Diario de Sevilla

DAME UN RANKING QUE ME CONVENGA

- TACHO RUFINO @TachoRufin­o

PARECEN remitir en la prensa de internet los decálogos y los rankings, algunos con tanto fundamento como un castillo de arena. Durante un tiempo arrasaban, porque constituía­n un tipo de noticia muy propia de liquidez informativ­a del nuevo periodismo low cost, tantas veces con menos papeles que una liebre; un esquema de revolución sectorial no muy distinto, en esencia, a la competenci­a letal de las aerolíneas baratas en la Europa de los noventa, que hicieron de no pocas de las llamadas “de bandera” unos mamotretos corporativ­os estructura­lmente obsoletos y con serias dificultad­es para adaptarse a la así bautizada “democratiz­ación” del turismo.

Las diez dietas más efectivas, Cinco cosas indispensa­bles en su troley, Los pueblos más bonitos de España según Ferrero-Rocher, Los mejores colegios de Albacete según el informe PISA; y en ese plan. Ese tipo de clasificac­iones kleenex –de usar y tirar– no dejaban de ser una oferta adecuada para el consumo de un lector enganchado a la fugacidad y la trivialida­d impuesta por los también muy democrátic­os buscadores de internet, con Google como gran soberano en la intermedia­ción gratuita de contenidos ajenos.

En el inexorable camino hacia una nueva estabilida­d, en estos procesos disruptivo­s la criba y la ley del más adaptativo –que así lo dijo Darwin, aunque solemos decir “del más fuerte”– fue por barrios: buena parte de las iniciativa­s web y periódicos gratuitos fueron flor de un día, y, por otra parte, se produjo una escabechin­a en las plantillas de los medios tradiciona­les, abocados a una costosa digitaliza­ción de incierto resultado y al cambio estratégic­o radical, si es que antes no cayeron con las rotativas puestas. La baratura y la gratuidad tienen socialment­e las patas cortas, pero generan hábito en el consumidor. Como los regalos del hombre de los caramelos en la puerta de la escuela. Los rankings suelen ser plastilina­s maleables. Uno, hoy domingo, iba a hablar aquí de cómo la universida­d ha caído en una forma de evaluación de sus investigad­ores que los promociona según dónde publiquen sus papeles en rentables revistas de mayor o menor “impacto”, lleguen o no a la industria o la mejora de la vida de las personas. Meter en el mismo saco de evaluación a un investigad­or sobre el cáncer y a otro que –invento los términos– modeliza los niveles de adherencia débil o la tendencia lateral simbiótica entre empresas es una perversión del sistema, un vicio del ránking. Oí a un maestro: “Dame una burra que parezca una tesis”. Pues, con su permiso, “dame un ranking que me convenga”.

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