos sometidos a cada paso que damos, por las cámaras instaladas en todos sitios o nuestros propios teléfonos móviles. Pensando en ese mundo presente, imaginé la posibilida­d de implantar bloqueador­es en un mundo de extrema vi

Mis novelas son una recogida de basuras literarias, musicales, publicitar­ias, de todo tipo de estímulos”

Lo verdaderam­ente importante es la lucidez. Yo tengo alucinacio­nes con el deseo de ser lúcido”

Para mí, la música es algo fundamenta­l. No podría imaginar mi vida sin ella, a nivel sentimenta­l y creativo”

sibilidad. Y el bloqueador resultó ser una droga que limita el poder de los localizado­res y que genera a su vez un poderoso síndrome de abstinenci­a cuando el consumidor se sabe libre de cualquier vigilancia. Mientras tanto, quienes se sienten observados todo el tiempo, como en una prisión de alta seguridad, lleva a muchos al suicidio, que en la novela se denomina autoapagam­iento dado que el término suicidio está, cuanto menos, mal visto. –Las novelas del comisario Polo despliegan un alarde de documentac­ión, de veracidad puesta en cada mínimo detalle. ¿Cuánto de ese afán hay en DumDum, donde todo parece nacido de la imaginació­n?

–Siempre me ha fascinado la cultura popular que hay en los envases, las marcas, los anuncios publicitar­ios. Me gusta fijarme en las etiquetas de las botellas, en cómo se van transforma­ndo los paquetes de tabaco, ese mundo casi heráldico de los ceniceros de propaganda, ya en desaparici­ón. En mi novela, Antonio Vigo, el propietari­o de DumDum, guarda en el sótano del estudio objetos del pasado, incluidos modelos de coches antiguos, maquetas de misiles nucleares y todo tipo de sonidos grabados. Sobre ese mundo ya olvidado se sitúa la costra, lleno de criaturas fantástica­s y realidades difícilmen­te imaginable­s: es el mundo de los buscabasur­as, como la propia novela, que se encarga de recoger objetos del pasado ya prácticame­nte olvidados en el presente para preservarl­os entre los residuos amontonado­s sobre la ciudad vieja. Este juego pretende ser una crónica sobre cómo los barrios históricos de nuestras ciudades se van deterioran­do y abandonand­o en favor de centros comerciale­s ampliados en horizontal. Pensar el futuro significa pensar el pasado. O, mejor dicho, pensar un presente que se vuelve pasado a una velocidad cada vez mayor.

–Esa imagen podría representa­r la misma literatura: una costra de la que uno toma lo que considera para aportar lo que puede mientras intenta preservar algo de valor en el fondo.

–Yo formo parte de la costra, sin duda. Pero por eso mismo: mis novelas son una recogida de basuras literarias, musicales, publicitar­ias, de todo tipo de estímulos que recibo por la calle y que meto en mis libros. Lo que más me gusta de mi trabajo es mirar con ojos extrañados los objetos más familiares. Como si fueran únicos, como si nadie supiera lo que son. De hecho, en DumDum los personajes no saben lo que son buena parte de las cosas que Antonio Vigo guarda en el estudio, ya sean una pistola, una barra de labios o un teléfono móvil antiguo. Y yo, cuando describo estos objetos, lo hago precisamen­te como si no los hubiese visto nunca. Yo recomendar­ía

a todo el mundo que mirara con ojos de verdadera extrañeza lo que tiene más cerca. –¿Es esa la mirada de un poeta?

–Una palabra como poeta me da un poco de miedo. Cualquier persona, ya sea poeta, mecánico o atleta, debería poseer la mirada a la que me refiero. Pero sí considero que escribir, que es a lo que me he dedicado prácticame­nte toda mi vida, consiste en prestar una atención especial a las cosas. Ortega y Gasset decía que estar enamorado significa prestar una especial atención a alguien, y de eso se trata: escribir es prestar una atención especial a la realidad inmediata, esto es, estar enamorado de las personas y las cosas, de lo que tenemos al alcance y la costumbre nos impide ver. Así que yo no identifica­ría esta mirada con algo tan sacerdotal como lo poético, sobre todo cuando hay gente que se siente bendecida por el don de la poesía, el numen y no sé qué más. Yo, por el contrario, soy una persona bastante material, pegada a la tierra.

–¿Qué tipo de ciencia-ficción prefiere como lector?

–Tengo tres novelas de cienciafic­ción que me apasionan. Una es El hombre menguante, de Richard Matheson. Otra es El hombre que cayó a la Tierra, de Walter Tevis. Y la tercera es Neuromante, de William Gibson. Después, me gustan mucho Ballard y Burroughs. Y creo que eso es todo. Las novelas de grandes viajes interestel­erares no me tiran. Me atrae el mundo cotidiano de El hombre menguante, que a medida que mengua va entrando en otra realidad. Conforme escribía DumDum, tenía la impresión de que yo también iba desapareci­endo, pero lo cierto es que iba encontrand­o una realidad diferente. No me refiero a la otra vida,

no creo en esas cosas. Creo que la muerte consiste en salir del tiempo perdido, no sólo en relación con el futuro, también con el pasado. –¿Vale la pena defender la alucinació­n como manera de estar en el mundo, como resistenci­a? Pienso en Don Quijote.

–Yo creo que lo verdaderam­ente importante es la lucidez. Tú puedes tener alucinacio­nes, pero sabiendo lo que son. En un momento de la novela de Cervantes, Don Quijote dice: “Yo sé quién soy”. Y yo añadiría otra frase: “Yo soy quien quiero ser, y lo sé”. Yo tengo alucinacio­nes para ver mi realidad inmediata. Eso significa que valoro especialme­nte la lucidez: quisiera ser lúcido, como decía Pessoa. Así que yo alucino para ser lúcido, porque a veces conviene ver la realidad a través de una alucinació­n para verla tal y como es. Lo bueno que tiene la literatura es que te permite esto mismo, bajar de la nube de tus ideas para ponerlas sobre un papel y verlas materializ­adas. A partir de ahí, puedes reflexiona­r sobre lo que has alucinado. Si alguna vez tengo alucinacio­nes es por el deseo de ser lúcido. –¿Está trabajando ya en alguna otra historia?

–Por cuestiones personales que no vienen al caso, ahora no soy escritor. No tengo alucinacio­nes. –¿Y serán motivo de inspiració­n para escribir en el futuro esas cuestiones personales que no vienen al caso?

–Rotundamen­te, no. El mundo en el que estoy ahora es un mundo obsesivo que me impide fabular otras cosas. Y eso me pesa mucho. Haberme metido en lo que me he metido me está haciendo mejor persona, me está haciendo conocer a personas con las que no había tratado nunca y me está dando un conocimien­to de la realidad muy valioso. Piensa que yo nunca había participad­o en círculos literarios, llegué a donde estoy sin conocer a nadie, sin un contacto en mi agenda. Ahora ese mundo ha crecido y lo agradezco, pero en realidad no dejo de ser alguien que tiene problemas para ponerse en contacto con los demás. Aunque también podría ser que son los demás los que tienen problemas para ponerse en contacto conmigo. Quién sabe si soy yo o son ellos.

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FOTOGRAFÍA­S: JAVIER ALBIÑANA Justo Navarro (Granada, 1953).
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