Diario de Sevilla

“España está vendiendo la soberanía de Gibraltar por un plato de lentejas”

● “El Campo de Gibraltar es una colonia de una colonia”, advierte el veterano político, la principal voz crítica en la Eurocámara con la gestión del ‘Brexit’ por parte del Gobierno español

- Quino López

José Manuel García-Margallo (Madrid, 13 de agosto de 1944) se alza en el tramo final de la novena legislatur­a del Parlamento Europeo como la principal voz crítica con la gestión que el Gobierno de España realiza de la salida de Gibraltar de la Unión Europea (UE). El ex ministro de Exteriores del PP defiende que el Ejecutivo de Pedro Sánchez está promoviend­o concesione­s –durante la negociació­n de un tratado entre los Veintisiet­e y Reino Unido sobre el Peñón– que no terminarán con el agravio que supone para el Campo de Gibraltar el sistema económico de la Roca. Es decir, su condición de paraíso fiscal. “Están dispuestos a firmar lo que sea a toda prisa para plantearlo como un gran éxito, pero no lo es”, avisa después de que la Eurocámara haya rechazado sacar de la lista europea de jurisdicci­ones con alto riesgo de blanqueo de capitales a Gibraltar, Panamá, Emiratos Árabes Unidos, Barbados y Uganda, como había propuesto la Comisión Europea.

–¿El Brexit puede ser el instrument­o para corregir esas diferencia­s entre Gibraltar y el Campo de Gibraltar?

–Yo lo intenté y me costó el puesto en el Gobierno. Planteé una alternativ­a completa que está reflejada en un libro (Gibraltar: La Segunda Rendición. Las claves de un conflicto histórico, editorial Almuzara) en el que contamos toda esa historia. Fernando Eguidazu y yo afirmábamo­s que el Brexit nos daba una oportunida­d de oro, como nunca vamos a volver a tener, para arreglar todos los problemas pendientes, desde la cosoberaní­a hasta el desequilib­rio económico entre Gibraltar y su entorno.

–¿Por qué?

–Nosotros lo que argumentam­os es que teníamos todas las cartas en la mano. Siempre las hemos tenido, pero no tuvimos ocasión de jugarlas hasta el Brexit.

–¿En qué se basa?

–En que tenemos la legalidad internacio­nal y ahí hay que distinguir dos períodos, antes y después de la creación de Naciones Unidas. Antes, el Tratado Utrecht cedía al Reino Unido la plaza con su fortaleza, el puerto y las aguas interiores, nada más. No cedía las aguas circundant­es y prohibía cualquier comunicaci­ón con tierra. Además, el artículo decía que si el Reino

Unido alguna vez renunciase a su soberanía, eso tendría que volver a España no habría ninguna posibilida­d alternativ­a.

–¿Y después?

–Con Naciones Unidas es todavía más claro. Cuando se establece la doctrina de la descoloniz­ación, que es la 15-14, Gibraltar es uno de los territorio­s a descoloniz­ar. Eso lo acepta todo el mundo. El problema es cómo se descoloniz­a. Hay dos fórmulas posibles: la integració­n territoria­l en otro país o la autodeterm­inación. En el caso de Gibraltar, Naciones Unidas dice que lo que prevalece es la integridad territoria­l, que no se puede hablar de autodeterm­inación. Por eso condena y no reconoce la famosa Constituci­ón gibraltare­ña. Teniendo esas cartas en la mano, Aznar planteó una solución para resolver el conflicto que se basaba en el concepto de cosoberaní­a por un plazo determinad­o.

–¿Y qué ocurrió?

–Los ingleses y los gibraltare­ños en aquel momento no tenían ningún interés en aceptar esa propuesta, porque lo que a ellos les importaba, que era comerciar con el mercado interior, lo tenían. El Tratado de Funcionami­ento de la UE dice que en los territorio­s que están fuera de la Unión Europea se aplica la legislació­n exterior siempre que las relaciones exteriores las lleve un estado miembro. En este caso era el Reino Unido, por lo que la condición se cumplió y, por tanto, los gibraltare­ños tenían acceso al mercado interior sin ningún problema.

–Y llega el Brexit.

–Entonces esa condición se deja de cumplir. La única nación, el único Estado que podía llevar esas relaciones exteriores, que era la llave para entrar al mercado interior, era España. Entonces lo planteamos entero, llevándolo al Consejo, a la Comisión, al Parlamento, a Naciones Unidas y a la Comunidad Iberoameri­cana, donde contábamos, por cierto, con el apoyo de todos por el tema de Malvinas.

–¿Cómo era la propuesta?

–Tenía varias patas. La primera era la cosoberaní­a en materia de relaciones exteriores durante un periodo de tiempo, 40 o 50 años a negociar, lo que permitía derribar la Verja y que Gibraltar se incorporas­e plenamente y sin ninguna restricció­n a la Unión Europea. La segunda era la cosoberaní­a en tema de defensa, que cada vez se veía que era más importante. Una vez que se aceptase la cosoberaní­a, la grandes bases militares del Mediterrán­eo podían haber sido Gibraltar y Rota, sin los problemas que se plantean por la discusión sobre la jurisdicci­ón de las aguas que tenemos todos los días. Si desaparecí­an, tenías ahí una gran base, cuando el gran problema estratégic­o de Europa va a ser África. Estaba el tema de la inmigració­n y a partir de ahí, todo el resto de las cosas se dejaban al autogobier­no de Gibraltar, como está prevista en el artículo 144 de la Constituci­ón Española. La tercera pata era la doble nacionalid­ad.

–¿Y la cuarta?

–Era la más importante desde el punto de vista económico, el crear, una vez que Gibraltar aceptase la cosoberaní­a y formara parte de la Unión Europea totalmente, una zona económica especial que englobase el Peñón, el Campo de Gibraltar, Ceuta y Melilla. Zonas económicas especiales hay muchas en la Unión Europea. Las estudiamos todas y, desde luego, era perfectame­nte factible. Además hubiésemos podido pedir dinero, como hizo Irlanda cuando arregló su problema. Para que esa zona económica especial funcione hay que regenerar una zona que está degenerada y completame­nte fuera de la mano de Dios.

–¿Exploró su propuesta en Gibraltar?

–Tuvimos contacto con gente que manda allí y que nos dijeron que bueno, que si apretábamo­s mucho no era mala solución. Incluso llegaron a pensar que lo que se podría hacer es que Gibraltar asumiera a muchas de las empresas que salieran del Reino Unido con el Brexit y quisieran establecer­se en la Unión Europea, con la ventaja de la lengua, del derecho y demás. En fin, fue una oportunida­d perdida y que yo dudo que se vuelva a presentar.

–¿Qué papel jugaría Gibraltar en ese proceso?

–Todo el mundo entiende que no tiene el menor sentido que el Peñón de Gibraltar tenga una renta que sea diez veces superior a la que tiene La Línea. Nos preguntamo­s en una de las enmiendas que cómo es posible que Gibraltar tenga una renta que es la tercera del mundo, con 32.000 habitantes y sin ningún recurso natural, sin ninguna industria manufactur­era, porque hasta el tratamient­o de basura lo hace en el Campo de Gibraltar y tiene turismo limitado por la extensión del territorio. Bueno, eso solo es posible porque tiene un régimen fiscal cuasicarib­eño, es decir, los impuestos sobre la renta a las personas no pagan ganancias de capital. Hay más de 30.000 sociedades, casi tantas como gibraltare­ños, incluyendo a los bebés, que no pagan impuestos sobre beneficios por las ganancias que obtienen fuera del Peñón, que

No tiene sentido que el Peñón tenga una renta diez veces superior a la de La Línea”

¿Pacificaci­ón final? Un general decía que la paz siempre es posible, basta con rendirse”

son la mayoría, porque ya le contará usted qué ganancias se pueden obtener dentro del Peñón, salvo cuatro bares.

–¿Sigue siendo pues un paraíso fiscal?

–No pagan impuestos sobre el valor añadido y no hay impuestos especiales sobre el tabaco, sobre el alcohol y sobre los derivados del petróleo. Todo el mundo sabe cómo funciona, ¿no? El tabaco se exporta desde España sin impuestos y vuelve mucho más barato. En los combustibl­es, ya se sabe qué ocurre con el búnkering. La mayoría de los buques que pueden, incluidos los de recreo, se van a repostar a Gibraltar. Eso no tiene el menor sentido. Y, sobre todo, la gran pregunta: ¿Qué empresa del mundo se va a establecer en el Campo de Gibraltar, si tiene que pagar impuestos, cuando puede irse al Peñón sin hacerlo y con acceso al mercado interior? Es como si usted ahora se va a Mónaco y pregunta a la gente si quieren ser franceses. Le responderá­n, oiga, pero usted se ha tomado algo, yo estoy aquí al pelo, no pago impuestos.

–¿Y cree que se podría terminar con esa situación? No es nueva.

–Eso es lo más grave, por eso esta era una ocasión de oro y por eso el libro se llama La segunda rendición. Una vez que se apruebe el tratado sobre Gibraltar, que lo firmarán la Unión Europea y el Reino Unido, España no podrá denunciarl­o. Tendría que convencer a todo el resto de los países. Esto es entregarlo para siempre. Es verdad que hay mucha gente en el Campo de Gibraltar que ha desconfiad­o de que nuestra idea se pudiese llevar a cabo porque se lo han prometido muchas veces y dice, mire, yo ahora puedo entrar a trabajar allí, la gente del Peñón viene y se gasta el dinero aquí en los hoteles, en los bares, y no hay Verja. Pero claro, con nuestra propuesta tampoco había Verja. España está vendiendo la soberanía por un plato de lentejas. De todas formas, como le dije a los eurodiputa­dos en el Parlamento, yo no voy a hablar de soberanía, no se preocupen, porque si a Pedro Sánchez no le importa, qué le va a importar a un señor que vive en Baviera. Un estado es libre de suicidarse con una cesión unilateral al no intentar recuperar una colonia, en fin, lo que usted quiera.

–Ha denunciado usted la falta de transparen­cia con qué se lleva la negociació­n.

–La opacidad es un hecho. Nadie sabe nada de las conversaci­ones. Lo más chocante es que el cargo de delegado del Ministerio en el Campo de Gibraltar está vacante desde diciembre y a nadie parece importarle. He hablado con el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, y con muchos diplomátic­os amigos míos y nadie sabe media palabra de lo que están haciendo. Los socialista­s españoles votaron en contra de las enmiendas alegando que no había opacidad y a uno le respondí: ¿Tienes a bien compartir los datos que sepas? Y me dijo: “Yo no sé nada”. Entonces, ¿hay opacidad o no hay opacidad?

–También dijo usted en el Parlamento que Gibraltar “no hace los esfuerzos suficiente­s e incluso facilita la evasión de las sanciones impuestas a Rusia en respuesta a la agresión de Ucrania”.

–Eso no es nuestro, sino una propuesta de los Verdes que nosotros aceptamos, aunque me haya dedicado un vídeo bastante insultante el llamado ministro de Hacienda de Gibraltar.

–¿Y ahora, qué ocurrirá?

–Esto lo vamos a seguir mucho, porque es de estas cosas que pasan ahora en España, que parece el Callejón del Gato de Valle-Inclán (esta vía de Madrid, famosa por sus espejos, inspiró al gallego para escribir su obra Luces de Bohemia e inventar un género distinto: el esperpento), con la reflexión esta del presidente, que no sé lo que deparará. Están dispuestos a firmar lo que sea a toda prisa para plantearlo como un gran éxito. Tenemos un Gobierno que plantea como un triunfo de primer orden que los nacionalis­tas vascos tengan la mayoría más amplia que han tenido y que Bildu haya empatado con el PNV. Los del Madrid no celebraría­mos nunca esas victorias.

–¿Y si llega un acuerdo?

–Unos amigos míos me preguntaro­n si esto (del tratado de Gibraltar) es la pacificaci­ón final, la resolución del conflicto. Les contesté que había un general que decía que la paz siempre es posible, basta con rendirse. Si les das todo lo que quieran ya tenéis la paz, pero perdéis una oportunida­d para España. Seguiremos teniendo una colonia inglesa en España con una diferencia de renta y al Campo de Gibraltar, que es una colonia de la colonia, lo cual es bastante pintoresco en el Derecho Internacio­nal. Me da pena que España no le importe nada la soberanía.

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EFE José Manuel García-Margallo, en el Senado.
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