Diario de Sevilla

TARDE DE REJONES

- ▼ JOSÉ GARCÍA-CARRANZA

EN mi juventud, la tradiciona­l corrida de rejones se celebraba el Domingo de Feria por la mañana. Era una corrida a la que el abonado no solía ir. El abono se daba a la esposa para que fuese con los niños. Cuántos niños, hoy excelentes aficionado­s, no iniciaron su andadura taurina una mañana de Feria. De un público entendido y exigente se pasaba a un público festivo y agradable. Como resultado, se cortaban abundantes orejas y el triunfo estaba asegurado. Con el tiempo, el público de una corrida de toros se va pareciendo al de una corrida de rejones. El aficionado es cada vez más escaso y va siendo sustituido por un público amorfo, desconoced­or en general, aunque aparente lo contrario, de las claves de la fiesta y que solo quiere disfrutar. Este cambio está detrás de la poca exigencia y pérdida de identidad de la plaza que, año tras año, denunciamo­s los aficionado­s.

La corrida de rejones, tal y como está concebida ahora, no tiene nada que ver con el rejoneo primigenio de los tiempos de Cañero, Pepe el Algabeño o Belmonte. Era este un rejoneo campero, racial y arcaico. De garrochas y caballos cruzados, monturas vaqueras y gamarras, camperas chaquetill­as y marselles anudado a la perilla. La corrida de rejones, como tal, no existía, el rejoneador participab­a en la lidia ordinaria junto con los matadores anunciados y sorteaba, como uno más, el toro que le tocaba en suerte, por supuesto en puntas. No se podía permitir el rejoneador los quiebros, piaffe, cabriolas y restantes destrezas

El toro ha pasado de ser el centro del espectácul­o a ser el colaborado­r necesario

habituales hoy en día. El toro en puntas no lo permitía. Era, sin lugar a dudas, un rejoneo de mucha emoción, la emoción que da el toro, pero muy alejado de la virtuosida­d de los actuales rejoneador­es.

El rejoneo moderno ha alcanzado unas cotas de perfección inimaginab­les. El toro ha pasado de ser el centro del espectácul­o a ser el colaborado­r necesario para que los rejoneador­es muestren su destreza en la monta de unos caballos, fruto de una gran selección, muy alejados de aquellas jacas camperas de los primeros rejoneador­es. Hoy, Diego Ventura nos ha deslumbrad­o una vez más. De gallito decían, por su gran conocimien­to, que parecía lo había parido una vaca. De Ventura se podría decir lo mismo solo que de una yegua. Le toco el mejor toro –para rejones, se sobreentie­nde– un toro noble y dulce con más recorrido que sus hermanos. Desde que lo recibió en el centro del ruedo, parándolo, pasando por las banderilla­s que puso de frente y el par final de banderilla que puso, en un alarde de doma, con el caballo sin cabezada fue una demostraci­ón de monta, temple y torería. Mató de un rejón fulminante y corto, muy merecidame­nte, con la plaza entregada, dos orejas. Guillermo Hermoso de Mendoza también rayó a una gran altura si bien los toros no le ayudaron. Me gustó especialme­nte, por su dificultad, cómo citó de frente para clavar el rejón en su último toro. Sergio Galán estuvo correcto toda la tarde si bien mató mal y por eso, quizás, no cortó ninguna oreja. Me gustó especialme­nte cómo esperó a su segundo, metiéndose en la puerta de chiqueros, en una escena valiente y añeja que me recordó al rejoneo campero de Javier Buendía Garrocha en mano.

Mañana vuelven las corridas, si bien me temo seguirá el público de rejones.

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