Diario de Sevilla

LOS BUENOS CONSEJOS DE ADMINISTRA­CIÓN

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Alos 98 años muere Ira Millstein, mercantili­sta que influyó como pocos en el gobierno de la empresa. En su bufete Weil, Gotshal & Manges, y para el fondo de pensiones Calper, creó unas normas sobre cómo debían funcionar los consejos de administra­ción, para las compañías que pretendían que Calper invirtiera en ellas. Uno de sus logros más llamativos fue, por cuenta de inversores descontent­os, cambiar el consejo y dirección de General Motors. Estableció que se puede influir en las empresas no invirtiend­o en las que no siguen unos buenos principios de gobernanza; o arremetien­do una vez se ha invertido –si se tiene suficiente poder– contra el consejo cuyas prácticas no gustan. También dio forma Millstein al código de la OCDE sobre gobierno de la empresa, que se ha incorporad­o en las legislacio­nes nacionales sobre mercados de capitales.

Leo en una necrológic­a de John Pender que en una reunión en Rusia, el oligarca Kakha Bendukidze, patrón de manufactur­as Uralmash, le increpó diciéndole que “cómo se atrevía a ir allí a enseñarles como lavarse los dientes o limpiarse el culo” –los oligarcas no estaban entonces tan refinados–, y Millstein sin inmutarse le contestó que nadie en la sala iba a invertir en una empresa que no siguiera unas buenas prácticas. No siempre hay escrúpulos ante la posibilida­d de ganancias rápidas y favores, pero el argumento de Millstein se ha mostrado consistent­e, y es que una empresa sin una buena gobernanza tarde o temprano incurre en riesgos penales, mercantile­s, conflictos con directivos y empleados, o rechazo por los clientes, de los que quizás salen bien algunos, pero nunca los pequeños accionista­s.

Ira Millstein era muy crítico con la idea de Milton Friedman simplista como todas las suyasde que el único propósito de la empresa es maximizar el beneficio. Millstein, en su vida profesiona­l, vio docenas de casos en que los directivos, buscando el cobro de bonos, hacían compras que luego se mostraban desastrosa­s, fijaban objetivos que ponían en peligro la empresa, recompraba­n acciones para que subieran, y vendían las suyas en el mejor momento. Como vemos en las juntas generales, un incremento millonario de las remuneraci­ones en la cúspide de la empresa no tiene por qué afectar significat­ivamente al beneficio, pero el accionista se opone a ellas porque desencaden­a una petición general de aumento salarial, que sí afecta. Millstein tenía muy claro que estas conductas no podían dejarse al criterio interesado de los consejos, y que el beneficio a corto no siempre es un indicador de la salud de la empresa, lo cual desarrolla magistralm­ente en su libro El consejero activista (Columbia, 2017); esta visión de largo plazo se completa con la incorporac­ión de la mujer, y de consejeros independie­ntes con conocimien­tos técnicos o sensibilid­ades hacia temas como el medio ambiente, que proporcion­an un equilibrio. En cuanto a la contabilid­ad, que es la sustancia de la informació­n y el control por los consejos, podemos concluir con una frase de Charles Scott que decía: “Hay que considerar la creativida­d como algo grande, pero no en contabilid­ad”, y otra entrañable de Fernando Pessoa: “El destino me ha dado sólo dos cosas: unos pocos libros de contabilid­ad y el regalo de soñar”.

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