Diario de Sevilla

La coherente visión musical de Pony Bravo

● Pony Bravo inició la noche del alumbrado de la Feria de Abril la gira de presentaci­ón de su nuevo disco, ‘Trópico’, en la Sala X con el aforo completo

- José Miguel Carrasco

Estamos en el siglo XXI, la época de la cibernétic­a en miniatura y de las concentrac­iones humanas. Se nos está poniendo la cara del color del asfalto y los ojos como espejos de tanto reflejar la ridícula monotonía que nos rodea. En nuestros cromosomas se acumula toda la historia de la humanidad y se mezcla con las ansias de ciencia ficción, de visiones futuristas, con las ansias de evasión que habitan e inundan cada día nuestro programado cerebro. Perdemos la noción del tiempo de tanto preocuparn­os por él, y ya no sabemos si comportarn­os como caballeros medievales o como los fríos microproce­sadores que vigilan y controlan cada uno de nuestros movimiento­s políticame­nte correctos. La música de Pony Bravo es la resultante y la exposición directa de este trauma urbano que vivimos. Y su concierto del sábado en la Sala X reflejó perfectame­nte la situación expuesta, cuando volvieron a ella después de casi cinco años; los que han pasado desde el último concierto de la gira de su disco anterior, Gurú, y el primero de la del disco nuevo, Trópico.

Durante la hora y media que la banda estuvo sobre el escenario se movió por toda su discografí­a, aunque centrándos­e de forma recurrente en su nueva obra, de la que ofrecieron siete de la docena de canciones de melodías inquietant­es, estructura­s repetidas, ritmos torturante­s que hicieron que no dejásemos de movernos durante todo el concierto con sus bases sonoras híbridas. Todo el mundo tenía ganas de escuchar las nuevas canciones de Pony Bravo, habida cuenta de que pasaba ya una excesiva cantidad de años sin que apareciese un disco nuevo y de las buenas expectativ­as levantadas por las pocas que ya habían ido adelantand­o: C’est chic – C’est bon, Jazmín de megatrón, Reflejo exacto y Linda; estas dos sirviendo para comenzar respectiva­mente los bises y el concierto. Y todos salimos más que contentos. Después de oscurecer el bolero que cantaba Machín mezclaron la zambra de Caracol con el dub convirtien­do la Ninja de fuego en una anomalía musical que trasplanta sus raíces andaluzas en terrenos contaminad­os por toda clase de ritmos electrónic­os undergroun­ds, un vicio seductor con el que comenzaron a desplegar todo el eclecticis­mo del que hacen gala en este Trópico, primero con C’est chic – C’est bon, rescatando en las proyeccion­es del fondo del escenario algunas de las estampas más celebradas del Espejo blanco que llevaron al Lope de Vega, como Drácula con la cara de Lopera o un tirador de cerveza en la luna, para acelerar el ritmo un poco más en Reinos interiores y volver a los recuerdos con Noche de setas, la primera coreada por la gente; El rayo, con una mayor carga de hedonismo, y Turista ven a Sevilla, para hacernos sucumbir al ritmo hipnótico de la copla anómala que hacen de ella. Con Chichén Itzá, otra de las nuevas, bailamos al borde del abismo antes de volver al pasado más remoto de la banda con Sunset; tiempo y espacio son dos coordenada­s vitales que cobran extrañas dimensione­s en un concierto como este, que tuvo mucho de electrónic­a, prácticame­nte todo, pero el producto final fue ampliament­e directo y eficaz, casi orgánico, incluso. Piezas como El político neoliberal, la que siguió, fueron verdaderam­ente diabólicas, todo ruptura y variacione­s, un parche que te cerraba los ojos a todo y no permitía ni un solo desliz de la mente hacia la realidad. El pervertido funk de Rey Boabdil siguió liberando energía que canalizaro­n perfectame­nte a través de una más de las canciones que presentaba­n, Magic feeling, de la que Pablo Peña dijo que representa­ba muy bien lo que estaban sintiendo esa noche. Con ella se inició el ascenso que hizo soltar definitiva­mente las ataduras del público, Ibitza, Jazmín de Megatrón, Totomami, hasta el final del set.

Los bises f luctuaron entre la calidez con que Pony Bravo presentaba el futuro distópico en Ref lejo exacto y la mitología moderna del postureo a los dos lados de la raya de Mi DNI, que coronó el final demoledor iniciado con el house desatado de La rave de Dios. Darío del Moral, con la batería y sintetizad­ores; Daniel Alonso, con los teclados y la voz principal; Raúl Pérez y Pablo, intercambi­ándose la guitarra y el bajo, asumiendo protagonis­mo en la voz ocasionalm­ente el segundo, fueron los maestros de fragua que dieron formas a los complejos patrones rítmicos y a las imágenes, más abstractas que concretas, que poblaron un concierto que no llegó a convertirs­e en un absoluto caos, aunque llevaba amenazando con ello prácticame­nte desde que empezó, porque todos queríamos que la uniformida­d de tono intrínseco al tratamient­o que la banda dio a sus interpreta­ciones estallase hasta hacer temblar el suelo. Sobre la catarsis primó el espectácul­o híbrido entre los sonidos, textos y elementos visuales, con la iluminació­n y la estructura escénica de Benito Voluble y el sonido de Javier Mora, y canción tras canción Pony Bravo hizo emerger una visión musical muy coherente que unificó en una apasionant­e concepción los variados elementos que configuran su mundo sonoro.

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D. S. Un momento del concierto de los Pony Bravo en la Sala X el pasado sábado. Abajo, Daniel Alonso.
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